La última noche

Maria Eugenia Cabral
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15 de noviembre de 2011                                                                             

El poco tiempo que disponíamos, durante el día, lo dedicábamos a recorrer hoteles. Muchos de ellos tienen una temática diferente y con ella una historia que contar: El Venetian, Excalibur, Luxor, París, New York-New York.

Otros, como El Bellagio y el  MGM Grand, son muestras fieles de una exquisita arquitectura.

En el Venetian se recrearon lugares como: El gran Canal, el Puente Rialto, el Campanile y la Plaza San Marco. Si uno desea dar un paseo por sus canales lo puede hacer mientras el  gondolero te canta una serenata.

El Excalibur es un castillo medieval con una preciosa imagen de cuento de hadas.

En el París se ha logrado una de las mejores réplicas del Arco del Triunfo y de la torre Eiffel. En este hotel se respira romanticismo en el ambiente.

El Luxor es una pirámide imponente de 30 pisos que no pasa desapercibida. Por la noche tiene un haz de luz que se ve desde muy lejos e ilumina el cielo. Cuenta con la recreación de la Esfinge y muchos símbolos que evocan a Egipto.

En el New York-New York han hecho un trabajo espectacular con su fachada. Ahí uno puede apreciar los edificios característicos como el Empire State o el Chrysler, el famoso puente de Brooklyn y la Estatua de la Libertad.

El Bellagio es uno de los hoteles más caros y lujosos de la ciudad. Cuenta con una de las atracciones más importantes: su grandiosa fuente de aguas danzantes.

El MGM Grand es uno de los más grandes, famoso por su canal de Televisión y porque allí se realizan los combates de boxeo más importantes a nivel mundial.

El día domingo, por ser el último en Las Vegas, cada una de nosotras lo dedicó a diferentes actividades. Particularmente me levanté y me fui solita a desayunar al Caerars Palace con Paola de Chile y con Isadora de México. Disfrutamos de una hermosa charla con un sinsabor a despedida, pues ya la magia de Luis Miguel estaba llegando a su fin, al menos en esta ocasión. Deseaba que las horas transcurrieran lentamente para grabar a fuego en mi memoria los últimos momentos de esta aventura. Pero la noche no tardó en llegar, estaba apresurada, pues quería ser la gran protagonista, ya que era la última de la serie y la del cierre del tour. El sentimiento de dolor que permaneció en mi pecho, durante esta jornada, no sólo fue fruto de la despedida sino también de la angustia, que me provocaba el no saber si asistiríamos al último concierto, puesto que no habíamos podido conseguir tickets hasta el momento. Esa mañana al preguntar en la taquilla, en repetidas oportunidades,  sólo me encontré con respuestas negativas.

Preocupada regrese al hotel a preparar mis cosas para dejar todo listo para nuestra partida.

De regreso al Caesars, jamás imaginé que esa tarde de domingo, aún me esperarían dos momentos especiales por vivir.

Tuve una invitación, a la que no pude resistirme, y de la que estaré profundamente agradecida por siempre. Ingresé al backstage previo al show y no se imaginan lo que esto significó para mí. Caminaba rumbo al interior del Colloseum, por donde no ingresa el público en general, y las piernas me temblaban al ritmo de mis aceleradas pulsaciones. Al ingresar me encontré con todos los músicos, y fue un placer hablar un poquito con cada uno de ellos. Son muy queribles y no dejan nunca de agradecer las palabras de admiración y cariño que una les regala. Luego de las fotos y los abrazos seguimos el recorrido.

No sé cómo transmitirles lo que sentí al pisar el escenario. Me cuesta creer que mis piernas me sostuvieran luego de trascendental momento. Recuerdo que observé hasta el mínimo detalle, siempre dentro de los parámetros de respeto. Cuando me situé, en medio del escenario, observé todo el Colloseum pero esta vez desde el lado de Luis Miguel. El estar ahí parada, poniéndome en su piel cuando sale a escena, es algo que no olvidaré mientras viva. Realmente es un lugar especial, que te inyecta una gran energía, e imagino cuanto más se multiplica por cada una de las almas que asisten al concierto a brindarle su cariño y admiración.

