Luis Miguel, mi príncipe azul
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20 de noviembre de 2012
La noche del diluvio en Buenos Aires mientras iniciábamos el famoso camino de regreso, ese que el automóvil se sabía de memoria, se apoderó de mí un frío insoportable y era lógico, estaba absolutamente empapada. Pero no tardé en combatir ese frío con el calor que albergaba mi alma, ese que El Sol se había encargado de plasmar en mi interior con sus tiernos rayitos.
Me dormí con el corazón exaltado pensando en que al otro día sería testigo de una velada muy especial. Anteriormente no había tenido oportunidad de asistir a una cela de gala, y la verdad es que me atraía la idea de ver a Luis Miguel en otro contexto totalmente diferente al habitual.
No exagero si les digo que al despertar ya estaba en las nubes, sentía que en tan sólo unas pocas horas iba a ser la protagonista de un cuento de hadas, más precisamente “Cenicienta”.
Durante toda la jornada hubo momentos que dediqué al relax (algo muy importante para lucir espléndida en la noche) y otros a la etapa de transformación: de simple plebeya a dama de la alta sociedad digna de un Rey. Mi hada madrina fue Anita, quien con sus manos mágicas me realizó un maquillaje profesional para la ocasión. La tarde se nos voló entre preparativos, risas y ocurrencias, todo resultó muy entretenido. Al salir hacia el lugar ni mis compañeras ni quien les escribe éramos las mismas, ¡Estábamos irreconocibles! (lo que puede hacer un buen maquillaje y un vestido de etiqueta).
Luis Miguel tiene esa capacidad de hacerme sentir una y otra vez adolescente, ésta es una de las cosas que más valoro y le agradezco.
Desde el preciso instante en que arribamos al sitio donde se llevaría a cabo la gran gala, comencé a transitar mi propio cuento de fantasía.
El lugar era encantador y estaba exquisitamente decorado. Ingresamos por una alfombra roja, con la prensa a nuestra derecha, lo que hizo que pudiéramos experimentar un poquito lo que sienten los famosos, fue muy divertido. Previo cóctel nos invitaron a pasar al salón para servirnos la cena.
Cuando llegué a mi mesa, la que estaba a escasos metros del imponente escenario, me sorprendí al ver a uno de los comensales con el que iba a compartir esta velada soñada: don Alejandro Wiebe (más conocido como Marley). Creo que todos los fans sabemos de quien se trata, pero por si acaso, les cuento que Marley estuvo avocado a seguir la carrera de Luis Miguel en la época de los 90 y primeros años del 2000, convirtiéndose prácticamente en su entrevistador oficial. De allí surgió otro sobrenombre para él, el mismísimo Miky lo bautizó como “sombra”, pues dónde iba lo tenía a su lado.
Me atrevo a decir que Luis Miguel siempre ha disfrutado mucho de que este personaje lo entreviste ya que, además de ser muy respetuoso, es divertido, ocurrente, espontáneo y simpático.
Cabe destacar que pensé que Marley actuaría diferente con nosotras, que se mostraría más como un divo del espectáculo y no dedicaría de su tiempo a hablar con desconocidas y simples mortales, pero créanme que no fue así. Él no se vale de ningún ardid en su vida profesional para triunfar y para acaparar público, es exitoso por mostrarse tal cual es, así como lo vemos en televisión es en su vida personal y esa noche pude comprobarlo. No sólo mi mesa se engalanó con su presencia porque es toda una estrella televisiva sino que además es amigo personal de Luis Miguel, ya que tanta cercanía (por trabajo) durante muchos años hizo que naciera entre ellos una hermosa amistad.
