10.000 kilómetros para rendirme a los pies de tu arte (Parte IV)

Maria Eugenia Cabral
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La mañana del miércoles 14 de noviembre amaneció muy fría y lluviosa, clima que invitaba a disfrutar del calor del hogar, pero estábamos en México, con tanto por descubrir y explorar, que se tornaba un pecado quedarse encerrados, así que pasado el mediodía nos dispusimos a enfrentar dichas inclemencias meteorológicas.

Desde hace algunos años leo a mis amigos mexicanos, más precisamente en septiembre, dichosos por la oportunidad de deleitarse de un platillo típico, los famosos chiles en nogada. Siempre he querido probarlos pero me dijeron que debo hacerlo en dicho mes, pues llevan granada y esa es la época en que se las encuentra. Desafortunadamente en mis viajes no he podido coincidir con la temporada, ya que estuve tiempo atrás en enero y febrero, y ahora en el mes de noviembre. Pero mi amiga Marthita Codó me contó sobre un lugar tradicional en el centro de Ciudad de México en el que todo el año ofrecen a sus comensales esta delicia, sitio que se transformó en una visita obligatoria por aquellos días. Este restaurante llamado Hostería de Santo Domingo, el más antiguo de CDMX con casi 159 años en el rubro, también fue bautizado “La catedral del Chile en Nogada”, por obvias razones, e inaugurado en el año 1860. Curiosamente antes funcionaba un convento de frailes.

La historia de este tradicional platillo se remonta a la ciudad de Puebla, cuando en 1821 las monjas del convento de Santa Mónica lo idearon para simbolizar los colores de la bandera mexicana, y así recibir con honores a Don Agustín de Iturbide, comandante del ejército trigarante, luego de haber firmado el “Tratado de Córdoba”. ¿Qué les puedo decir del sabor? ¡Simplemente exquisito!

Les cuento que transité una hermosa experiencia ya que no solo la visita deleitó mi paladar sino también mis ojos, pues no siempre se conoce un lugar cuya arquitectura data del siglo 19, y además porque me tocó descubrir parte de una tradicional fiesta mexicana: el “Día de muertos”. Si bien se había celebrado el 1 y 2 de noviembre tuvimos la suerte de que en muchos lugares estuviesen armados los altares, y vivirlo de cerca fue enriquecedor porque en Argentina no contamos con esta sentida celebración. Esta tradición, en la que los mexicanos honran a los muertos, es una festividad indígena distinguida como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por parte de la Unesco desde el 7 de noviembre de 2003. La creencia popular es que las almas de los seres queridos regresan del más allá durante esos días, por ello se las recibe con su comida y bebida favorita, calaveritas de dulce y, en el caso de los niños, juguetes. Algo infaltable en cada ofrenda es el pan de muerto, los hay de diferentes formas y estilos. También la tradición implica visitar los cementerios y colocar velas sobre las tumbas con la intención de iluminar el camino de las almas en su regreso a casa. Realmente apasionante ¿no? Me llamó la atención que este restaurante contaba con un imponente altar en el que cada calavera tenía el nombre de un empleado que había trabajado allí, y no solo había fotos de personas sino también de animales que habían formado parte de esa gran familia.

Luego de una breve caminata por el centro histórico debimos regresar, puesto que había que preparase para un nuevo encuentro con Luis Miguel, el tercero de nuestra serie de conciertos.

Apenas estuvimos listos nos ocupamos de realizar las estimaciones necesarias respecto al tiempo que necesitábamos para llegar puntuales contemplando el tráfico de la ciudad, especialmente el de avenida Reforma cuando todos regresan de sus trabajos, y al darnos cuenta que no lo lograríamos optamos por tomar el Metrobús que usa un carril exclusivo para trasladarse. Esta fue una verdadera aventura que no tuvo desperdicios por lo que pasaré a relatárselas. Llegamos a la estación y desde ese instante quedé maravillada ante la posibilidad de comprar los pasajes a través de una tarjeta que se puede cargar en el mismo lugar mediante una máquina electrónica. Discúlpenme, quizás en muchos países así se manejan pero no en el mío, y esta comodidad que brinda la tecnología me fascinó. Esperamos solo un par de minutos para abordar una moderna unidad de dos pisos, algo tampoco visto en Argentina para viajes urbanos, con todas las comodidades e inclusive con pantalla de TV. Fue muy breve el recorrido puesto que al transitar un carril propio alcanza mayor velocidad sin contratiempos en el camino. Debo confesar que me sentí extraña, como fuera de contexto, al abordarlo provista de un atuendo no frecuente para viajar en bus, pero todo sea por Luis Miguel ¿no?

