Tengo mil razones y ya no puedo más de amor

Maria Eugenia Cabral
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Los años pasan y los paparazzi continúan asechando a Luis Miguel permanentemente, no dejan pasar ni una sola oportunidad para conseguir imágenes con las que invaden su privacidad. Y no solo se apropian de un momento íntimo para hacerlo público sin consentimiento alguno, sino que además tienen el tupé de agregar comentarios a la escena, los que frecuentemente surgen de sus propias conjeturas o, en el peor de los casos, de una patética descripción con tono burlesco de lo que está aconteciendo como si los televidentes fuésemos no videntes. ¡A lo que se ha llegado para sumar audiencia! y muy a mi pesar debo concluir que la culpa es compartida, pues son tan responsables como aquellos que consumen este tipo de notas invasivas con las que faltan el respeto al gran ser humano que es Luis Miguel y hacia las personas que lo acompañan. Por supuesto que no voy a negar que de vez en cuando disfruto de una imagen suya captada por algún medio de comunicación, porque en estos largos periodos en los que le dedica tiempo completo a su descanso resultan óptimas para paliar esta sensación incontrolable de extrañarlo tanto, pero siempre y cuando sea con la mayor consideración por parte de los periodistas.

El respeto es una materia pendiente para unos cuantos en este ambiente, pero especialmente para quienes conforman el equipo de un famoso programa de televisión que hace unos días compartió imágenes de Luis Miguel cenando en un restaurante de Beverly Hills junto a sus afectos. A fuerza de ser sincera debo manifestar que me enfureció la intromisión de la prensa en un momento tan privado, pero que a contraposición me puse muy feliz cuando opté por quitarle el sonido al video (para evitar escuchar los comentarios) y me dispuse a disfrutar de un Miky tan sonriente, relajado, gozando de una ocasión tan amena con los suyos. Jamás me cansaré de expresar a viva voz que su felicidad es la mía… eso es todo lo que mi corazón necesita saber para confirmar que Dios le retribuye a Luis Miguel el bien que nos hace.

Luego de este descargo, con el que necesitaba canalizar una vez más mi disconformidad y disgusto con este tipo de prensa, quiero compartirles el cuarto episodio del relato de esta fan que vivió momentos únicos con Luis Miguel, historia que parece salida de un cuento de hadas mientras más la descubrimos. Prepárense para leer un capítulo espectacular, no apto para cardíacos… ¡Y no digan que nos les avisé!:

En 1994 los tiempos se complicaron a raíz de una difícil situación para mi país, políticamente hablando, y el trabajo de mi papá se hizo más arduo, por ende nuestras escapadas LuisMigueleras fueron esporádicas. Por aquel entonces debía terminar el bachillerato y tomar la decisión de mi futuro profesional pero, entre mi salida de la escuela, la graduación y demás, corría agosto sin ninguna aventura especial en mi haber, situación que me ponía sumamente triste después de lo intenso que habían sido los años anteriores. En Septiembre, ya en la universidad, me enteré que en Puebla se llevaría a cabo un congreso llamado “Gente Nueva”, se trataba de una reunión internacional de jóvenes con el fin de fomentar los valores y la sana convivencia, y este evento concluía con la presentación de un artista de talla internacional… sí, el mismísimo Luis Miguel. La nueva misión estaba complicada, conseguir un boleto sin ser participante del congreso iba a tornarse por demás dificultoso. Pero aquí apareció en escena nuevamente mi superhéroe, el que no sé cómo exactamente consiguió los teléfonos de los responsables del evento, y así fue como nos pusimos manos a la obra para buscar y preguntar hasta finalmente dar con ellos. El trato se cerró y ¡Listo! Teníamos 2 boletos en fila 4 para ver a mi Sol hermoso, más precisamente el 4 de noviembre en el estadio Hermanos Serdán en Puebla.

