Tú transformaste mi vida (Parte I)

Maria Eugenia Cabral
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Debo confesar que soy una de esas personas que recuerda cada fecha y acontecimiento importante de su vida y que por ende, simples días del calendario, terminan por transformarse en aniversarios. A fuerza de ser totalmente sincera, la mayoría de ellos tienen que ver con Luis Miguel… La fecha de mi primera experiencia en vivo, cuando me estrené estrechando su mano, aquellas que fueron el inicio de mis viajes al extranjero para reencontrarme con su presencia, la que fue testigo de su primer beso al aire, de la entrega de mi libro, de la primera rosa que me obsequió, de mi inicio como escritora de esta columna, en fin, podría seguir narrándoles innumerables sucesos trascendentales, los que han dejado una huella para siempre en mi camino como fan de este gran artista y maravilloso ser humano. Es por eso que estos días pasados he estado nostálgica e inmersa en mis recuerdos porque, hace exactamente un año, Dios me daba la oportunidad de cumplir uno de mis sueños más preciados: mi viaje a México con mis hermanas del alma. Estuve del 5 al 16 de febrero para ser más exacta, y les juro que no hubo un solo día en el que no viviera algo especial, razón por la cual me la he pasado recordando cada uno de esos inolvidables momentos. Últimamente mi familia y amigos han tenido que escuchar, en repetidas oportunidades, la siguiente frase: “Un día como hoy, pero del año pasado, a esta hora estaba haciendo tal o cual cosa”. Pero ellos ya están acostumbrados a esta faceta de mi personalidad, la que por instantes me arrebata mil y un suspiros, y me devuelve al pasado para volver a emocionarme.

Dando vuelta la página para retomar la realidad, les cuento que hace uno meses tuve la oportunidad de conocer a Lorena, una fan de Buenos Aires, Argentina, con quien me cité en un restaurante de Córdoba. Algo curioso de este encuentro, es que asistí al lugar pactado sin conocer su apariencia puesto que, como ella es de bajo perfil, no tenía fotografías personales en su cuenta de Facebook. Recuerdo que cuando le conté a mi mamá entró en pánico porque pensó que algo podría sucederme (aún me cuida como si fuera su pequeña niña), considerando los peligros que existen en la actualidad, pero yo había tomado mis recaudos y sabía que era una fan real. Así fue como, luego de darme una serie de pistas de su atuendo y del lugar preciso donde se encontraría, conocí a Lorena.

Esa tarde disfruté de una hermosa charla, en la que descubrí su historia junto a Luis Miguel, la que tiene capítulos con los que toda fan sueña con escribir algún día. Ni lenta ni perezosa no dudé en invitarla a ser parte de este espacio, y felizmente prometió que algún día lo sería.

Por fin ese momento llegó, y gustosa quiero recomendarles que no se pierdan ni un renglón de su relato. Los dejo en su compañía:

En el año 1982, en plena dictadura militar en Argentina, íbamos a la escuela con vincha en el pelo para despejar el rostro, medias hasta las rodillas, zapatos indescriptiblemente feos, maletines de cuero imposibles de levantar, guardapolvos largos, y otro sinfín de formalismos que ni valen la pena recordar. En esa época todos debíamos vestir igual y estar súper prolijos, el sistema era muy rígido, aburrido, y demasiado estructurado para nuestras pequeñas vidas, pero gracias a Dios un día apareció ‘El Sol’. Aunque en ese año transitaba mis escasos 6 años, lo recuerdo perfectamente como si fuera hoy, porque fue uno de los años más especiales de mi vida  

En aquel tiempo Luis Miguel se presentaba con sus cabellos al viento, enfundado en trajes de cuero que seguro espantaban a mis maestras, y una soltura para moverse y contestar preguntas en televisión que a nuestra edad no estaban permitidas. Lo admiré desde el mismo instante en que lo vi, porque Micky vino a revolucionar mi estructurado y silencioso mundo, mi aburrimiento, y todo mi ser.

A partir de ahí llegó a mis manos el primer cassette, para mi cumpleaños número siete, y sin pérdida de tiempo me inicié en esto de los conciertos, asistiendo a uno en Mar del Plata, una ciudad de la costa argentina donde históricamente muchas familias pasan sus vacaciones. ¡Cómo olvidarlo si me llevó mi mamá! y además porque en aquella ciudad se habían conocido sus padres, Marcela y Luis Rey. Luego vi sus películas y todo lo demás que fue aconteciendo en su carrera.

