Un deseo que nació desde la profunda admiración por Luis Miguel
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No puedo evitar comenzar a escribir esta columna sin mencionar lo difícil que ha sido aceptar que el querido Alberto Aguilera Valadez, más conocido como Juan Gabriel, El Divo de Juárez, ya no esté entre nosotros. Grande ha sido su legado a la música, por eso el mundo entero lamenta su partida. Como no podía ser de otra manera, su arte estuvo ligado a la carrera de Luis Miguel, cuando ‘El Rey’ tuvo la dicha de interpretar dos de sus obras en su primer trabajo discográfico, “Luis Miguel… Un Sol”, cuyas canciones recuerdo con mucho cariño porque a través de ellas descubrí la única voz capaz de acariciarme el alma.
“Mentira” y “Lo que me gusta” formaron parte del disco con el que Miky inició su carrera, y aunque después de aquella oportunidad Juan Gabriel no volvió a participar de otra de sus producciones, sí lo hizo como actor en el videoclip de la canción “La media vuelta“. Es evidente que Luis Miguel le tenía un cariño y admiración muy especial y que esos sentimientos fueron mutuos, basta con ver las imágenes inéditas del tiempo compartido en el set de filmación de aquel video, para ser testigos del profundo cariño y respeto que se profesaban (video que encuentran al pie del texto).
El pasado sábado más de 100.000 personas despidieron sus restos en Ciudad Juárez, pues fue ahí donde creció y dio sus primeros pasos como artista, mientras que ayer prosiguieron los homenajes en el Palacio de Bellas Artes en Ciudad de México, siendo el recinto que lo consagró como ídolo en su propia tierra, al ser el primer cantante popular en dar un concierto en ese lugar.
Hay personas que vienen al mundo a dejar una huella y Juan Gabriel ha sido una de ellas, porque a pesar de que muchos no hemos seguido de cerca su carrera, él logró cautivarnos con su peculiar personalidad. Hoy toca sufrir su pérdida física, pero nos queda el consuelo de saber que vivirá eternamente en sus canciones y en nuestros corazones.
Luego de este pequeño tributo a ‘El divo de Juárez’, deseo platicarles del protagonista de la columna de hoy, el que casualmente es un gran músico y compositor. Siempre digo que nada es casualidad sino todo lo contrario, y el hecho de haber leído un texto que escribió Agustín para su blog confirma mi teoría. Su fascinante historia no me dejó titubear ni un instante a la hora de convocarlo a participar de esta columna, y fue una invitación que aceptó gustoso y con mucho entusiasmo. Estos días hemos estado comunicándonos por esta razón, y cada una de esas pláticas me ha permitido descubrir al apasionado fan que hay detrás del excepcional músico y ser humano. Nunca dejará de sorprenderme la sensibilidad que nos caracteriza a los fans de Luis Miguel, y ésta ha sido una cualidad que hemos sabido explotar gracias a él, cuando su voz nos transporta al paraíso mismo. Otro denominador común está ligado a un sueño que involucra a Luis Miguel, anhelo que no sabemos con certeza si será concedido en esta vida, pero que lucharemos por concretar hasta el último respiro.
Ya no quiero extenderme más, pues imagino estarán deseosos de conocer el interesante relato que tengo para compartirles:
Me llamo Agustín Manuel Martínez, soy español, y dedico mi vida al piano. Quiero contaros mi vida musical entorno a la figura de Luis Miguel en sentido inverso, partiré desde el presente e iré hacia atrás. Ahora soy muy consciente sobre un hecho: ¡Hay que escoger muy bien los deseos! porque imaginar, concebir mentalmente algo, es el primer paso para su materialización final, para que tu pensamiento acabe transfigurándose en realidad, en un hijo de carne y hueso; ser creativo tiene ese “riesgo”, como la música, que primero se siente y piensa, aparece interiormente y luego acaba escrita y se exterioriza hasta ser escuchada por los demás. Esta es la historia de una ilusión que se iba haciendo más intensa año a año, y os la contaré tal cual sale de mi corazón, con una pizca inevitable de buen humor porque tengo genes andaluces.