Al llegar el día mi papá y yo partimos de Veracruz rumbo a ciudad de Puebla, era viernes y no podía faltar a la universidad, así que la salida tuvo que ser al final de mi jornada escolar. Ahí comenzó la nueva aventura, hicimos el trayecto de Veracruz a Puebla en solo 2 horas, cuando prácticamente son algo más de 3.

En el estadio nos encontramos con el equipo de producción que estaba desde temprano y, como Micky aún no llegaba, conviví con ellos un par de horas. Pasé una tarde maravillosa con sus músicos, ingenieros de sonido y coristas, pues pude comprobar que además de ser extraordinariamente talentosos son excelentes personas. Aquellas coristas, Patty Tanus, Fedra Vargas y Eva Bojalil, aparte de tener unas voces espectaculares fueron lindas y sencillas conmigo.

Pude saludar, apreciar y disfrutar de cerca el trabajo de Kiko Cibrian, quien ejecutaba en aquel entonces la guitarra. Jeff Nathanson, su saxofonista aún en la actualidad, me impactó con el don que posee para la música. Mi paso por el escenario fue mágico, ya que estuve parada justo donde mi Sol estaría en unas horas -les juro que la sensación de estar ahí arriba no se describe con palabras. ¿Comer? ¡Ni hambre tenía! estaba más que pendiente de los movimientos de todo el mundo: ingenieros de sonido, seguridad, músicos y cualquier situación que diera la pauta de que Micky estaba cerca. Cuando ‘El Rey’ llegó al estadio solo me fue posible observarlo descender de la camioneta y caminar de prisa hacia el camerino que habían instalado para su comodidad. Como había mucha gente, apoyada siempre por mi papá, brinqué una valla para buscar mis lugares y proceder a disfrutar, con los ojos y el corazón abierto, de esa voz que hacía que mi mundo se detuviera. El show, qué les digo, ¡Impecable como siempre! fue la promoción de ‘Segundo Romance’, acordes bellos, canciones maravillosas, y un público joven entregado al artista más importante de la música de habla hispana. Antes de que el concierto terminara, cuando comenzó ‘Cuando calienta el sol’, uno de sus guardias de seguridad nos hizo señas para que pasáramos detrás del escenario. Otra vez me encontré corriendo al encuentro de mi adorado, y para esto había que volver a brincar la valla. No quiero decirles el súper porrazo que me pegué cuando pisé mal y caí de rodillas detrás del escenario, pero el dolor no fue suficiente para detener mi carrera por el premio mayor: volver a tenerlo cerca de mí. Su equipo me situó donde no pudiese interferir con el operativo de salida del estadio (estaban listas las camionetas para trasladarlo), así que al término de la canción se despidió de su público y bajó las escaleras detrás del escenario. Nuevamente mi corazón enloqueció cuando se aproximó en dirección hacia donde me encontraba, momento que aproveché para tomarle una fotografía, y al acercarse me dio un muy tierno beso, para luego retirarse con mucha prisa hacia su hotel. Quedé literalmente en shock, e imagino que estarán pensando el porqué si ya lo había visto en muchas oportunidades, pero les juro que esa sensación se vuelve a experimentar como si fuese la primera vez. Este hombre provoca que una pierda el sentido, no escuche ni vea a nadie más que a él, y que levitemos entre las nubes. Está de más decirles que la experiencia de verlo nuevamente y compartir tanto tiempo con su staff fue irrepetible y encantadora.

Por supuesto que aquella noche nos hospedamos en el mismo hotel que Luis Miguel y su equipo, así que no perdí jamás la esperanza de encontrármelo en alguno de los pasillos. Y aunque esto no sucedió, valió la pena porque mi papá consiguió boletos para verlo al mes siguiente, información que no pudo proporcionarme en el momento por razones de trabajo, ya que no tenía la certeza de poder llevarme, por lo que prefirió que fuera una nueva y maravillosa sorpresa.

