Sueños, fantasías del alma
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Si hay algo que realmente disfruto es darme cuenta que eso que deseamos entrañablemente, tarde o temprano, deja de ser un sueño para convertirse en una realidad.
¿Qué sería de nosotros sin sueños por cumplir?, no hay nada más lindo que luchar por esos anhelos, los que más tardes serán protagonistas de los capítulos más esperados de esta historia que escribimos día a día.
Tengo muy en claro que no todos los sueños gozan de la misma relevancia en nuestras vidas. Algunos son más fáciles de conseguir y aunque son importantes, el hecho de lograrlos no es algo trascendental; muy por el contrario ocurre con esos sueños que nos alimentan el espíritu, nos mantienen llenos de esperanzas y nos hacen sentir libres, aquellos por los que vale la pena darlo todo y sin medida, porque sabemos certeramente que al final del camino encontraremos el paraíso cual oasis en el desierto. En mi vida, sin lugar a dudas, Luis Miguel forma parte de estos últimos porque es mi sueño más preciado.
Los sueños están esperando que vayamos en su búsqueda para consentirnos, brindarnos felicidad, pero por sobre todas las cosas para demostrarnos que si creemos fehacientemente en algo y trabajamos con mucha convicción en ello, las condiciones para concretarlos surgen de un momento a otro. En este mundo nada es casual sino causal.
En noviembre del año pasado plasmé, en este espacio, mis vivencias en uno de los conciertos que Luis Miguel ofreció en Argentina, el cual también se destacó por la conexión tan especial y cercana que tuvo con su público, pero lo que captó poderosamente mi atención esa noche fue un requerimiento muy especial que el Rey le hizo a sus asistentes. Supe contarles que se deshizo en señas con tal de que su gente y los fans lo complacieran con su deseo, ese que lo llevaría hasta Hernán -un niño de tan sólo 7 añitos.
En esta ocasión quiero que conozcan la historia desde sus comienzos, cómo y cuándo este pequeño decide ser fan de este gran artista que a pesar de ser contemporáneo, en la práctica no lo es para los niños de su edad. Su tía Mayra, quien tiene mucho que ver al respecto, será la
encargada de relatarnos como es que la voz de Luis Miguel se apoderó de un corazón que habita dentro de un cuerpecito:
Soy LuisMiguelera desde hace 31 años y, como tantas otras fans, desde mis 5 años tengo a Luis Miguel en mi vida siendo una parte muy importante, necesaria y vital.
Desde hace 7 años perdí toda condición y parentesco, ya que dejé de ser hermana, hija, amiga, etc. para pasar sólo a ser “Tía”, cosa que me vuelve el ser más vulnerable del mundo porque mis sobrinos son mi debilidad.
Con Hernán tenemos un amor y una relación muy especial; pasamos mucho tiempo juntos compartiendo el gusto por muchas cosas, como ir al cine, cocinar e ir a ver partidos de fútbol, y además tenemos grandes charlas. A él le gusta saber qué cosas hacíamos con su papá cuando teníamos su edad y le gusta todo lo “antiguo”, según sus palabras.
Un día me preguntó por qué me gustaba tanto Luis Miguel y le conté que a su edad disfrutaba de su música, verlo en la TV, ir a sus conciertos (eso no se daba con frecuencia en aquellos años) y ver sus películas. Fue así que una tarde -hace unos dos años- se me ocurrió hacerle escuchar lo que oía en aquella época de la que hablábamos –Luis Miguel en sus inicios- y ver qué efecto podría causar casi 30 años después… Para mi sorpresa quedó prendado, no sé si por darme el gusto o qué, pero empezó a pedirme cada vez más seguido escuchar “Directo al Corazón, 1+1=Dos enamorados” etc.
Pasó el tiempo y ya no fue necesario ponerme a buscar música de Luis Miguel para él porque solito buscaba en YouTube los temas del Rey. Entonces empezó a generar su propio gusto musical y un día me dijo: “Ya sé cuál es mi favorita: Isabel, es la mejor de todas sus canciones. En segundo lugar, La chica del bikini azul y en tercero, Directo al corazón”. ¡No podía creer lo que me decía!