No podía estar más agradecida a Dios por otro sueño más cumplido. Cuando parecía que ya habían

finalizado las sorpresas nos encontramos, en la puerta del lugar, con unos chicos que nos preguntaron de dónde éramos (ya se habían dado cuenta que éramos fans de Luis Miguel porque estábamos de sesión de fotos con su gigantografía). Luego de contarles, que veníamos desde Argentina, ellos nos sorprendieron con la noticia de que eran los bailarines de Luis Miguel. ¡Wow! otra emoción más para mi colección de momentos especiales. Decirles que son personas sencillas y excepcionales suena a poco. Conversamos por algo más de una hora (el tiempo se pasó volando); y una vez más pudimos confirmar que ellos además de estar orgullosos de formar parte del ballet que acompaña a Luis Miguel, en los shows de Las Vegas por segundo año consecutivo, hablan maravillas de Miky a nivel profesional y por sobre todas las cosas a nivel humano.

Nos distrajimos hablando un largo rato, lo que contribuyó a que nos olvidáramos por un momento del grave problema que nos afectaba anímicamente: la posibilidad latente de no poder despedirnos de Luis Miguel esa noche por carecer de boletos.

Luego de que los chicos partieran a prepararse para el show, por enésima vez, nos dirigimos a la taquilla a preguntar si había entradas; obteniendo nuevamente un “No” como respuesta. Pero esto no consiguió que perdiéramos las esperanzas y marchamos a cambiarnos como todas las noches.

Cada pregunta realizada por nuestras amigas, producto de la preocupación que les generaba el no contar con nosotras en el show, impactaba cual daga directo a nuestros corazones.

La desesperación llegó a apoderarse de nosotras a tal punto, que juntamos coraje, y hablamos con alguien del Colloseum explicándole la situación.  A pesar de que esta persona tenía todas las intenciones de ayudarnos, nada pudo hacer, ya que las localidades estaban todas vendidas.

Cada minuto que pasaba se hacía más lejana nuestra oportunidad de despedirnos de la persona que nos había llevado a atravesar 10.000 kms. de distancia. Mis sensaciones eran encontradas: estaba feliz por lo vivido, pero esa noche, la angustia y el dolor de no decirle adiós a Luis Miguel, hasta la próxima cita, habían logrado ganarle terreno a la dicha de todos esos días.

Perdí la cuenta de las veces que nos acercamos a preguntar si por esas casualidades de la vida, algún cliente había decidido no asistir, y por ende tendríamos la oportunidad de ser acreedoras de nuestro tan ansiado pase a la felicidad. Todas las personas que se interesaban por nuestra situación, no dejaban de repetirnos que esto era imposible, ya que no necesitábamos uno sino tres boletos.

Mientras el tiempo pasaba mi sonrisa se iba desdibujando de mi rostro, y mis lágrimas estaban a flor de piel.

Ni mi mente ni mi corazón querían asumir la realidad que estábamos transitando.

Mi querida amiga Lizbeth, de México, me había traído de regalo una medalla preciosa de la Virgencita de Guadalupe, la que estrenaba en mi cuello orgullosamente esa noche. Recuerdo tenerla en mi mano y apretarla muy fuerte mientras repetía en mi mente la siguiente frase: “Querida Virgencita, yo sé que no debo molestarte por este motivo, que no corresponde, que tú estás para cosas más importantes, pero si pudieras hacer algo para aliviar mi pena te lo agradecería con el alma”.

Me sentía cenicienta, no quería mirar el reloj, temblaba de pies a cabeza pensando en que estábamos pisando las 21 hs. y esto significaba el quedarnos fuera.

Ya nadie permanecía en los alrededores del lugar y nuestras amigas habían ingresado con la pena de dejarnos en la taquilla.

A las 21:10 hs., cuando ya no pude contener mis lágrimas, ocurrió el milagro. Anita y Vivi me llamaron, y por su tono de voz presentí que algo importante estaba ocurriendo. Una señora se había acercado a ellas para preguntarles por si acaso necesitaban boletos. A lo que Ana le respondió con un contundente sí. La señora prosigue, para transmitirnos tranquilidad sobre la procedencia de estos tickets, contándonos que toda su familia venía al concierto pero que algunos no habían podido asistir. Luego le preguntamos algo sumamente prioritario: la cantidad de entradas que quería vender. Ella increíblemente o milagrosamente respondió: “tengo tres”. ¿Se imaginan nuestras caras? Se iluminaron repentinamente y la sonrisa habitó nuevamente en nuestros labios. Conocer las ubicaciones, era algo no menos importante, porque nos hemos mal acostumbrado un poquito y siempre deseamos estar cerca para interactuar con Luis Miguel (aunque para estas alturas la cuestión era estar ahí). La amable señora nos llevó al mapita y nos señaló los lugares: eran pasillo (el pasaporte directo hacia delante) del centro un poquito hacia la izquierda y en fila seis. Respiré hondo y suspiré aliviada liberando tensiones.

