10.000 kilómetros para rendirme a los pies de tu arte (Parte V)

Maria Eugenia Cabral
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Antes de proseguir con mis aventuras en México deseo felicitar a Luis Miguel por obtener una nueva distinción otorgada por la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación de Estados Unidos, siendo reconocido con un premio Grammy en la categoría “Mejor Álbum de Música Regional Mexicana” por su disco “México por Siempre”. Dicha ceremonia se llevó a cabo el pasado 10 de febrero en el Staples Center de la ciudad de Los Ángeles, y al momento de conocer esta noticia los fans desbordamos de felicidad y orgullo. ¡Bravo Miky!, continúa haciendo historia.

Ahora sí estoy más que lista para contarles que cuando viajo a encontrarme con Luis Miguel en el extranjero mis planes giran en torno a él, sencillamente porque es la razón que me incentiva a dejar atrás la rutina para emprender otra aventura en mi vida. El itinerario está sujeto a los conciertos por lo que, si hay tiempo extra, los paseos dependen exclusivamente de contar con dichos espacios. Así fue como el jueves 15 de noviembre tuvimos la libertad de realizar un paseo por Ciudad de México, puesto que Miky se tomó un merecido descanso después de presentarse en el Auditorio Nacional 3 noches consecutivas. Decidimos emprender una larga caminata que nos llevó por Avenida Reforma hasta el Castillo de Chapultepec, sitio que no había tenido oportunidad de visitar en mis viajes anteriores. Sin darnos cuenta, porque transitar Reforma es un verdadero banquete para los ojos, hicimos un trayecto de 3 kilómetros hasta las puertas del castillo, distancia en la que Amador demostró tener excelente resistencia física –recordaran que les conté que tiene 80 años.

La visita nos llevó varias horas, ya que hay mucho por recorrer y descubrir en este sitio declarado sede del Museo Nacional de Historia en el año 1939. Esta joya arquitectónica atesora entre sus muros obras espectaculares dignas de admirar, entre las que se pueden encontrar pinturas, joyas, vestimenta, murales, mobiliario y documentos que conforman la memoria de México. Construido en el año 1725 en el corazón del Bosque de Chapultepec, sobre el Cerro del Chapulín, a 2325 metros sobre el nivel del mar por lo que la vista es envidiable.

Cuando el estómago nos empezó a pasar factura nos sorprendimos al ver el reloj, pues la tarde nos había sorprendido en aquel majestuoso lugar sin que nos hubiésemos percatado de ello.

Luego de varias horas de caminata, en compañía de la hermosa familia de nuestra amiga Lizbeth nos dirigimos a un restaurante para recobrar energías. La amena plática se prolongó hasta que se asomó la noche y, como la teníamos completamente para nosotros, planificamos agasajar a esta querida familia con deliciosos panqueques rellenos con dulce de leche, ¡Clásicos argentinos!, mientras veíamos la 19 entrega anual del Latin Grammy en pantalla gigante. Compartir los momentos de tensión con amigos fans, cuando se procedió a la lectura de las ternas de aquellas categorías en las que estaba nominado Luis Miguel, no tiene precio. Gritamos al unísono cuando se lo nombró como flamante ganador de dos premios Latin Grammy por “Mejor Álbum de Música Ranchera/Mariachi” y “Álbum del año”, orgullo que decidí canalizar a través de una pequeña pancarta con mi felicitación para que pudiese leerla al día siguiente.

La mañana del viernes desperté muy ilusionada pues conocería a dos personas muy especiales con la que tenía contacto por las redes sociales. Con la primera me cité a las 12 pm, y después de disfrutar al máximo aquella reunión me sumé al tour que mis amigos habían emprendido con destino al zócalo de la ciudad. Luego de recorrerlo degustamos unos riquísimos platillos en un restaurante cuya vista de aquel emblemático lugar es inmejorable, y lo hicimos al son de la música en vivo de dos extraordinarios músicos.

Esa noche teníamos concierto así que regresamos para prepararnos para la ocasión, y hacia allá nos fuimos con antelación ya que deseábamos unirnos a los fans que esperaban el ingreso de Luis Miguel al Auditorio Nacional para recibirlo con cánticos y porras con motivo de los galardones recibidos la noche anterior. Fue muy emocionante vivir esta experiencia junto a ellos, pues muchas veces había sido testigo del fervor pero a la distancia.

Después de su llegada procedí a ingresar al recinto (previo a dejar mi pancarta en la puerta ante la prohibición de ingresarla por parte de algunos miembros de seguridad) puesto que había coordinado encontrarme con la presentadora de televisión Rebecca de Alba. Ella siempre ha sido alguien muy especial para Miky, sentimiento que me consta que es mutuo, por lo que forjaron un lazo de cariño y amistad que ha perdurado a través del tiempo.

Les cuento que con Rebecca tengo contacto desde hace bastantes años, oportunidad que me permitió quererla y admirarla aún más, porque no solo brilla en su profesión sino que es un gran ser humano que ilumina el camino de personitas que luchan contra una grave enfermedad. Hasta último momento tuvimos la intención de platicar tranquilas en algún lugar, y aunque su apretada agenda lo imposibilitó nada detuvo nuestras ansias de abrazarnos. Sin dudas no hubo mejor contexto que un concierto de nuestro querido Luis Miguel.