Estuve en cada concierto que dio en Buenos Aires, y en algún que otro programa de televisión durante estos 34 años. A veces más eufórica, a veces más tranquila, pero siempre acompañándolo y disfrutando de su música y la magia con la que canta en vivo. Como se podrán imaginar, en estos años pasó de todo. Hoy doy gracias a la vida por haberme permitido estar junto a Micky en muchos de los momentos importantes de su vida.

Recuerdo que, al inicio de sus visitas a esta Argentina que tanto lo ama, entraba caminando a los teatros y nos saludaba de mano a quienes estábamos esperando para entrar. Cómo olvidar a Marcella, su mamá, cuando vino de sorpresa al país y cantó junto a él en el estadio Luna Park, una de las últimas veces que se la vio públicamente.

Pude verlo por las calles y hoteles de Buenos Aires, muchas veces solo, y otras tantas acompañado de sus amigos y su hermano Alejandro, quien recibía mis regalos para Micky, siempre tan amoroso.

Estuve en el primer show que brindó luego de fallecido su padre, momento extremadamente especial que siempre guardaré en mi corazón y que incrementó exponencialmente mi admiración a la persona y al artista, cuando Micky me regaló la posibilidad -junto a otras poquitas personas- de acompañarlo con una mirada eterna. Eso ocurrió cuando su hermano Alex abrió la ventana de la Van que los trasladó hasta la puerta del hotel, para darme su mano durante unos largos diez minutos, mientras Luis Miguel, que estaba a su lado, sintió nuestro cariño cuando lo acompañamos con una mirada interminable. Detenerse no era su costumbre, pero entiendo que esa noche lo necesitó más que nunca.  Esa fue la última vez que lo escuché cantar “Cucurrucucú paloma”, hasta que pudo volver a hacerlo de manera magistral y con unos arreglos increíbles, 23 años después, en la gira 2015. Será por eso que tanto me gusta y emociona esta nueva versión alegre y divertida.

Luego llegó otro momento importante en mi vida.

En 1994 Luis Miguel estuvo, si mal no recuerdo, casi un mes en Argentina. Si bien se quedó mucho tiempo, realmente pudimos verlo muy poco ese año.

El último show antes de volver a su país lo dio en Mar del Plata y como premio, ya que ese año había terminado con éxito el curso de ingreso a la universidad, pedí a mis padres que me regalaran un pasaje a esa ciudad para ir a verlo, al margen de que ya había asistido a los conciertos dados en Buenos Aires. Por suerte pude viajar con mis dos amigas LuisMigueleras de toda la vida: Viviana y María Eugenia -Ya ni recuerdo desde cuando nos conocemos, pero seguramente de vernos en tantos conciertos a partir de los ‘90.

El show estuvo increíble, su voz y su energía fantásticas, pero sin embargo, después de haberlo visto tantas veces en vivo, sabíamos que algo no andaba bien. Lo notamos triste y no supimos el porqué.  

Al salir del estadio, con ese dolor en el corazón por ya extrañarlo -que sólo otro fan puede entender-, algo nos dijo que teníamos que tomar un taxi y seguirlo a donde fuera. Así fue como terminamos en el aeropuerto de Mar del Plata, puesto que Micky ya partía y ésta era nuestra última oportunidad de verlo. Fui con mis dos amigas y, así como todas las demás personas que lo escoltaron, nos dirigimos hacia un sector desde el que, a pesar de tener un muro alto que separaba la calle de la pista, pudimos ver su avión listo para salir. ¡Qué tristeza por favor! Seguro que no lo veríamos los próximos dos años.

No sé la razón pero, en el mismo momento en que miraba el avión, recordé lo que había leído en las noticias: el aeropuerto estaba cerrado por refacciones. ¿Cómo podía ser entonces que la aeronave de Micky estuviera en la pista a punto de despegar? Bajé mi cabeza, respiré hondo, y al mirar a mi alrededor vi algo que no pude creer; si bien la pista estaba entera, todo el aeropuerto estaba demolido para su posterior reconstrucción. Así que tomé a mis amigas de las manos, les pedí que no me preguntaran nada, que me acompañaran y que confiaran en mí. Guiadas como por un ángel celestial, abrimos las puertas, entramos al aeropuerto y llegamos caminando a la pista. 

Continuará…

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