Uno de los alicientes de residir donde vivo actualmente, más al norte, es que es una ciudad en la que la tradición de los boleros melódicos (en cuatro por cuatro) de inspiración hispano-americana (no hay que confundirlos con el bolero folklórico español, en tres por cuatro) está viva, algo que me sorprendió mucho cuando “aterricé”, pues pensaba que sólo lo podría disfrutar plenamente en los cuidados discos de la serie “Romances” de Luis Miguel. Cíclicamente, en mayo se reúnen las rondallas, grupos vocales con algunos instrumentos como guitarras, laúdes, contrabajo y/o pequeña percusión, y “rondan” (ofrecen una serenata) a las mujeres que escuchan desde sus balcones o ventanas (previamente citadas, pues hacerlo al tuntún podría significar una buena salpicadura de un cubo de agua gélida). Algunas veces he acompañado esas serenatas con algunos de los mismos boleros que canta Luis Miguel, a las dos o más de la madrugada, con un armonio portátil o unas claves.
Como habéis deducido ya, me he mudado de casa en varias ocasiones por razón laboral, por los distintos destinos en los que he ejercido la docencia del piano y la improvisación musical. Lo que nunca faltó en la maleta ya lo podréis intuir: los discos de Luis Miguel. Por desgracia, un gran tanto por ciento de la música que se “escucha” actualmente (y diría que ni siquiera eso, que no llega a escucharse sino que se oye, que es la escucha más inactiva o pasiva, aquella en la que no se presta suficiente atención a lo que suena) muestra un grado de empobrecimiento armónico supino.
Cuento esto porque viene a colación, por contraste, con lo que yo apreciaba como músico sobre Luis Miguel. Realmente llama la atención cómo con las voces mínimas, a veces hasta sólo dos y con sólo cuatro acordes, casi siempre los mismos y en el mismo orden: do sol la fa ó la fa do sol (lo que me gusta ilustrar didácticamente en música como el efecto “jamón-monja”), el público acepta acríticamente y no aborrece esta reiteración, uniformidad, homogeneidad por no llamarle falta de originalidad e inventiva que se aprecia en muchas canciones de la música actual, que puede conducir directamente al “cuasi-aborregamiento” de las masas, pues así parecen ser tratadas en base al tipo de sustancia musical que se les ofrece. Es lógico pensar que simplificando tanto un producto musical, de consumo rápido y de calidad ínfima, algunos comerciantes de esta industria intenten llegar a más audiencia.
Pues bien, por oposición, la música de Luis Miguel ha mostrado siempre un standard artístico altísimo, con unos arreglos instrumentales soberbios, impresionantes y magistrales, con unas progresiones de acordes absolutamente logradas, con gran densidad, un mínimo de cuatro y hasta seis voces distintas simultáneamente conjugadas. Es decir, un reto (salvable con estudio) para los músicos que deseen reproducirla con solvencia y un goce estético impresionante para aquellos que degustan música con paladar mínimamente educado o selecto. Analicen musicalmente, por ejemplo, las modulaciones de “Ayer“, una obra magistral en su género, a mi juicio, armónicamente hablando.
Una vez en clase de acompañamiento musical cité a Luis Miguel y lo interesante que me parecían sus arreglos, así como lo difícil que me estaba suponiendo encontrar sus partituras originales. Una alumna (que no sabe hasta que lea esto que no olvidaré jamás su gesto) debió notar, por mi tono apasionado al hablar, que me hacía mucha ilusión y motu proprio e inesperadamente me regaló su ejemplar de la partitura de piano del disco “Amarte es un placer“. Lo que no encontré en partitura lo he ido sacando de oído, como cuando de muy joven transcribí a papel muchos temas de Rocío Jurado para acompañar a una cantante en directo, pues no había partitura disponible en el mercado. Esto siempre ha sido algo que le llamó mucho la atención a mi entorno, pero yo no lo percibo como meritorio pues no me cuesta esfuerzo alguno, para mí sería el mismo que supone para cualquiera, escribir una frase del lenguaje cotidiano que escuche al dictado.
