Sintiendo a México en la piel

Euge Cabral
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Queridos lectores, quiero compartirles mi nueva colaboración para “El mundo de Regina”. Espero la disfruten tanto como yo, al recordar estas hermosas vivencias junto a Luis Miguel.

Les comparto también allí, importante material fotográfico que ilustra cada uno de los relatos.  Aprovecho para desearles una muy Feliz Navidad y un próspero Año Nuevo. Que sea un año que nos encuentre con salud, paz y felicidad, y con mucha música de Luis Miguel para seguir deleitándonos con su voz y su talento.


Luego de mi primera experiencia en vivo vinieron muchísimas más, pues jamás falté a ningún concierto de Luis Miguel en mi ciudad. Para que tengan una idea más precisa, respecto a sus visitas, en promedio ha venido año de por medio, aunque hubo un par de periodos más largos, y tiempos gloriosos en el que nos visitó dos años seguidos. 

En 1989 tuve la dicha de verlo dos veces en el lapso de un mes, un concierto en mi ciudad y otro en una localidad serrana a unos 45 minutos de distancia. Este último concierto lo recuerdo con mucho cariño porque fue la primera vez que lo tuve bien cerca (estaba en segunda fila), y logré un contacto visual.

Además fue súper especial porque Luis Miguel lo iniciaba con una puesta en escena diferente,

ya que ingresaba al escenario vistiendo igual que sus técnicos, con overol blanco y una gorra del mismo color, para aparentar controlar los micrófonos y equipos de retorno, estrategia que usaba para despistarnos por completo.

Nunca imaginamos que aquel overol blanco escondía un impecable traje de vestir, y que aquella gorra impedía que nos percatáramos de un rostro y un cabello inconfundibles. Para quienes no tuvieron la oportunidad de vivir esta experiencia, les cuento que cuando esperábamos la entrada triunfal de Luis Miguel, por algún lateral del escenario, él nos sorprendía apareciendo en nuetras narices como por arte de magia.

Resultó que mientras la banda desplegaba todo su arte con una gran introducción, aquel supuesto técnico se arrancaba el overol de un solo tirón y, lanzando por el aire aquella gorra, develaba su identidad ante un público que no podía creer estar viendo al mismísimo Luis Miguel. 

El tiempo pasó y mientras lo hacía llegó la tecnología a nuestras vidas, así fue como empecé a conocer e interactuar con fans de todas partes del mundo, primero en unas listas de Yahoo, y luego en un foro de discusión que se llamaba “La casa de Luis Miguel”.

En el año 2004 conocí a Martha Codó, la fan número uno de Luis Miguel, la que con el tiempo se convirtió en una de mis mejores amigas, y en la consentida de ‘El Sol de México’. Ella se hizo famosa por su amor e incondicionalidad a Miky, y por tener el récord de conciertos asistidos: 338.  

Lamentable y repetinamente falleció este 2020 a consecuencia de un paro cardíaco, pero más adelante le dedicaré un espacio para que puedan descubrir el gran amor y la hermosa relación que había entre Marthita y Luis Miguel.

Regresando a esa época en la que participaba de aquel entrañable foro, allí conocí a una fan de mi ciudad que me contactó con otro grupo, con el que emprendí una verdadera aventura, puesto que fuimos las pioneras en esto de acampar a la intemperie durante varios días, con tal de conseguir la mejor ubicación para ver a Luis Miguel.

¿Qué cómo le hicimos?

Pues muy fácil, nos organizamos con una grilla de días y horarios. Habia que cubrir 4 días completos, así que formamos equipos de dos personas, los que iban a ser relevados para abarcar las 24 horas de cada jornada. 

Fui la primera en llegar al lugar, donde íbamos a pasar los próximos 6 días, ante la mirada incrédula de los guardias de seguridad del recinto. Ahí nos quedamos, faltaban casi 96 horas para verlo, no había carpas donde guarecernos de lluvias, resguardarnos del viento ni del frío, sencillamente porque no se permite al ser un estadio que se encuentra dentro de un centro comercial, en una zona muy exclusiva de Córdoba.

