“Tu hermosura, un sueño tan real”
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No puedo comenzar a escribir mi columna sin mencionar todo lo que se ha vivido con los desastres naturales ocasionados en EEUU, México y América Central. No hay palabras para describir la angustia y la preocupación que hemos experimentado los días pasados, ante estos fenómenos que pusieron en peligro la vida de millones de personas. La devastación en algunas zonas entristece muchísimo, pero aquí lo más importante no son los daños materiales sino la vida misma. Ojalá seamos capaces de escuchar a la tierra, no hagamos oídos sordos, porque el tiempo para actuar se acaba, y aún tenemos tiempo de hacer algo por nuestro planeta… sí, es cierto, lo hecho, hecho está y no hay retorno, pero aún tenemos la posibilidad de tomar medidas al respecto. Primero seamos conscientes nosotros mismos, y luego colaboremos en concientizar a las personas de nuestro alrededor, porque éste es el único hábitat que tenemos. Y por favor, unamos fuerzas para ayudar a los damnificados porque son muchísimos, incluso en Argentina también sufrimos un fenómeno meteorológico que inundó 17 provincias, pero sé que juntos podemos lograrlo. Deseo que puedan hacerse eventos multitudinarios en el que todos nos veamos involucrados para aportar nuestro granito de arena. Que Dios los cuide y proteja siempre.
Retomando el relato que estoy compartiendo en diferentes capítulos, déjenme decirles que el fragmento que tengo para presentarles hoy me dejó literalmente en shock. Con decirles que lo asocié de inmediato con la película “Fiebre de amor”, no solo porque coincide con el lugar de los hechos sino por la historia en sí, es todo lo que una fan hubiese querido vivir con Luis Miguel, nada más que aquí la realidad superó ampliamente la ficción.
Jamás olvidaré cuando se estrenó dicha película, la amé desde el minuto uno porque vi materializado en la pantalla grande todo aquello que fantaseaba con Luis Miguel. Estimo que quien escribió el guión tuvo una conversación previa con una fan, si no, no se explica cómo supieron que nos escapábamos de la realidad para soñar con ese encuentro con Luis Miguel que tanto deseábamos tener. Debo confesar que luego de 35 años aún sigo soñando despierta y no me avergüenza decírselos. Mi mente recrea un montón de escenarios posibles en los que por fin puedo tenerlo frente a frente… a veces ese encuentro es casual, y en otras oportunidades es pactado o buscado. Me emociona el solo hecho de fantasear con las mil y un situaciones en las que puedo mirarlo directo a los ojos para decirle lo que siento. Me imagino siempre abrazándolo muy fuerte y diciéndole al oído que me permita extenderlo por unos minutos, para llenar el vacío de todos los abrazos que necesité darle durante todos estos años. A veces me divierto pensando en que quizás podamos disfrutar de una hermosa plática con un café, un trago, un almuerzo o una rica cena de por medio… “De qué vale estar cuerda y no ser feliz”, ¿No?, esa es la ventaja de ser la hacedora de mis sueños.
Voy concluyendo, no deseo extenderme más, porque lo que van a leer a continuación, tal cual les anticipé, supera todo aquello que podamos haber imaginado. Dispónganse por un momento a vivir en carne propia cada parte del relato, y les aseguro que les costará volver a la realidad:
En 1995 se tornó complicado ausentarme de mis clases porque cursaba la Universidad, pero seguía haciendo lo correcto para que mis recompensas fueran buenas. No quiero mentirles, por momentos sentía muy feo no poder hacer lo que hacían los demás, salir con amigas y amigos, ir al cine, cenar, pasear, pero el esfuerzo bien valió la pena porque lo que recibía a cambio era extraordinario.
Comenzaré a relatarles algo que jamás intuí que pudiese vivir ese año, una de las más grandes y bellas experiencias de toda mi existencia. Mi papá seguía en contacto con el equipo de seguridad y con el mismísimo Luis Miguel, eso, sumado a mis 2 semanas de vacaciones que resultaron coincidir con las que mi Sol estaría en Acapulco preparándose para la gira “El concierto”, resultó la ecuación perfecta para un nuevo encuentro. Cabe mencionar que desconocía esta situación, no sabía absolutamente nada, pues mi papá siempre manejó las cosas con mucho hermetismo pensando en que, si me prometía que lo veríamos y por alguna razón no se podía, me desilusionaría. Justo empezando mis vacaciones me dijo: “-¿Cómo ves si vamos a Acapulco? ¡Puede ser que tengamos suerte y veamos a Luis Miguel!” Para que les digo que antes que mi papá terminara de proponer yo ya sabía cuanta ropa echar a la maleta.