Nada en esta vida es azar. Soy creyente, y ésta no es más que otra prueba de que ni Dios ni la virgencita nos abandonó en ningún momento.

Pero esto no fue todo, la señora nos dijo que como ya pensaba en perder esos boletos, nos hacía un descuento del 20%.

Feliz es un término que no encierra ni puede reflejar lo que sentimos en ese momento. Estábamos agradecidas, emocionadas, incrédulas de que fuera realmente verdad que íbamos a estar presentes para despedirnos de Miky y compartirlo con nuestro grupo de amigas.

Fue una fiesta abrazarnos con las fans que pensaban que ya no seríamos parte del último show. ¡Y que puedo decirles del concierto! Miky se entregó como nunca, mil veces más de lo que lo había hecho las 3 noches anteriores. Creo que saludó a casi todo el lugar, se metió entre la gente, caminó por los costados hasta el último rincón del Colloseum. Yo casi muero de la mejor manera: aplastada con Luis Miguel (aunque confieso que me preocupó su integridad física). Él bajó los escalones del escenario, y al verlo, corrimos hacia adelante. Los fans lograron ejercer tanta presión que consiguieron inmovilizarme, dejándome mover más que las manos. Tuve la extraña sensación de flotar en el aire (estando en tierra firme) o mejor dicho de levitar entre la multitud.

Fui muy afortunada de contar con el privilegio de tener a Luis Miguel de frente, prácticamente a mi misma altura, por primera vez en mi vida. Fue una experiencia única y extraordinaria. Con la timidez que me caracteriza lo toqué, lo que mi conciencia me permitió: su mano y todo su brazo (ganas no me faltaron de tocarlo de pies a cabeza).

¡Ay! tenerlo tan cerca y tan lejos a la vez es algo perturbador. Es extremadamente difícil de asimilar la situación de tenerlo a centímetros y no poder exteriorizar, con un beso y un gran abrazo, el cariño que atesora mi alma desde hace tantos años.

Cuando llegaron las danzas típicas mexicanas fue emocionante reconocer a nuestros nuevos amigos en escena, entregándose en cuerpo y alma a lo que aman hacer.

Esa noche Luis Miguel se despidió dichoso de poder cerrar el tour que había comenzado ahí mismo un año atrás. Cada noche, en su speech, nos transmitió lo feliz y agradecido que se siente de poder dedicarse a cantar y tener la buena ventura de vivir de esto.

Esta vez fue Anita quién se trajo souvenir del concierto: otra de las pelotas de este tour (la última).

Fue muy sentida y dura nuestra despedida de Luis Miguel y de los fans. Hubo abrazos interminables acompañados de muchas lágrimas. Fue maravilloso que Adrián (uno de los bailarines) tuviera el detalle de buscarnos para decirnos adiós, hasta pronto.

Les juro que los momentos vividos en Vegas dejaron una impronta en mi mente y en mi alma has-

ta la eternidad.

El día lunes nos encontró camino al aeropuerto para emprender el regreso hacia nuestra querida Argentina. Agradezco a  Dios, a la vida y a cada una de las personas que hicieron posible que uno de mis más anhelados sueños se hiciera realidad. Nada hubiera sido lo mismo sin la compañía de mis amigas, hermanas del alma, sin los momentos compartidos con los fans, de otros países, que tanto quiero. Gracias infinitas a cada uno de ustedes por ser parte de mi vida y de mis más bellos sueños.

Gracias Luis Miguel porque me sentí privilegiada de poder disfrutar de tu voz (la mejor del mundo) y de tu sentida interpretación. Gracias por tu entrega, por el cariño, por ser como eres, por cada inolvidable detalle que tuviste para con nosotras.

Me quedo aguardando con premura mis próximas vivencias.

Euge Cabral

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