Cuando se escuchó por primera vez en España “La Bikina“, creo que gané algún punto con mi pareja de entonces porque, luego de que ambos la escucháramos en la radio del coche, se la interpreté al piano en casa. Por cierto, pido perdón público si fui algo insistente con mis gustos musicales por Luis Miguel en mis andanzas amorosas, lo usé como estrategia de seducción con mis amadas (hay que aclarar, fueron sucesivas, no simultáneas) pues siempre fui un romántico empedernido y convencido. Vale, lo reconozco, lo sigo siendo… Luis Miguel siempre rondó por ahí… Es broma, no me arrepiento para nada de contar con esta banda sonora de mi vida también en esos momentos. A más de una seguro que he convencido para la “causa” con esas sesiones de iniciación musical. Alguna puede que no lo reconozca, pero creo que en toda mujer late siempre, en lo más profundo de su ser, algún verso de las canciones de ‘El Rey’.
¡Y cuántas horas he tocado su obra en soledad, en la intimidad con el piano! (los que son pianistas de verdad saben a qué me refiero, y supongo que, como yo, reconocen a este instrumento como una suerte de amada ideal, por decirlo con el nombre de una canción de Luis Miguel, “La incondicional“). Era puro deleite acompañar al piano su voz proveniente del disco, o practicar el transporte con sus canciones, especialmente con mi favorita, su versión de “El día que me quieras“. A veces pensaba que los vecinos estarían enfadados conmigo por insistente, pero la suerte me acompañó y nunca he tenido problemas con los distintos vecindarios, ya que tocaba haciendo los descansos oportunos, en horas razonables y en cantidad de tiempo saludable, como dentro de los límites de decibelios marcados legalmente, algo importante a respetar. Al final más bien el “problemita” era mío, porque querían escucharme “en vivo” y no a través de una pared… Broma aparte, les invité a casa con gusto.
Mi mujer es coach vocal, y cada vez que viene algún alumno que canta sus canciones me abalanzo al piano para acompañarles. Vivir la música es así: ¡Todo un disfrute!
Si continúo retrocediendo en el tiempo hasta finales de los noventa, me hallo en un asiento de hormigón en el velódromo Luis Puig de Paterna, Valencia, en su concierto. Aquel fue mi primer concierto multitudinario, pues nunca antes había visto tantas personas concentradas en un mismo lugar, ávidas de una experiencia musical total. La entrada no era barata, hay que decirlo, pero la pagué con mucho gusto pues por su calidad valía mucho más de lo que costaba, y por esa cantidad yo esperaba estar sentado en un mullido sillón, en una mesa en penumbra cerca del escenario, pero hete aquí que estaba bien lejos, rodeado de miles de fans que gritaban cada nota del recital, y la que tenía justo a mi derecha se sabía también todo el repertorio, especialmente la letra… porque, la música… ¡no dio ni una! Como es habitual Luis Miguel se entregó a su auditorio prodigando un buen ramillete de sus emocionantes variaciones melódicas improvisadas, ícono de la autenticidad y sinceridad de su arte, y fue generosísimo con las propinas. El respeto a su público es algo que lleva a rajatabla. Lo demostró.
Pienso que en este momento cenital de su trayectoria (ofrezco la definición de esta bonita palabra porque hace alusión al famoso apodo del cantante mexicano, cenit o zenit: “situación del Sol en el punto más alto de su elevación sobre el horizonte”) y debido a que los escenarios deportivos no suelen ser idóneos, ni siquiera a veces aptos para los conciertos, acústicamente hablando, el artista podría ofrecer conciertos en pequeño formato, en escogidas salas diseñadas para la música camerística, para una audiencia exclusiva, incluso sin amplificación, para dar muestra viva de su excepcional timbre. El sonido real siempre es más emocionante que el que pueda provenir de un altavoz, que no es más que un papel vibrando. Con el piano sucede lo mismo, por eso los pianos eléctricos nunca han podido, ni podrán, desbancar la belleza sonora de las cuerdas de los pianos cien por cien pianos, con la madera otorgándole su color propio. La expresividad de los armónicos de la voz en directo nunca se verá superada por una grabación o un altavoz, por perfeccionado que sea. Simplemente es inimitable, como las cualidades vocales de Luis Miguel, y toda imitación será eso, una (mala) copia.