Pues allá fuimos, un 31 de julio de 1995, hacia una maravillosa experiencia desde el inicio. La travesía la hicimos en carro, salimos muy temprano desde Veracruz, y emprendimos el camino. Había que atravesar el país para llegar del golfo al pacífico y, como excelente copiloto, me dormí exactamente a los 5 minutos de salir de casa y desperté en Cuernavaca, ciudad situada prácticamente en el centro del país, a unas 5 horas de mi ciudad. Luego de constatar que todo estaba bajo control comimos, y al terminar nos dirigimos rumbo al Puerto de Acapulco. Volví a dormir y desperté en una caseta, donde nos informaron que era la última antes de llegar a nuestro destino. Allí hicimos una parada para descontracturarnos, cargar gasolina e ir al toilette. Con todo listo decidimos proseguir camino pero el carro no arrancó. Ya eran como las 6 de la tarde, y recuerdo que unos oficiales de la Policía Federal de Caminos, que resultaron amigos de mi papá, consiguieron el apoyo de un mecánico, quien no pudo arreglarlo. Con este contratiempo estaba empezando a perder la paciencia cuando mi papá optó por limpiar los bornes de la batería, y por suerte el condenado carro arrancó. Esos mismos oficiales nos sugirieron regresar a dormir a Chilpancingo porque en Acapulco estaba lloviendo mucho, y seguramente en domingo la carretera estaría muy solitaria, pero esta opción significaba regresarnos en un trayecto que ya habíamos recorrido (una hora de viaje aproximadamente). Mi papá pidió mi opinión, así que sin pensarlo y armada de valentía le dije: ¡Vámonos para Acapulco! -Pese a las advertencias de la lluvia, mi urgencia por llegar era prioritaria. Además agregué: “Vamos a aventarnos, ya falta muy poquito, si nos regresamos perderemos un día”. Yo estaba muy segura de con quien viajaba, pero no se imaginan la clase de tormenta que se desató, con la que no se distinguía ni la línea de la carretera.
Al arribar a nuestro destino, sanos y salvos y mientras circulábamos por la escénica, pude apreciar un montón de discotecas padrísimas, con estructuras enormes, lugares con mucha gente y decidí preguntar a mi papá: “¿Me vas a traer aunque sea a una, verdad? Pues si vamos a estar 4 días, mínimo quiero conocer uno de esos lugares” -Tenía 18 años y me sentía muy adulta. Llegamos al hotel, nos registramos, y luego de una reparadora ducha me preparé para dormir, pues a pesar de haber descansado todo el camino me sentía exhausta. Mi papá hizo algunas llamadas y cuando salí me dijo: “Arréglate que vamos al boliche”. Pensé… “¿Boliche? ¿Domingo? ¿10 de la noche?” Pues raro pero no imposible (mi vida era ciertamente rara, fuera de lo común). Cuando llegamos las personas con las que él se contactó ya se habían ido, pero nos dejaron dicho que nos esperaban en el New’s, una discoteca muy famosa y bonita. En nuestro nuevo destino alguien muy amable nos dijo: “Ya los están esperando”. Caminamos unos pasos y, mientras avanzábamos, la adrenalina repercutió en mi estómago con un intenso dolor, un mareo, y la sensación de estar a punto del desmayo cuando me percaté que íbamos hacia una sala VIP, en la que de inmediato descubrí a Luis Miguel, luciendo una sonrisa espectacular, una belleza que provocaba destellos en aquel lugar, y la mejor de las actitudes. Les juro que me quedé paralizada, atornillada al piso, pero un empujón ya clásico en mi vida propiciado por mi papá me movió del lugar. Me acerqué y no lo podía creer, el corazón se me salía del pecho. Con una tierna sonrisa Micky me dijo: “¡Qué bueno que viniste!”, -¿Yo?, pensé dentro de mí. Pues sí, era para mí, porque al voltear pude confirmar que solo estaba yo.
