Es inmenso el sacrificio, pero más grande aún es la recompensa (Parte II)

Maria Eugenia Cabral
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El pasado sábado 1 de junio Luis Miguel retomó su tour en Phoenix, Arizona, el que lo llevará por diferentes ciudades de EEUU durante el mes de junio y los primeros días de julio. En su regreso se lo vio feliz y  renovado, pues sin dudas este tiempo de descanso ha sido muy provechoso para recargar energías. No quiero dejar pasar la oportunidad de recordarles las fechas en que estará visitando cada ciudad, porque aún tienen posibilidades de asistir a un concierto en el que viajarán a través de sus sensaciones hacia el éxtasis total.

Y mientras seguimos de cerca esta nueva etapa de su gira, llegó el momento de compartirles lo que vivimos con Luis Miguel en su primer concierto en Argentina, más precisamente en Córdoba el 26 de febrero de este año. Si vienen siguiendo el hilo de esta historia recordarán que finalicé mi columna anterior contándoles que el reloj había marcado nuestra hora de salida hacia el lugar donde concretaríamos el sueño por el que tanto habíamos trabajado. Así fue como la luz del nuevo día nos encontró desmantelando el campamento que, 15 días atrás, habíamos armado con tantas ilusiones. Al empacar nos embargó la emoción no solo porque indicaba que estábamos próximos a recibir nuestra gran recompensa sino también por los instantes vividos durante la espera, recuerdos que se agolparon en el pensamiento como imágenes de un tráiler de película.

Minutos después la seguridad del lugar nos trasladó a los pies del puente que nos conduciría al paraíso mismo. Mi expresión anterior es literal, puesto que supe contarles hace algunos años que el ingreso a este maravilloso estadio Superdomo Orfeo se hace a través de un puente que une el centro comercial con el recinto, nexo que sin dudas separa la realidad de los sueños hechos realidad.

Una vez allí, posicionados en segundo lugar, nos dispusimos a respirar tranquilos y a desayunar para recargar energías con el fin de sobrellevar las 19 horas que teníamos por adelante. Si había algo que nos identificaba como grupo, además de la hermandad, el perfil bajo, y los mismos valores, era la bandera de mi columna ‘Diario de una Fan’, la que nos acompañó en todo momento.

El clima nos acompañó con un sol radiante y una fresca brisa que nos trajo alivio después de haber tenido que soportar una sensación térmica de 42 grados. Durante toda la jornada desfilaron los medios de comunicación locales y nacionales, quienes a través de las entrevistas supieron llevar a los hogares argentinos la emoción y la algarabía que se estaba viviendo en la antesala del concierto más esperado del año. Las horas pasaban y la ansiedad se tornaba directamente proporcional, pues la cuenta regresiva estaba llegando a su fin y el corazón lo sabía.

Aquel último tiempo de espera fue más que grato para mí ya que muchos fans, antes de ubicarse en la fila, se tomaron el tiempo para acercarse a saludar a esta servidora. Si bien les he dicho que nunca me he sentido ni me sentiré más que otro fan por tener la fortuna de contar con este espacio en un medio de comunicación, sí puedo expresarles que a razón de ello me siento bendecida cuando recibo palabras de cariño y agradecimiento. Créanme cuando les digo que estoy infinitamente agradecida a ustedes por el valioso tiempo que emplean en leer y comentar mis columnas, y no pueden llegar a imaginar lo que me hacen sentir cuando me dicen: “Gracias por ser la voz de los fans”, “Gracias por hacerme emocionar y vibrar con tus relatos”, “Gracias por llevarnos contigo de viaje y hacernos partícipes de tus vivencias”, “Gracias por quererlo de verdad, respetarlo y admirarlo tanto”, “Gracias por acercarnos a él”. Realmente ese día fue intenso, me sentí dichosa al recibir palabras cargadas de tantos sentimientos, las que sin dudas me impulsan a seguir alimentando la pasión por escribir esta columna.

Cuando estábamos a 30 minutos de la apertura de las puertas del recinto el corazón parecía salirse del pecho porque llegaba el momento de afrontar lo más difícil de esta aventura: salir ilesa de la estampida que se produce al ingresar al lugar y, como si esto fuera poco, tratar de lograr una buena ubicación a los pies del escenario. Esos minutos se vuelven interminables, se respira ansiedad, tensión e incertidumbre porque no sabes cómo resultará todo. Hay muchos factores que pueden o no llevarte a la victoria, los nervios pueden traicionarte en la carrera, y la ineptitud de unos cuantos empleados pueden echar por la borda 15 largos días de esfuerzo. Tomando en cuenta que algo de esto podía suceder pactamos correr con la mirada puesta en el horizonte sin detenernos a socorrer a nadie del equipo, puesto que el objetivo consistía en llegar cuanto antes a la meta ansiada (la valla) y guardar lugar para quien se hubiera topado con alguna contrariedad.

Cuando la seguridad autorizó el ingreso comenzamos a subir aquel puente tomados de las manos, para que nadie intentara apropiarse de nuestros puestos en aquella extensa fila, y el nerviosismo alcanzó su pico más alto. Les juro que podía sentir los fuertes latidos del corazón retumbando en mi pecho y la boca extremadamente seca. Había llegado la hora de la verdad y la conquista de una buena ubicación no solo dependía de la velocidad de mis piernas sino también de mantener la calma.

Todo iba bien hasta que pasé al personal de seguridad que examina las pertenencias, pues iba solo provista de mi bandera, pero mi situación comenzó a complicarse a partir del primer control del ticket. La persona encargada lo tomó en sus manos y al tiempo que lo sostenía se dedicó a intentar que el público se ordenara, mientras el resto de la gente pasaba rápidamente por otros puestos habilitados. Cada segundo transcurrido parecía un siglo y disminuía notablemente las posibilidades de lograr mi cometido. Luego de implorarle que se apresura a checar la veracidad del ticket me lo devolvió, instancia en la que pude retomar la carrera durante los siguientes 50 metros hasta el próximo control. Allí me topé con otro ineficiente empleado que pretendía lograr la calma de los asistentes, y luego formarnos en una nueva fila para volver a verificar el famoso ticket, requerimiento que nos ponía en desventaja puesto que en el extremo opuesto del recinto se hacía uso de un ingreso extra al sector al que aspirábamos. Luego de sortear este obstáculo me esperaba el último tramo de la maratón, quizá el trayecto más difícil, por lo que temerosa emprendí el veloz descenso a través de unas largas y peligrosas escaleras que me llevaron a las puertas de la gloria. Lamento contarles que se equivocan si piensan que ya nada podría detener mi marcha, puesto que aún debía vivir la odisea final.

Continuará…

Euge Cabral

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