Como voy hacia atrás ha llegado el momento de contarles que compré la entrada para el recital citado en una famosa cadena de tiendas del centro de Valencia, en cuyo Conservatorio Superior trabajaba entonces, con algo más de veinte años.
Conforme crecía (¿o debería decir para proseguir el símil inverso “decrecía”?) iban forjándose en mi pensamiento tres escenas, tres sueños, tres ilusiones, todas con el piano como eje central: ser profesor de piano, ganar un concurso de este instrumento y acompañar en un concierto a Luis Miguel; me veía mentalmente en un dúo con piano con él o como miembro de su orquesta al teclado también. Cumplí las dos primeras de esas imágenes, y el tercer deseo seguía como un rumor en mi pensamiento, como una de esas motivaciones secretas de los momentos de vigilia que viajan con uno toda la vida. Estas vacaciones de verano, al volver a la casa familiar y charlar en el patio con mi madre, he hecho consciente, he alumbrado por fin el origen de este anhelo o pulsión musical que me ha acompañado varias décadas, porque ella me recordaba cómo estuvo en nuestra casa jugando conmigo en el salón cuando ambos éramos unos críos, unos chiquillos, unos pichitas, como se dice popularmente en San Fernando (pronunciado con gracia: “shiquillos” y “pishitas”). ¡Que nadie se alarme! es la manera llana y castiza de llamarse en Andalucía por su género, las niñas son “chochitos” con esa ch casi silbada laxamente.
De ahí era su padre, andaluz, gaditano, que cantaba flamenco de manera genial, como se puede apreciar en los vídeos de Internet. Y ahí conocí al hijo, en la ciudad contigua, San Fernando o La Isla de León, donde Luis Miguel vivió varios años de su infancia. Allí, debido a esas casualidades de la vida, mi madre conoció a su tía en una tienda de alimentación de la barriada y le invitó a merendar, pues no vivían lejos de nosotros. Eso de invitar a entrar en las casas, y hasta enseñarlas habitación por habitación, es algo que es muy normal en el sur de España, de paisanaje muy abierto y muy hospitalario. Dicen que todos estamos relacionados con todos por un máximo de seis grados, como una cadena sociable por la cual la humanidad podría ser más estrecha, más cercana y espero que más pacífica. Pues quizá en Andalucía, más que seis grados o contactos, sobran casi cinco, como decía una canción pop, allí “los amigos de mis amigas son mis amigos”.
Lo que me pareció más insólito, e indeleblemente ha quedado grabado en mi memoria, es el anuncio de mi tutor del primer ciclo de la Educación General Básica de la llegada al colegio de Luis Miguel, entonces aún un niño anónimo. Hizo un aviso a la clase para que acogiésemos con bondad al que iba a ser un compañero nuevo en el centro, que provenía de otro país (yo creo que era el único, lo habitual hace más de tres décadas) y se incorporaba bien lejos del inicio del curso académico normalizado.
Un momento especial fue cuando le conocí, aquella tarde lúdico-infantil mientras mi madre nos observaba a la par que planchaba, y otro momento (ahora) cuando le reconocí, cuando su influencia benigna en mi devenir se hizo consciente, cuando he podido atar cabos y descubrir por qué esa fantasía musical me espoleó, me llevó hacia adelante, me impulsó en mis estudios de piano, y me hizo avanzar en los días difíciles que todo músico, que ama con pasión su arte, transita sí o sí. Esa influencia subterránea, esa ilusión escondida y sublimada me animaba subrepticiamente a proseguir en mi carrera curiosa por adentrarme en los misterios de la expresión musical.
Es un placer haberos narrado este periplo vital inverso frisando su figura, y para ponerle un brochecito final, en términos LuisMigueleros, deciros que “Amarle (musicalmente hablando) es un placer”.
Agustín Manuel Martínez