Recuerdos encadenados

Maria Eugenia Cabral
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A la fecha, Luis Miguel lleva 21 conciertos ofrecidos en México, en 8 ciudades diferentes, con un éxito arrollador. Todo el mundo quiere ver en acción al Sol de México con este tour, en el que hace un recorrido por las inolvidables canciones que hicieron historia en su larga trayectoria.

El viernes pasado surgió de imprevisto una reprogramación de su concierto en Monterrey porque Miky se encontraba con un cuadro de fatiga y deshidratación, noticia que preocupó a los fans, no por el grado de gravedad sino porque cuando uno ama a una persona lo que menos desea es que ésta se sienta mal. Automáticamente el Hashtag utilizado en la red social Twitter, para acompañar y apoyar a Luis Miguel en cada una de sus presentaciones, fue cambiado por uno en el que le deseábamos su pronta recuperación.

Además de ser híper profesional, todo lo hace con un grado de compromiso supremo, prioriza siempre a su público, razón por la cual al día siguiente ya estaba listo -aunque no en óptimas condiciones de salud- para ofrecer un conciertazo. Si hay algo que me derrite es constatar que ama a sus fans y que sólo a causa de fuerza mayor cancelaría un show, aunque en muchas oportunidades, y más cuando se piensa en la salud, es inevitable. Pero se trata de Luis Miguel, no de cualquier artista; en muchas oportunidades lo he visto toser y exigirse al máximo en los conciertos, procura dejarlo todo arriba del escenario y les juro que en ese momento sufro a su lado, al verlo enfermito, y hasta me han dado ganas de subir al escenario para apapacharlo.

No es nada fácil la vida de un artista, el que piensa lo contrario se equivoca, próximamente Miky tiene que dar 9 conciertos en 4 ciudades diferentes en tan sólo 11 días y como si esto fuera poco, la gira continúa.

No caben dudas que Luis Miguel es sinónimo de excelencia, entrega, pasión y dedicación.

Hoy quiero presentarles la historia de Rosana, la que trae a mi mente innumerables recuerdos de mis comienzos como fan de este gran artista a quien quiero tanto ¿Hacemos juntos un viaje por el tiempo?:

Corría el año 1982, yo cumpliría 10 años en Junio, y a fines de Enero nos fuimos a Mar del Plata,

Argentina, de vacaciones con mi familia.

Apenas entramos por el Boulevard Marítimo veo el Hotel Provincial y un pasacalle casi tímido que decía Luis Miguel 6, 7 y 8 de Febrero (el día en que llegué no lo recuerdo con exactitud, pero si sé que aún faltaban unos cuantos días para el show).

A partir de ese momento empecé a torturar a mi papá con que deseaba asistir, que por favor me comprara la entrada -cabe aclarar que aún no teníamos alquilado el departamento donde hospedarnos y es lo que debíamos hacer como primera medida-, así que mientras mis padres se avocaban a esta tarea yo continuaba con mi insistencia de querer ir al concierto. Mi papá, para calmar mi ansiedad y para que dejara de agobiarlo, me respondió que sí iría, pero siempre y cuando dejara de entorpecer su búsqueda de departamento con mi letanía.

Necesitaba tener en mano esa entrada que me diera la posibilidad de conocer en persona a aquel muchachito de 12 años que me había cautivado desde la pantalla de canal 9 en el programa “Sábados de la Bondad” y del que ya me había comprado dos LP –los elegía antes que a los cassettes porque los discos traían la foto más grande y un sobre adentro con otra foto de mi Rey- cuyas letras, por supuesto, a la semana ya sabía a la perfección. En mi regreso de visitar a mi abuela pasaba por las disquerías y con el dinero que ahorraba de mi merienda, bah…en realidad con la que me daba ella y alguna pasada por la lata del negocio de mi mamá (así es, debo confesar que he metido la mano en la lata), compraba los discos de mi Sol; cómo olvidar lo que renegaba con las púas de los tocadiscos ¡por Dios!

Retomando el relato, después de insistir mucho y ante la molestia de mis hermanas -la del medio que quería ir a la playa y la menor que sólo estaba preocupada por ubicar un restaurante- sumado al cansancio de mi mamá, que a esas alturas no nos soportaba más a ninguna de las tres, y de mi papá que estaba al límite de su paciencia pero que siempre aflojaba la soga para mi lado, surgió el milagro cuando se dirigió a mi mamá y le dijo: “O la llevamos a comprar la entrada en este instante o no vive para contarlo”; como verán pasaron 30 años y sigo viva, así que por supuesto, fuimos a comprar el ticket y me sentí flotar en el aire. Conseguí fila diez, así que el 7 y 8 de Febrero estaríamos allí mis hermanas, mi mamá y yo.