Me acerqué para saludarlo, me dio un beso y un abrazo y me hizo un lugar junto a él. Les juro que no podía dejar de mirarlo, literalmente babeaba. Con el correr de los minutos me vi inmersa en un mundo surrealista, en el que lo veía conversar con sus músicos, compartiendo y conviviendo como familia, pero ni siquiera podía seguir la plática porque estaba como en trance, estado que solo me permitió admirarlo de pies a cabeza para constatar que existía la perfección hecha hombre. Lo que me estaba ocurriendo era más que un sueño hecho realidad, y nadie iba a creer lo que me había pasado. ¿La cámara? Estuvo en mi bolsa de mano todo el tiempo pero jamás lo imaginé, ya que pasaba desapercibida al ser de color negro; en un momento me dispuse a buscar algo en el interior de mi bolsa, y al no verla di por hecho que no la traía. La única evidencia está en mis recuerdos, en los de mi papá, y muy posiblemente en la de alguno de los acompañantes porque la expresión en mi cara debe haber sido inolvidable.
La estancia en el New’s fue corta porque cuando la gente descubrió a Luis Miguel empezó a juntarse. Mi papá junto al encargado de su seguridad llegaron a la conclusión de que había que dejar el lugar, así que emprendimos un peregrinaje por casi todas las discotecas del Puerto de Acapulco, disfrutando un rato en cada una. Fuimos a Baby’O, Extravaganzza y a Palladium, en las que a pesar de transcurrir una breve estancia fue suficiente para que pudiésemos bailar. La gente tardaba muy poco en darse cuenta de su presencia, así que corríamos a la cuenta de 3. Alrededor de las 3:00 am a Micky le dio hambre y quiso ir a comer tacos, sí, ¡tacos al pastor! Así que cual Rey le concedimos su deseo, y de inmediato encontramos un lugar llamado “El zorrito”, donde gozamos de una rica cena sentados en una mesa enorme. No podía salir de mi asombro, estaba sentada degustando unos exquisitos tacos al pastor (una forma de decir porque no pude pasar bocado), viendo a mi hermoso Sol pasando un momento divertido, disfrutando de la noche al lado de sus amigos y compañeros. Recuerdo que estaba su saxofonista, su jefe de seguridad, y un personaje a quien le decían ‘El abuelo’, además de otros músicos. No quería perderme ningún detalle de aquella velada por eso me mantenía súper concentrada -lo que hubiese dado por tener la tecnología de hoy en día. Algo que quisiera destacar es que en las camionetas en las que nos trasladábamos se escuchaba música de Selena.
La noche se nos juntó con el amanecer, y la fiesta comenzó a disminuir con la salida del sol. Pasamos a dejarlo en su casa, y luego nos llevaron al hotel. Para ser sincera debo confesar que me fue imposible dormir ante la imposibilidad de controlar la cataratas de emociones que estaba sintiendo. No sabía si reírme a carcajadas, llorar como loca, hablarle a todo el mundo para contarle mi aventura o despertar a mi mamá, ¡No sabía qué hacer!
Mi estancia en Acapulco transcurrió muy tranquila. El lunes, después de haber descansado todo el día, fuimos con su jefe de seguridad a cenar a un restaurante árabe, favorito de Luis Miguel según sus palabras. Cuando llegamos él le dijo al capitán de meseros: “La señorita y su papá son amigos del joven”, así que imagínense el trato que recibimos. Todo estuvo padrísimo, y esa misma noche fuimos a bailar al Hard Rock Café, maravilloso lugar por cierto. Al día siguiente diluvió de forma impresionante en Acapulco, parecía que el mar se salía, y yo no me quedé atrás, mis lágrimas aportaban más agua a la situación, ya que me sentía atada de pies y manos al no poder salir del hotel. El día fue obligatoriamente tranquilo, y aunque yo moría porque el sol saliera nada se puedo hacer, más que aprovechar para dormir temprano. El miércoles volvimos a conversar con el jefe de seguridad de Micky, quien nos dijo que saldría hacia la Ciudad de México y que recién regresaría el fin de semana, pero que nos dejaría en contacto con su compañero.
Salimos del hotel porque quedamos en vernos con este colaborador personal, y ahí fue cuando tuve la maravillosa oportunidad de conocer a Sergio, el hermano menor de Luis Miguel, un niño bello, tierno, tímido y con una sonrisa muy linda. En aquel entonces tendría apenas unos 10 años, y muy amablemente aceptó tomarse una foto conmigo cuando ya casi se iba. Sobra que les diga que cada uno de estos encuentros y experiencias marcaron mi vida y el rumbo que, como fan, tomaban mis acciones. Ese día en la noche salí con mi papá, fuimos a conocer el “Salón Q”, uno de los pocos lugares donde no había estado, en el que pasamos una linda velada.
