La Moisés del Auditorio Nacional (Parte I)

Maria Eugenia Cabral
Últimas entradas de Maria Eugenia Cabral (ver todo)

2 de agosto de 2011                                                                     

La columna de hoy no será dedicada a mis vivencias, sino a las de una fan con mayúsculas. Cabe aclarar, como ya expresé en mi primera entrega, que en nuestra gran familia no existe el ser más o menos fan, no hay puestos, nombramientos, ni primeras ni últimas. 

Me tomo la libertad de escribir sobre ella porque Luis Miguel, con múltiples gestos, se ha encargado de demostrarle y demostrarnos que siente algo especial por su persona.

Su nombre es Martha Codó (Marthita) también conocida entre los fans como “La generala” y “La moisés del Auditorio Nacional”. Mexicana hasta la médula, persona digna de admirar e imitar en todos los sentidos y una súper fan de hueso colorado. Dedicó su vida a la educación de los más pequeños, transitando muchos de sus años como directora de escuela, y aunque hoy ya no ocupa ese cargo, continúa compartiendo con los demás el don que Dios le regaló, ese que lleva impregnado a fuego en su esencia.

 Dueña absoluta de un record Guinnes: asistió a 212 conciertos del Sol.

 ¿Cómo llegó Luis Miguel a su vida? Déjenme contarles cómo ganó su corazón y su eterna admiración. 

Marthita tiene dos hijas, las cuales escuchaban a Luis Miguel en sus comienzos, y mientras que ellas no hacían más que disfrutar de su tierna voz, para mi querida amiga era literalmente una inmensa tortura a su vida. No sólo debía soportar a este niño/adolescente cantando en su hogar, sino que sus alumnas traían su foto en sus cuadernos y carpetas, y hasta entonaban sus canciones provocando en ella una ira incontrolable. No dejaba de regañarlas y de intentar hacerlas entrar en razón de que este personaje era solo producto de la publicidad, de la moda, con aspecto de payaso, con una imagen que no le gustaba y por si esto fuera poco, la remataba con: “el chico no canta bien”. No quedan dudas de que se valía de su ignorancia y terquedad, para emitir semejante blasfemia, ya que sólo había tenido la oportunidad de escuchar “Ahora te puedes marchar”.  

Un día, encontrándose aburrida en un centro comercial, le llama poderosamente la atención unas imágenes que se reproducían en una gran pantalla, y una canción interpretada sublimemente que logra hipnotizarla. Para su sorpresa, el dueño de esa majestuosa voz era nada menos que Luis Miguel cantando “Fría como el viento”.  A continuación escuchó en el lugar “Culpable o no”, motivo que la llevó a replantearse innumerables cosas. Corrió a su casa a buscar el cassette de sus niñas y escuchó atentamente una a una las canciones, es más, lo hizo en repetidas oportunidades. Como mujer inteligente que es, pidió disculpas y asumió estar errada en cuanto a Luis Miguel, pues manifestó que el muchacho sí tenía ángel y cantaba como los dioses. 

Luego llegó “20 años”, su disco favorito y ni hablar cuando grabó “Romance”, terminó de conquistarla cantando “Contigo en la distancia” su bolero predilecto.

Con lo relatado puedo confirmar el dicho popular: “Del odio al amor hay un sólo paso”, ya que Martha lo amó incondicionalmente desde el momento en que lo descubrió.

Como ya se había privado unos cuantos años de disfrutarlo, decidió recuperar el tiempo perdido, y desde entonces no dejó de asistir ni a un sólo concierto en su México querido. 

El Auditorio Nacional es su segundo hogar, ya que concurre desde hace más de 14 años a la maratón de conciertos que Luis Miguel brinda en dicho recinto. Ahí todo mundo la reconoce, desde los fans, músicos, gente del lugar y hasta los guardias, quienes apenas la divisan entre la multitud, se disponen a abrirle camino ante su paso firme con destino al escenario. De aquí surge lo de “La moisés del Auditorio Nacional”, frase  más que acertada, con la que la bautizó una fan de España (nuestra querida amiga María José) al observar noche tras noche cómo la marea humana se dividía en dos, para propiciar el encuentro entre Luis Miguel y Marthita.