Mi querido papá, luego de concederme mi deseo, me dijo: “Ahora sí busquemos el departamento cerca de la playa y no te quiero escuchar más hasta después de almorzar”, pero no habían transcurridos ni 5 minutos de esto cuando, con una voz muy dulce, le pregunté: “¿Cuántos días faltan para el recital?”, “Muchos” respondió, y agregó: “Cuidado, porque si tenés intenciones de torturarme psicológicamente otra vez, devuelvo la entrada” esa frase fue motivo más que suficiente para que me olvide del tema por 10 minutos. Reconozco que abrumé a mi familia hasta el momento del concierto.

El gran día llegó y con él, el alivio a mis seres queridos. Era la primera vez que lo vería, no podía

entrar en mi eje, calculo que no dejé un solo alfajor helado en el lobby del edificio de la ansiedad, eso sí, post-almuerzo se me cerró el estomago y creí que me moría ese mismo día.

Similar al día de Navidad, mi mamá me aconsejó dormir la siesta para no estar cansada esa noche; nunca se me hizo tan larga una hora y media, en la cual pregunté la hora incontables veces y fui al baño unas diez.

Luego a mis papás se les ocurrió ir a la playa, ¡Era lógico! estábamos de vacaciones, pero para mí trasladarnos hasta ahí era como ir a Playa del Carmen, me alejaba un montón del lugar de mi cita y… ¿Si se rompía el auto? ¿Si se hacía tarde? ¿Si no alcanzaba a ducharme me y ponerme hermosa para él? ¡Qué manera de sufrir!

Ya le había contado a todos mis vecinos ocasionales que iba a ver a Luis Miguel y me quedé todo el tiempo debajo de la sombrilla -no vaya a ser que me quemara- preguntando, eso sí, cada 5 minutos: ¿Cuándo nos vamos?

De pronto algo logró acaparar mi atención, era un avión que pasaba por la playa con un cartelito que decía “Esta noche, 21 horas, Luis Miguel Hotel Provincial” y les juro que sentí que el corazón se me salía del cuerpo.

Por fin llegó el momento de prepararme para el tan esperado show. Me puse un vestido azul a cuadritos con blanco –el borde de la pollera tenía una guarda de cerezas rojas bordadas y en el canesú, un ramillete de cerezas plásticas a modo de bouquet-, zapatos blancos, todo el frasco de perfume y también me había pasado unas cuantas veces un brillo labial con sabor banana que tenía de contrabando en la cartera. Llegamos al Hotel Provincial y había una cuadra de personas esperando por entrar; otra vez me sentí morir, ¿y si empieza y estoy afuera?

Me compré una vincha de plástico blanco con letras azules, para adornar mi frente, –todo en composé- la que decía ¡Luis Miguel Te Amo!

Mis pies no tocaban el piso, era un salón divino alfombrado en rojo, tenía unas luminarias de cristal lujosísimas y sillas doradas tapizadas en terciopelo del mismo color de las alfombras, en las cuales me paré mientras escuchaba a mi mamá llamarme la atención por ello.

Creo que ése fue el disparador para que mi hermana menor decidiera ser psicóloga -ante la posibilidad de hacer algo conmigo para ayudarme- y mi hermana del medio pediatra, para preservar a mis hijas de estos efectos, y por si acaso, se casó con un cardiólogo porque han comprendido que cada dos años vivo al borde del sincope!

Regresemos al gran salón donde irrumpió en el escenario un señor flaco, barbudo, de traje, donde además estaban las cámaras de canal 9. Cuando se apagaron las luces no puedo explicar lo que

sentí, no sé que dijo específicamente este buen hombre pero si sé que en un momento dijo las palabras mágicas “Con ustedes Luis Migueeeeel”, instante en el que hizo su ingreso portando un traje de cuero dorado y el pelito largo. No podía creerlo, el corazón se me paralizó y comencé a llorar hasta el ahogo; recuero que cantaba “Cucurrucucú Paloma” y mi hermana menor me miraba y me decía: “te dice que no llores”.

Me costaba asimilar lo que estaba viviendo y a mi mamá, con eso de que me subía a la finísima silla, también!

Las cerezas del vestido se las tiré al escenario y las letras de la vincha se destiñeron de tanto saltar, así que ya tenía el vestido impresentable y la cara azul, pero feliz, ¡tan feliz!

Le arrojé todos los caramelos que tenía en la mano mientras gritaba desesperada, algunos no lo tocaron, pero otros sí ¡Pobrecito!

