Adolescente soñador

Euge Cabral
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Hoy amanecimos con un día primaveral en Córdoba y luego de la ola polar que azotó a mi país últimamente, en especial a mi ciudad, necesitaba salir a disfrutar del sol y el aire de mis sierras. Mientras viajo hacia mi destino y mis ojos se pierden en el horizonte del paisaje, una vez más Luis Miguel se hace presente en mis recuerdos. Así que aprovecho y tomo mi computadora para dejar registradas en palabras cada imagen que dibuja mi mente, esas que van apareciendo como flashes a medida que avanzó en el camino.

Coincidentemente, quizás a consecuencia del destino o no -quien sabe-, mi razón viajó hacia mi adolescencia a un acontecimiento en el que casualmente tenía la misma edad que la de mi invitado de honor en esta columna: 14 años, ¿Quién no quisiera volver a tenerlos?

Se preguntarán… ¿Qué trasladó mi pensamiento hacia el año 1989? -les tengo prohibido hacer cuentas de mi edad-, y la respuesta es fácil de dilucidar si lo piensan un minuto y, además, se contesta con otra pregunta: “¿Será que todo nos recuerda a él?”

En este largo, precioso, emocionante e inolvidable camino recorrido como fans de Luis Miguel, suena bastante lógico pensar que muchos sitios nos trasladan hasta él. Sin ir más lejos, en mi ciudad siempre se queda en el mismo hotel -perteneciente a esa famosa cadena que tanto le gusta- y cada vez que paso por el frente, desde hace años, realizo el mismo ritual: miro hacia arriba, más precisamente con dirección al último piso donde está la habitación presidencial, y no puedo contener ese gran suspiro que nace desde mis entrañas, mismo con el que revivo momentos memorables y expreso sin palabras mi profundo deseo de volver a verlo.

Lo mismo me ocurre cuando mi camino me lleva por el estadio Mario Alberto Kempes, ex Chateau Carreras; si no hay noticias de show siento una mezcla se sensaciones, pero la que más me pesa es la nostalgia de extrañarlo tanto, porque ese lugar ha sido testigo de muchísimas de nuestras citas en las que fuimos plenamente felices -él y nosotros. Todo cambia si hay novedad de un concierto inminente o si ya tengo el ticket en mano… busco la excusa perfecta para pasar por el estadio con tal de imaginar nuestro próximo encuentro.

Pero esta vez no es un estadio el que me invita a revivir mi adolescencia, sino el camino que recorro para realizar el paseo y el marco en el que lo hago: papá nuevamente está al mando del volante con mamá de copiloto y yo, en la parte trasera, como cuando fui una niña. Viajamos con sentido noroeste sobre la ruta que une varias localidades turísticas de mi provincia, una de ellas llamada Cosquín, lugar al que también me llevó, hace exactamente 24 años, para ver a Luis Miguel. El viaje no es largo, dura aproximadamente hora y media -quizás menos-, y en el transcurso uno se deleita con preciosos paisajes en los que las sierras son protagonistas.

En aquel tiempo Luis Miguel se presentó con su show en un festival llamado “Febrero Musical” en la Plaza Próspero Molina de dicha localidad, lugar donde cada enero -hasta la actualidad- se realiza un festival folclórico de canto, música y danza tradicional de mi país desde hace más de 50 años -cabe aclarar que es el más importante y convocante de la Argentina. Como si fuera hoy, recuerdo cada detalle de esa noche. Ya en esa época me vestía pensando en mi Rey -la idea era estar lo más linda posible ante sus ojos- y así fue que lucí una blusa blanca, con mis hombros descubiertos, unos jeans, y mi pelo -largo- suelto al viento. No voy a entrar en detalles respecto a este concierto porque lo hice en mis primeras columnas, ¿Recuerdan cuando les conté que Luis Miguel salió a escena disfrazado con el atuendo de la gente que provee asistencia a los equipos?, bueno, este precisamente fue el show en que nos sorprendió.

Algo que quiero destacar tiene que ver con la tienda de discos donde compré mi tan preciada fila 2 para tal evento –ticket que aún conservo cual tesoro-, la que está en el mismo sitio desde hace años y es otro de los lugares que para mí es sinónimo de Miky.

No deseo extenderme más porque el relato de hoy no sólo es imperdible, sino fuera de serie como pieza única de colección. Cada día me convenzo más, de que esta capacidad de asombro -la que nunca pierdo al conocer cada una de las historias de los fans- es también parte de la magia de Luis Miguel.

Actualmente, ¿Quién diría que un niño-adolescente se sentiría identificado con las letras de Luis Miguel? ¡Y no sólo eso! ha logrado conectarse con él a través de su música y su voz.

Este hombre pequeño es casi una especie en extinción porque cierta y penosamente entre los jóvenes se ha perdido el romanticismo. Con conocimiento de causa, les cuento que ellos piensan que eso de ser sensible y apasionado es algo pasado de moda y motivo de burlas severas e interminables. Razón por la cual valoro y admiro aún más al protagonista de esta columna, quien abrió su corazón para compartirnos su valiosa experiencia como fan de “La voz del romanticismo”:

Me llamo Juan Antonio, soy de España y tengo 14 años. Descubrí a Luis Miguel el verano pasado gracias a mi madre, ya que se encargaba de  reproducir sus discos diariamente y por ende… yo los escuchaba.

En un primer momento pensé que ese había sido mi primer contacto con Luis Miguel, pero estaba muy equivocado, porque luego supe que ella ya los escuchaba durante el embarazo, o sea… ¡Le conozco desde siempre!

Me da mucho gusto poder contar en esta columna lo que Luis Miguel me hace sentir, porque por sobre todas las cosas es una felicidad indescriptible.

Antes de reencontrarme con su voz me la pasaba buscando cantantes y grupos con los que me pudiera sentir identificado con sus letras, necesidad que surgió porque se despertaron en mí sentimientos hacia una chica, y créanme que esa búsqueda finalizó cuando escuché a Luis Miguel! Él logró transportarme y colmarme de felicidad, por fin cantaba e interpretaba lo que mi corazón sentía.

He pasado horas tras horas pegado a sus canciones, cantándolas, saboreándolas, disfrutándolas, escribiéndolas y aprendiéndolas para dedicárselas a mi chica… en fin, siento que sólo él comprende cómo me siento y a través de sus canciones logro expresarme.

Cada vez que tengo dificultades o ganas de llorar sin saber el porqué (me dicen que es normal porque estoy creciendo) le escucho y todo a mi alrededor se transforma, me cambia el humor y todo vuelve a estar bien.

Como bien dice Luis Miguel… “En esas noches que no concilio el sueño” con sólo escucharle entro en trance y parece que todo a mi alrededor cambia de color y el tan ansiado descanso llega por fin.”

Juan Antonio

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