Una amiga fan, de nacionalidad argentina pero residente en México desde hace algunos años, decidió llevar al concierto a su hija Valentina de apenas un año. Como se imaginaran esta pasión se contagia a través de las generaciones, y esta princesa escucha su música desde que estaba en el vientre de su mamá. Luis Miguel, apenas pisó el escenario para saludar al auditorio, la descubrió y de inmediato se pronunció haciendo un gesto con sus manos, con el que claramente expresó que la niña debería estar durmiendo. Cuando decidió acercarse al público Telma corrió con su hija en brazos y la elevó bien alto para que ‘El Rey’ pudiera saludarla. Afortunadamente como estaba a su lado presencié la escena en primer plano, y jamás olvidaré cuan tiernamente observó Luis Miguel a Valentina, para luego saludarla con un beso dulce y cariñoso. Les juro que lo tenía en mis narices, literalmente podía verle hasta los poros, pero siempre es más fuerte el respeto que él me inspira por lo que solo atiné a admirarlo.

La noche transcurrió maravillosamente con un Luis Miguel cantando como los dioses y un auditorio entregado a sus encantos. Cuando tocó el turno del Medley con los éxitos de los ochenta, ese bien bailable, el público se vino hacia el frente y yo quedé estampada a los guardias de seguridad que hacían las veces de barda de contención. En un momento no podía sostenerme en pie, por lo que tomé con mis brazos a dos de ellos, uno a mi izquierda y otro a mi derecha, con tal de no perder el equilibrio y continuar en primera fila sin que nadie obstaculizara mi visual. Aquí realizaré una pausa para contarles lo que muchos lectores me han solicitado, y tiene que ver con el trato especial que recibe mi amiga Martha Codó.

Como sabrán, ella tiene en su haber casi 350 conciertos junto a Miky y la mayoría los ha transitado en el icónico Auditorio Nacional, por lo que prácticamente se mueve como en su casa. Todos allí la conocen y le profesan un gran cariño y respeto, desde los integrantes del equipo de seguridad del recinto hasta los propios guardaespaldas de Luis Miguel. Sobre la última parte del concierto, cuando el público se agolpa adelante ejerciendo una fuerza imposible de batallar, la seguridad procede a conservar su integridad física dejándola pasar entre el cordón de seguridad y el escenario. Ella se ubica allí como dueña y señora, título más que merecido por cierto. También emociona ver el empeño en protegerla por parte de los guardaespaldas de ‘El Sol’, cuando al cordón de seguridad le cuesta contrarrestar la presión de un público deseoso por lograr contacto físico con Miky. Tal como les relato Martha estaba allí, apenas a mi derecha y un paso adelante, con un dulce en forma de osito que le había llevado a Luis Miguel para obsequiarle.

Mientras yo lidiaba con la marea humana pero prendida con uñas y dientes a los dos buenos hombres de seguridad, Miky emprendió una caminata en mi dirección, y de pronto lo encontré con sus ojos clavados en los míos señalándome una y otra vez. Yo creo que le costaba creer lo que veían sus ojos, pues minutos antes podía bailar y desplazarme cómodamente en el lugar y ahora me encontraba en una situación asfixiante. De inmediato pegó la media vuelta para dirigirse hacia el centro del escenario, y mientras lo hacía no podía dejar de pensar que esta acción tenía que ver con la situación que acabo de describirles… pero ¿Qué estaba por hacer? Y me llevé la sorpresa del siglo cuando pude observarlo rumbo al ramo de rosas blancas que engalana la mesita con sus pertenencias. Tomó algunas flores y nuevamente procedió a dirigirse hacia mi sector, y esta servidora sentía que el corazón se le salía del pecho ante semejante expectativa. Luego de sortear los equipos de retorno para acortar distancias vio a sus pies a Marthita ofreciéndole su dulce, el que recibió gustoso y con una expresión muy tierna en su rostro. Por supuesto que aprovechó para demostrarle el cariño a su consentida incondicional obsequiándole una de las rosas. Luego retomó su camino y fue muy conmovedor que se detuviera para buscarme con la mirada en el mar de manos dispuestas a obtener aquel preciado tesoro. Se agachó un poquito y sonrío muy pícaramente cuando me descubrió literalmente aplastada, pero no me hizo esperar y de inmediato se acercó para entregarme en propia mano esa rosa que tanto había deseado. Todavía no sé cómo hice para liberar un brazo y recibirla, pero indudablemente estaba dispuesta a soslayar cualquier obstáculo con tal de conseguirla. Fue tal la emoción y la dicha de vivir un momento tan especial que me sentía levitar en una nube, y a partir de ese momento la única preocupación que tenía estaba centrada en esa rosa, pues debía preservarla del fuerte impulso de la gente producto de una euforia generalizada. Por momentos el clima se puso un poco bravo y tuve miedo de no lograrlo, pero batallé y en la lucha solo perdí parte de su tallo.

Aquella multitud se llevó a mis amigas de mi lado, pero hubo un momento mágico en el que me encontré con la mirada húmeda de Viviana y, ante mi sorpresa, expresó: “Miky me tomó la mano y mientras lo hacía giró mi brazo porque se percató del tatuaje, y ante su sorpresa le dije que lo hice porque lo amo”. Ella, desde hacía unos días, estrenaba su nombre plasmado en la piel y él acababa de descubrirlo con gran asombro. ¿Qué les puedo decir? Ya no cabía en mí tanta felicidad.

Más tarde llegó el final del concierto con el lanzamiento de las habituales pelotas y la posterior ceremonia de entrega de rosas. Está de más decirles que regresé al departamento con la misma sensación de levitar estando con los pies sobre la tierra y, para serles franca, debo confesarles que me costó entrar en un sueño profundo porque al cerrar los ojos aún podía ver su mirada detenida en la mía, junto a esa sonrisa pícara y seductora con la que me había bendecido aquella noche.

Continuará…

Euge Cabral

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