Mi hermanita escuchaba que todas gritábamos “Miky” y ella confundida gritaba “Ricky”(era la época de Menudo), imagínense lo que eso significa para una fan de Luis Miguel, así que la callé al instante. El show continuó, cantó “El Arriero” y otras inéditas, pero yo desesperada le gritaba que cantara “Directo al corazón”. En un momento dijo: “Voy a cantar canciones nuevas, de mi segundo LP y entre ellas (me mira y me señala) Directo al corazón”, ahhh soñaba despierta, mi Rey me había hablado. Mi hermanita no lo podía creer, me miró y me dijo “Te habló a vos” y a Miky le gritó: “Ella te ama”.

Al finalizar el show, saliendo del teatro, supe que lo amaría toda mi vida. A partir de ese momento adorarlo para mí fue religión.

Una tarde paseando por la playa -siempre buscaba un pretexto para ir cerca del lugar donde lo había visto- pasamos por la puerta del Hotel Provincial y me sorprendió ver que había un cordón de gente de seguridad y muchas chicas, así que corrí hasta ahí lo más rápido que pude y alcancé a ver un mechón de cabellos rubios luego del cordón humano ¡Era Luis Miguel! No lo estaba alucinando, no pude hablar de la emoción, nunca lo olvidaré.

Al año siguiente partimos a Mar del Plata nuevamente y no veía la hora de llegar para averiguar si el Rey se presentaba ese año. Pude confirmar que sí, pero lamentablemente ya no estaríamos en el lugar el día del recital, pensar en quedarnos más días era imposible, por más que intenté negociar la fecha de nuestro regreso, no lo logré, así que el mundo se me derrumbó.

Las vacaciones terminaron y regresamos a Junín, mi ciudad de origen, y ¿saben que es lo primero que veo? un afiche de Luis Miguel, vestido de rojo tomando con sus manos una bola de cristal (la tapa de Decídete) anunciando que venía a mi ciudad el día del cumpleaños de mi hermana menor. Miré a mis padres desesperada y ellos no tardaron en decirme que no había posibilidades de que

asistiera ante este evento en la familia. Era una nueva oportunidad de verlo y otra vez mi corazón partido en dos, tan cerca y a la vez tan lejos.

En la previa a su venida hice lo imposible por convencer a mis padres, pero su respuesta fue siempre la misma: ¡no!

Cuando llegó el día -debo aclarar que mi papá me veía llorar desde el día anterior- mi papá me dijo: “No te preocupes Rosi, Héctor (un amigo suyo que traía a Luis Miguel) ya me contó que está por llegar, vamos a la ruta a esperarlo”. Salté al coche y fuimos a la ruta Junín-Rosario, cuando transcurrieron unos diez minutos pasó un micro y mi papá exclamó: “¡Ahí viene!”, pero me quedé muy desilusionada porque no pude ver nada.

Regresamos al cumpleaños de mi hermana y para mi pesar, las madres de mis amigas venían a retirarlas antes de que finalice porque se iban a ver a Luis Miguel.

Cuando comenzó el recital, en el estadio Sarmiento, de mi casa se escuchaba bastante bien; él cantaba, las chicas gritaban y yo lloraba.

En eso llegó Santa Kika, mi abuela querida, y le dijo a mi mamá: “Esta chica no puede sufrir así, pobrecita, me la llevo al estadio”, luego me miró y me dijo “Vamos pequeña, te llevo”. Creí que tocaba el cielo con las manos y obviamente, me parecieron interminables las seis calles que me separaban del lugar.

Al llegar fuimos directo a la boletería y un señor que estaba por ahí le dijo: “Señora, ¿Éstas son las nenas de Raúl?” a lo que mi abuela asintió con la cabeza y él prosiguió muy amablemente: “Pasen por favor por acá”. Cuando ingresamos Luis Miguel estaba cantando “El brujo (Yummy, yummy, yummy)” y estaba hermoso -tenía un traje de cuero lila y sacudía continuamente el pelo. Luego le llegó el turno a la canción que le dio el nombre al disco que venía a presentar: “Decídete”.

Terminado el show mi abuela me compró una remera, fotos, vinchas y demás. Llegamos a casa y ella le pidió a mi papá que la acercara a su casa y que de paso me llevara a la puerta del hotel para que intentara ver a Luis Miguel nuevamente. Allí fuimos, a gritar, a cantar y a esperar que el sueño de verlo se cumpliera.

De esta manera quise compartir con ustedes parte del cofre de los recuerdos de mi historia como fan del artista número uno de habla hispana. Hoy por hoy tengo muchas más anécdotas que contarles, quizás lo haga en una próxima entrega.

Rosana Freddi

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