Toda la noche conversamos con él, siempre conservó una sonrisa que no se le desdibujó jamás de su rostro y hasta amenizó la charla con sus chistes tan peculiares como oportunos. Nos escuchó atentamente cuando le contamos un poquito de nuestras andanzas como fans de Luis Miguel y hasta se animó, sin que se lo solicitáramos, a compartirnos pequeños detalles de una cena que había tenido con su gran amigo. Nos contó que Miky estaba muy feliz con el nuevo estadio elegido para sus shows y que había visitado un viñedo mendocino, del cual se trajo varias cajas de un vino Malbec con el que quedó fascinado.
Luego de una rica cena, de la que pude probar poco y nada debido a la ansiedad del momento, llegó la hora del postre, sí, comimos un delicioso brownie con helado y salsa de chocolate, pero no me refiero precisamente a este platillo, sino al postre principal de la noche: El Concierto.
Todo el tiempo, cual cenicienta, estuve aguardando por este momento en que por fin pudiera encontrarme con mi príncipe azul. Alrededor de las 22:30 hs, portando un atractivo traje negro y derrochando una incomparable belleza, su alteza se hizo presente para dejar atónitas a las mujeres del recinto sin excepción. Todas teníamos nuestro plan de seducción para intentar ganarnos una mirada y una sonrisa cómplice de parte del dueño absoluto de nuestras más lindas fantasías.
Luis Miguel demostró, en cada uno de los conciertos en Buenos Aires, que su voz está mejor que
nunca y en esta oportunidad se lució nuevamente dando cátedra al respecto. El público, incluido la gran cantidad de personalidades famosas que se hicieron presentes, lo acompañó cantando a coro cada uno de sus éxitos.
Sobre el final, mientras cantaba un up tempo de los viejitos, pidió que tomáramos nuestra servilleta y que la revoleáramos por el aire al ritmo de la canción. Ese fue uno de los momentos especiales de la velada ya que alguien se animó a tirarle a Luis Miguel una servilleta la que, inmediatamente después de caer en su pecho, tomó y comenzó a revolear junto a nosotros.
Sobre las 12 de la noche el show terminó y quién se esfumó, a diferencia del cuento, fue el príncipe de mis sueños. No les miento si les digo que salí del lugar con mis zapatos en la mano (dicen que la elegancia duele y lo confirmo) y aunque intenté perder uno en el camino, más bien entregárselo a alguna persona relacionada a Luis Miguel para que luego se lo hiciera llegar y él saliera en mi búsqueda, no me animé.
Esa fue una noche inolvidable, como todo lo que tiene que ver con Luis Miguel, pero lamentablemente lo bonito pasa demasiado rápido, por lo que mi tiempo en el cuerpo de cenicienta había llegado a su fin y debía regresar al de profesora el día siguiente. Con mis aliadas de tour dormimos unas dos horas y media (algunas menos) y al amanecer emprendimos viaje a mi ciudad, nos esperaban unas 7 largas horas de carretera y un horario de arribo que cumplir.
En el extenso trayecto por rutas argentinas, además de admirar el paisaje, revivimos uno a uno los momentos junto a nuestro Rey y nos dimos tiempo para soñar despiertas, nos encanta imaginar situaciones que quisiéramos vivir junto a él. Cantamos a todo volumen, bailamos al compás de la música y nos divertimos observando a los automovilistas que, al adelantarnos, no dejaron de perderse el espectáculo que ofrecíamos.
Al bajar en las estaciones de servicio por provisiones, no pudimos dejar de seguir haciendo de las nuestras y obligamos al señor Mini Luismi (un simpático muñequito de cerámica que intenta ser una réplica pequeña del original) a que no sólo nos acompañe, sino que pose para las fotografías donde quedaría perpetuado el momento de su compra de golosinas, cafecito, etc.
Díganme si esto no es disfrutar de las pequeñas cosas de la vida!
No tiene precio la felicidad que siento esos días de tour compartiendo inmejorables momentos con mis amigas del alma, pensando en que Miky respira mi mismo aire y que pronto, muy pronto, volverá a apoderarse de cada uno de mis sentidos y de todo mi ser.
Euge Cabral