Muy cerca del Auditorio Nacional nos dirigimos hacia la puerta para descender en la próxima estación, agarraditas muy fuerte esperamos que hiciera el último trayecto hacia nuestro destino final, cuando de repente frenó de golpe y la inercia casi nos termina por estampar al parabrisas. Mientras trataba de sostener y estabilizar mi cuerpo ante tal violenta maniobra alcancé a ver que estuvimos a punto de colisionar a un motociclista, el que venía abriendo paso a una comitiva de camionetas que al igual que nosotros llegaba a dicha intersección. Mientras lograba discernir lo acontecido mi amiga Lizbeth nos alertó, “¡Miren!, es Luis Miguel” y en ese instante lo comprendí todo. El policía venía abriendo paso al convoy que trasladaba a ‘El Sol’ y, como ellos tienen la autorización de cruzar con luz roja, de ahí el encuentro tan intempestivo. ¡Imagínense que susto! Casi embestimos al mismísimo Luis Miguel. Desde ese instante comenzó una carrera contra el reloj puesto que ‘El Rey’ nos llevaba la delantera. Así que bajamos del Metrobús para correr con prisa y sin pausa, exponiéndonos a otro posible accidente si trastabillábamos con nuestros zapatos de taco alto. Por suerte llegamos sin lesiones y a tiempo, es más, tuvimos la oportunidad de saludar a muchos amigos fans con los que coincidimos, ya que Miky disfrutó un buen rato de su camerino. Les comparto una foto con mi amiga Rosa Sala que viajó a ver a Luis Miguel desde Brasil.

Es increíble como la emoción se renueva cada noche como si fuese la primera vez, cuando los acordes de la Intro disparan los latidos del corazón, y el momento de mayor exaltación es provocado por su irrupción en el escenario. ¡Luis Miguel es enorme! Tiene un ángel que de inmediato pone al auditorio a sus pies. Que se tome el tiempo para observar el aforo, que me descubra en el público y me señale mientras me regala la más tierna de sus sonrisas no tiene precio; algo digno de destacar porque es un gesto frecuente en él, que repite durante toda la velada cuando interactúa con su público.

Mientras avanzaba el concierto Anita se acercó a nosotras para comentarnos algo que no podía dejar pasar, y fue muy asombroso escucharla decir “¿Ustedes ven el aura que tiene Luis Miguel?”. Y les juro que no fue una linda metáfora, sino que por momentos literalmente irradiaba una potente luminosidad. Sin dudas es otra prueba que demuestra que es un ser muy especial, ¿No creen?

De nueva cuenta el momento de intimidad que se produce con el piano me dejó sin aliento, su voz e interpretación escalan a niveles que definitivamente no son terrenales, y es ahí cuando pienso que la voz de Dios debe sonar igualita que la de Luis Miguel (como supe leer en una publicidad).

Cuando llegó el momento de la selección de canciones con el mariachi fue una grata sorpresa que decidiera incluir en el repertorio “México en la piel”, una exquisita obra del maestro José Manuel Fernández Espinosa cuya letra invita a realizar un viaje por lugares y tradiciones de este país. Cantarla junto a él en su México querido tiene una cuota extra de emoción, pues en el brillo de su mirada puede verse reflejado tanto amor y orgullo por su tierra.

Fue otro concierto soñado, por lo que nuevamente me sentí agradecida por la oportunidad de vivirlo tan intensamente. Dicen que la tercera es la vencida, refrán que no pudimos aplicar para aquella rosa que seguíamos esperando, pero no regresamos al hogar con las manos vacías ya que esta vez la pelota se fue con nosotras.

Les juro que al final de la jornada, antes de cerrar los ojos, agradecí a Dios por la bendición de interactuar con Luis Miguel cada noche. La felicidad era un estado por el que transitaba las 24 hs. del día y, aunque la jornada siguiente no era fecha de concierto, tenía muchos planes para disfrutarlo al máximo con la mejor compañía.    

Continuará… 

Euge Cabral

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