En el 2003, esta fan empedernida comenzó un ritual show tras show. La canción “Te necesito” se convirtió en testigo de un pequeño agasajo a Miky. Éste constaba de algún regalito (muñequitos, paletas, rosas, etc.) y él lo esperaba cuál niño, agradeciéndole con un fuerte apretón de mano, una guiñada de esos ojos verdes y cuando la suerte estaba de su lado, con un beso en la mejilla. 

Con el correr de los conciertos, ya la imaginación de Martha no sabía a qué cosa recurrir para sorprenderlo, por lo que decidió entregarle una rosa cada noche. 

En el tour “México en la piel” la ceremonia de la rosa continuó, es más, los guardias por si solos, en la canción protagonista de esta bella historia, abrían paso a Martha para que hiciera entrega de su presente y Miky no dejaba de aguardarlo cada noche. Lo realmente impactante fue lo sucedido, en uno de los conciertos en el Auditorio, cuando los fans coparon el lugar que separa el escenario de la primera fila, imposibilitando a Martha el llegar a su destino y cumplir su objetivo. Si ustedes creen que Luis Miguel no se percató de ello están muy equivocados, no dejó de buscarla con su mirada entre la gente, y cuando por fin la encontró, casi llegando al final del show, le realizó un gesto corporal en reclamo de su rosita.

¿Qué cosa no? desde el tour “CómplicesLuis Miguel obsequia rosas a sus fans justamente en “Te necesito” (saquen sus propias conclusiones). 

Marthita, al recibir sin excepción en cada show su florcita, hoy es dueña de un gran tesoro (por no decir de un nuevo record): tiene en su poder 41 rosas blancas. Es conmovedor ver a Luis Miguel correr a su encuentro en cada concierto para retribuirle, con este hermoso gesto, el cariño que ella le profesa.

 El amor que Martha siente por este ser único es incalculable, y tan grande, que la ha incentivado a aventurarse, animándose a conocer otras latitudes. 

En busca de la magia de Luis Miguel ha viajado no sólo por diferentes estados de México (Veracruz, Acapulco, Puebla, Guadalajara, Oaxaca) sino también por distintas partes del mundo. Ha visitado mi amada Argentina, Perú (en 2 oportunidades), EEUU (Nueva York, Las vegas, San Antonio) y España (Marbella). 

De todos éstos lugares, hay dos que fueron testigos de momentos maravillosos vividos junto al Rey, y que aún hoy, después de releer más de una vez estas historias, provocan en mí lágrimas de emoción al imaginarme, tan sólo un instante, estar en los zapatos de Marthita.

Uno tuvo de escenario a la ciudad de las luces y de la diversión: Las vegas. Allí Luis Miguel festeja cada 15 de septiembre, desde hace años, la Independencia de México, razón que reúne a fans de diferentes partes del mundo para acompañar al Sol en dicha celebración. 

Martha se encontraba con amigas de su tierra y de España paseando por un famoso hotel, ya entrada la noche, cuando algo acaparó sus miradas y su atención. A lo lejos, en una sala del casino de grandes apuestas, divisan primero a los guardias de Luis Miguel, luego a su manager y cuando aún no salían de su estupor, ven entre ellos a Miky emprendiendo la retirada del lugar. Quedaron estupefactas, sobre todo Martha que no lograba reaccionar. La gente del lugar ya había caído en la cuenta de lo que estaba sucediendo y no dejaban de corear el nombre de Luis Miguel. Cuando la comitiva y nuestro Rey pasaron a unos metros de ella, sólo atinó a gritarle también su nombre seguido de: “Soy Martha”. Acto contiguo, Miky detiene su marcha de inmediato, gira para buscarla entre la gente que se había agolpado en el pasillo, la señala y se dirige a saludarla. Aún no sabe cómo sus piernas lograron sostenerla, porque ella también corrió a su encuentro y se fundieron en un gran abrazo que se prolongó por varios minutos, donde se dijeron cosas al oído cómplicemente (Diosito, ruego que si algo similar me sucede, haya a mano un desfibrilador). ¿Quieren saber qué se susurraron? Pues tendrán que esperar hasta la próxima columna.

Continuará…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


Mira también
Cerrar
Botón volver arriba