Otra tarde estuvo varias horas frente a la computadora, por lo que me dio curiosidad saber qué hacía y fui a verlo; ¿Saben en qué estaba?, miraba “Ya nunca más”-aunque la encontró por partes se tomó el tiempo de verla- a pesar de que le anticipé que era muy triste, quiso comprobar por él mismo que lo iba a hacer llorar.
Así fue pasando el tiempo y la visita de Luismi a nuestro país se aproximaba. Le había prometido que lo llevaría a verlo y, como trato de complacerlo en todo, me sentí en una encrucijada porque Luis Miguel es algo que excede a ese todo. Cualquier fan puede entender de qué hablo, pasa a ser la prioridad cuando de verlo se trata.
La incertidumbre duró poco porque enseguida mi cuñada (la mamá de Hernán) dijo que quería ver a Luis Miguel también, de paso así despejaba mi culpa -ella iba a encargarse de mi sobrino y yo disfrutaría a pleno del Sol que todo lo ilumina.
Luego de las peripecias y la larga espera para conseguir las entradas, una vez que las tuve en mis manos se las mostré, ¡Eso fue en Julio! No se imaginan cuánto esperó Hernán ese 24 de octubre, solo mi familia y yo lo sabemos. Escuchaba decir octubre y me miraba como diciendo “¿Ya falta poco, no?”, pero sabía que tenía que esperar su cumple -el 14 del mismo mes- y unos días después vendría el concierto.
Al acercarse la fecha empecé a prepararlo, a explicarle lo masivo del concierto, que habría muchas chicas, que gritarían todo el tiempo y más cuando lo vieran aparecer. Traté de recrearle como pude la emoción que se siente en ese momento y creo que lo logré, ya que cuando estábamos entrando me pidió que le tocara el corazón y me mostró cuan fuerte le latía. Me dijo: “Estoy súper emocionado tía. No aguanto más las ganas de escucharlo cantar Isabel”. Entramos, pidió su remera y su acreditación, se puso todo y se dispuso a esperar con dos globos verdes en sus manos. ¡Miky se hizo desear esa noche más que nunca! Parecía un presagio de que algo grande se venía, algo que nunca íbamos a olvidar.
Mientras esperaba y preguntaba cuanto faltaba, nos dijo que tenía planeadas algunas cosas. Una era tirarle uno de los globos y el otro conservarlo; otra, pedirle dos rosas -de las blancas-, una para él y otra para mí; y la última, pedirle que cante su canción, siempre y cuando lograra hablar con él. Tenía tanta ilusión que no sabía cómo atenuar sus ansias, ya que mi instinto es protegerlo de todo, incluso de cualquier desilusión. Por eso traté de explicarle que era mucho el público, que Luis Miguel nos veía a todos desde el escenario pero que era imposible que nos saludara porque éramos miles y que además la gente podía lastimarlo, por eso había junto a él personas que lo cuidaban. Le conté que a pesar de que hacía años que iba a verlo, nunca había podido tocar su mano y que era posible que pasara mucho tiempo hasta que él pudiera saludarlo, pero que no por eso el show iba a dejar de ser inolvidable y que lo iba a disfrutar igual.
Después de toda la espera el show finalmente comenzó. La gente se desbordó y de inmediato perdimos nuestros lugares. Sabíamos que eso podía pasar y que él quedaría al cuidado de su mamá y de la mía, su abuela. En mi caso logré llegar a un lugar privilegiado -en el centro del escenario-, a centímetros del ser que me transporta a lo mejor de mi vida, y por fin empezó una velada que fue mágica.