Cuando el día llegó, sábado 17 de diciembre de 1994, no les puedo decir con exactitud la hora pero mi papá me dijo: “Búscate un vestido elegante porque nos vamos al rato a ver a Luis Miguel a la Ciudad de México”. ¿Queeeeé?, respondí asombrada, no tenía ni una pizca de idea de aquel evento. ¿Vestido? ¿De dónde?, pensé, pero no pregunté demasiado, me limité a acatar las disposiciones y peticiones de mi papá. De inmediato encontré la solución, llamé a una amiga y le pedí prestado un vestido y, como me dijeron que había que viajar, lo puse en una maleta de mano. No entendía en qué ni cómo nos iríamos, y como pasaba el tiempo y no salíamos me puse muy ansiosa. Mientras el tiempo corría pensé que si a Puebla nos había llevado solo 2 horas, a México serían como 3, pero mi sorpresa fue mayor cuando supe que iríamos al aeropuerto porque el concierto era esa misma noche, la salida tenía que ser en avión porque si no, no llegábamos a tiempo. A las 8:00 p.m., ya arriba del avión, mi papá me pregunta…“Fanny, ¿Y el vestido?”, “Ay papá, pues en mi maleta de mano”, respondí, entonces mi acompañante de aventura me dijo muy amablemente “¡Sácalo mi reina y cámbiate porque del aeropuerto vamos directo al Premier!”. Ahora los invito a imaginarse la escena en la que hice toda clase de peripecias en mi asiento porque el baño del avión estaba ocupado, ¡Ahí me cambié de ropa! Estas cosas solo me pasaban a mí, arreglo y maquillaje de volada porque el vuelo solo duraba 40 minutos.

Cuando aterrizamos en Ciudad de México salimos directo (solo llevábamos maletas de mano, no nos detuvimos para nada), tomamos un taxi y súper rápido fuimos camino al Premier, un centro de espectáculos muy importante. Cuando llegamos todo el mundo estaba sentado, teníamos muy buenos lugares pero ya había gente ocupándolos. Una de las personas de producción me preguntó si me importaba quedarme parada recargada en el escenario y, aunque quise gritar de emoción ante este pedido, me contuve y respondí con un elegante y delicado “Claro que no, al contrario, gracias”. La peor parte le toco a mi papá, quien estuvo todo el concierto recargado en una de las salidas de sonido, y el pobre quedó prácticamente sordo. Cuando el concierto empezó sentía que me desmayaba por la cercanía increíble en la que me encontraba, podía tocar el escenario y sentirlo vibrar con la música, lloraba con cada canción, con cada movimiento que él hacía, pero fundamentalmente por la emoción de sentirme tan afortunada al vivir cada uno de aquellos momentos. Al comenzar los acordes de “Cuando Calienta el sol” viví un déjà Vu, cuando nuevamente una persona de su seguridad se acercó a mí para pedirme que lo acompañara. Tomé a mi papá de la mano y caminamos por unos pasillos interiores hasta llegar a unas escaleras antes de los camerinos, pues ahí debía esperar para verlo pasar. Al terminar el concierto lo tuve frente a mí, nos fundimos en un interminable abrazo que no quería que terminara, me dio un beso, y mi papá que sí estaba atento le pidió una foto. Micky traía barba en aquel momento, pero se veía igualmente maravilloso.

Debo confesar que a esas alturas, después de verlo en tantas ocasiones, aún me resultaba difícil dirigirme a él, no podía articular palabra al tenerlo ante mis ojos, me costaba respirar y sentía que la sangre se me helaba. El impacto que él ejercía en mí era tan intenso que lograba paralizarme por completo.

Aquí les dejo esa foto y mi boleto que, aunque no me aseguró una butaca, significó estar recargada en el escenario admirando de cerca a quien seguía dándole sentido y motivo a mis días, mis actos, mis noches y mis sueños.

Continuará…

 Fanny

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