Al otro día ya dimos de qué hablar a los medios, nos visitaron todos: diarios, programas de televisión y radios. Nos catalogaron como las locas que esperábamos días por ver a Luis Miguel, algo que no había pasado jamás con otro artista, y que ellos no podían concebir lógico.

Cuando llegó el quinto día, fecha del primer concierto, el alba nos encontró a todas apostadas en aquel lugar, pese a un gran diluvio que azotó la ciudad desde las primeras horas. Bajo una cortina de agua ininterrumpida permanecimos firmes tras nuestro objetivo, ya que el orden de llegada definía nuestra ubicación dentro del recinto.

Por supuesto que aspirábamos al mejor sector, pegado al escenario, pero éste implicaba un esfuerzo mayor porque no contaba con butacas, había que estar de pie, pero estábamos dispuestas a darlo todo. Si alguien me hubiese dicho que un día iba a estar 15 horas de pie, y bajo la lluvia, le hubiese dicho que era totalmente imposible. Pero cuando tienes en claro lo que deseas, y que solo tú eres artífice de tu destino, lo imposible se vuelve posible. 

Los nervios que se viven afuera, hasta que la gente encargada de abrir las puertas dispone dejarte ingresar, son algo indescriptible.

Te duele el estómago porque lo tienes literalmente anudado. Nunca faltan las personas que quieren arrebatarte el lugar aprovechándose de alguna distracción producto del cansancio, la adrenalina te desborda, y te gana la desesperación cuando piensas que estar en el paraíso depende de la carrera que emprenderás con el último aliento que conservas.

Pero a pesar de las contrariedades, absolutamente nada nos detuvo y conseguimos nuestro mayor deseo, ése que veníamos añorando: ver a Luis Miguel como nunca antes, a un metro de distancia durante dos horas de concierto. Fue un 16 y 17 de noviembre del año 2005, venía a presentar su más reciente disco “México en la piel”, acompañado por la agrupación “Mariachi Sol de México”

Al ver el lugar de privilegio en el que nos encontrábamos, no pude contener las lágrimas cuando tomé consciencia de que lo tendríamos al alcance de nuestras manos. Nunca olvidaré esos conciertos porque literalmente pude ver hasta los poros de su piel, descubrir el inigualable verde de sus ojos, disfrutar de esa sonrisa que te detiene el corazón, y estrechar su mano por primera vez. 

Cuando hicimos contacto visual, recuerdo que interpretaba “La barca”, sentí que el tiempo se detuvo, que no había nadie más en el lugar, solo él y yo, y todo parecía transcurrir en cámara lenta. Un detalle único y especial fue sentirme embriagada con su exquisito perfume, el que me llevé conmigo impregnado en la piel.

Otro momento inolvidable fue verlo irrumpir en el escenario vestido de charro y acompañado por el Mariachi,

experiencia totalmente nueva para un público que se estrenaba con este género de la música tradicional de México. Emocionados coreamos a viva voz aquellas rancheras, y el amor de Luis Miguel por su tierra nos hizo sentir en primera persona lo que significa llevar a México en la piel.

Sin dudas que el roce de su piel con la mía, su sonrisa, su perfume, su dulce voz y su mirada, fueron la recompensa perfecta para días de grandes sacrificios.

Esa misma noche en que lo despedí, Luis Miguel se trasladó a Chile para continuar con la serie de conciertos previstos, pero antes debía asistir a un evento muy especial: la presentación en sociedad de su vino “Único, Luis Miguel”. En mi próxima entrega prometo contarles en detalle la historia de cómo y cuándo nació este gran vino, y los pormenores de su  presentación, aquel 18 de noviembre de 2005.

Euge Cabral

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