El jueves decidimos ir a Ci-Ci, un parque acuático al que tenía muchas ganas de conocer, y una vez allí comenzó a llover, nuevamente caía un aguacero tremendo. Salimos corriendo y fuimos a ver si podíamos subir al barco pirata, pero llegamos 15 minutos después de que zarpara, la comida también se nos complicó por la lluvia, así que el día iba mal y de malas. Mi papá traía un genio terrible, estaba enojadísimo por todo y yo no sabía si reírme o llorar por la mala suerte. Regresamos al hotel y me dijo: “Recoge todo, haz la maleta porque mañana temprano nos vamos”. Recuerdo que mientras guardaba mis cosas y los souvenirs que llevaba lloraba, pero a la vez me sentía muy afortunada por todo lo vivido, y feliz en demasía por mi noche del domingo. Era la más agradecida con la vida y con mi papá por haber podido compartido con Luis Miguel tantas horas, por la cercanía que me permitió en ocasiones verme tomada de su mano, por la dicha de bailar, disfrutar y reír junto a él… esos momentos en mi memoria valen oro. Gracias a Euge decidí contárselos y me siento muy feliz de haberlo hecho, pues hasta ahora solo mi gente muy cercana conocía la historia.
Prosiguiendo con el relato el teléfono de la habitación sonó y yo solo escuché que mi papá dijo: “Sí, no, ¿A qué hora?” -con una voz seria por lo molesto que andaba. No supe de qué se trataba y con tan mal genio ni me atrevía a preguntar, solo me dijo: “Arréglate, vamos a cenar”. Así que me peiné, me puse una blusa negra y un pantalón rosa… ¿Arreglarme? ¿Para qué? ni que fuera a verlo de nuevo, pensé. La cita era en el hotel Acapulco Plaza, y al llegar ya nos esperaban, por lo que uno de los encargados de seguridad nos hizo pasar a una salita antes de un recinto donde se escuchaba música. Detrás de esas paredes estaba mi amado Sol ensayando para su gira y yo con mi facha, ¡Me quería morir! Ese corazón mío dio muestras de fortaleza porque tantas emociones hacían que latiera a destiempo, como si lo corretearan, entre más me acercaba al lugar más rápido latía. Cuando estuvimos frente a la puerta, en la que detrás estaba la voz que hacía que mis órganos vitales colapsaran, la piel se me enchinara y los pensamientos volaran, me senté junto a mi papá que siempre estaba tranquilo. Le agarré la mano y se dio cuenta de lo mucho que temblaba, y entonces me dijo: “No te emociones, está ensayando y no creo que lo puedas ver, pero escúchalo y disfruta”. Debo decir que los minutos sentada en esa salita se me hicieron eternos, y que de solo escuchar los acordes y las canciones se me llenaron los ojos de lágrimas. Decidí levantarme del asiento justo en el momento en que se abrió aquella puerta que me separaba de él – estoy segura que me hubiera desmayado pero mi papá se levantó detrás de mí para sujetarme. Mi hermoso Sol caminó hacia donde estaba mi papá y le dijo: “Gracias por habernos acompañado, esto no lo hago siempre”, y esbozando una sonrisa dirigió su mirada hacia mí para decirme: “Gracias de verdad por venir”. Me abrazó y me dio un beso, y yo que no sabía si caer o no perder detalle. Me animé a decirle “¿Puedo tomarme una foto contigo?” –Sí, le pude hablar aunque la voz me temblara-, “Claro que sí”, contestó. Pasó su brazo alrededor de mi cuello y me sujetó, yo lo tome de la cintura por detrás y mi mano derecha la puse sobre su abdomen (en esta ocasión abusé, ya andaba muy atrevida). Mi papá tomó la foto y yo le di las gracias unas 10 veces, y con su sonrisa y esos ojos que me derretían me contestó: “A ti, ¡Qué bonita!”. En ese momento ya nada era importante, si el mundo giraba o no, si afuera el cielo se caía en un aguacero o salía el sol, yo caminaba en las nubes. Esos instantes pasaron volando, pero cada vez que los recuerdo los vuelvo a vivir con una emoción indescriptible… cierro mis ojos y vuelvo a ver los suyos. Cuando nos despedimos me dijo, “Nos vemos pronto”, luego abrazó a mi papá y nos fuimos a cenar para el día siguiente regresar a Veracruz.
Continuará…
Fanny