La noche anterior había tenido un adelanto de lo que se vendría, cuando fui al aeropuerto como tantas veces a verlo llegar. No me pregunten por qué, pero es como darle la bienvenida a pesar de que solo veo su camioneta. El destino hizo que hubiera un error en la seguridad local y lo sacaran por un camino equivocado. Fue ahí que me encontré sola en mi auto en un camino sin iluminar, sin asfaltar, con mucho lodo -porque había llovido días anteriores- y a escasos metros del vehículo que lo trasladaba. Por Dios que no podía parar de llorar por la impotencia de tenerlo tan cerca, sin poderlo ver, y por la emoción de estar transitando su camino y respirando su mismo aire. Sentí que algo grande se avecinaba… que ese momento y esa emoción no eran en vano. Esa noche lo tuve frente a mí y pude disfrutarlo junto a mi amiga Soledad, fiel compañera de vida y de recitales,
por supuesto. Por momentos nos preguntábamos si era cierto lo que estábamos viendo: la entrega hacia la gente, sus palabras y su voz, todo fue mejor que nunca -siempre que voy a verlo creo que es el mejor show que he visto, y el próximo sé que también lo será, se supera desde siempre. De pronto bajó y empezó a saludar como lo ha hecho tantas veces -les recuerdo que hasta ese momento, en mis años de fans, nunca había logrado rozar sus dedos-, y aunque me costó creerlo, cuando llegó frente a mí pude hacer contacto directo con él, ¡Al fin pude tocar su mano! Les juro que ya estaba todo para mí, con eso era suficiente.
Seguí admirando esos ojos de un color único que no se parecen a nada, cuando de pronto observo que va hacia el lado derecho del escenario y hace señas insistentemente. Señala una, dos veces y se acerca a la gente sin su ángel guardián (Dios lo deje siempre a su lado porque no sé qué sería de él) mientras continúa tratando de que comprendieran qué necesitaba.
Ahora puedo confesar lo que sentí en ese momento: tuve la certeza de que estaba señalando a Hernán, a mi solcito, al ser que hace que sienta que todo vale la pena. No quería decirlo porque no podía ver bien, pero estaba segura de que había logrado captar su atención, que el Rey Sol había visto a mi otro Sol, que también es mi Rey.
Me subí a la valla de seguridad -tan sólo un poco-, miré hacia la multitud y ahí lo vi flotando entre la gente; lo pasaron de mano en mano hasta hacerlo llegar a Luis Miguel. Fue un saludo de caballeros, un estreche de manos derechas y un suave y tierno beso en la mejilla que duró tan solo un instante, pero que lo tengo grabado eternamente en mi mente en cámara lenta. Al volver con su mamá -creímos que no regresaría sano y salvo-, las fans quisieron tocarlo y sentir el perfume del Rey -no saben cuántas horas perduró en la piel de Hernán, no voy a olvidar nunca ese aroma.
Al finalizar el show todas pidieron tomarse fotos con él y, como esto continuó hasta la salida del recinto, me preguntó muy seriamente: “¿Tía, soy famoso ahora?” ¡No podíamos parar de reírnos! Al reunirme con mi madre y cuñada supe que Luis Miguel ya lo había llamado y señalado en otras oportunidades esa noche, lo que pude comprobar viendo las distintas grabaciones de aquel instante que quedó inmortalizado en celulares y cámaras generosas, cuyas imágenes -tesoros de valor incalculable- me hicieron llegar. Allí pude constatar que, tal como lo había planeado antes del show, le tiró el globo y fue por eso que captó su atención; en ese momento sentí cierto remordimiento por intentar coartar tanta frescura, inocencia y pureza al decirle que no era posible que lo viera. Nuevamente me enseñó que soñar es posible, que hay que hacerlo en grande para que de a poco los sueños se vayan cumpliendo, y era lo que sin querer había hecho la noche anterior…”¡Soñar en grande!”. Me había propuesto cumplir mi sueño y lo había logrado con creces: lo vi como nunca antes, toqué su mano, el sol de mi vida logró saludarlo y llevarse el beso soñado por todas, pero ahí no terminó todo…cuando regaló esas tan ansiadas rosas fui una de las afortunadas. Allí mismo dije: “¡Más no se puede pedir!” y supe que sería la noche que recordaríamos el resto de nuestras vidas, esa en que los sueños fueron posibles. Por eso… ¡Sueña, que no existen fronteras!
Maryra Sanchez