Así se siente México
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1 de noviembre de 2011
Habíamos quedado en que corrimos al encuentro de Luis Miguel luego de obtener los permisos correspondientes.
Recuerdo que nos ubicamos una a la par de la otra, a esperar nuestro gran momento, mientras Miky no dejaba de saludar, una a una, a las personas que elevaban su mano en busca de la suya. Fue algo extraño y difícil de asimilar el tener a Luis Miguel enfrente mío casi a mi altura. Realmente era un sueño hecho realidad y les explico el por qué.
En Argentina los escenarios son bastantes altos y acercarte a Luis Miguel, para lograr saludarlo de mano, es algo que a veces se torna hasta peligroso para nuestra integridad física. Todas queremos tener el privilegio de tocarlo, y acá los shows son tan multitudinarios, que cuando Miky decide tener contacto con sus fans se producen grandes avalanchas. En muchas ocasiones me he quedado sin aire a consecuencia de la presión ejercida por los fans tratando de llegar a Luis Miguel. Por todo esto, lo vivido en Las Vegas, me resultó algo surrealista.
Mientras esperaba que llegara ese mágico momento en que pudiera saludarlo, no dejaba de pensar en lo increíble que me resultaba esta situación de aguardar en calma y sin empujones la dicha del contacto.
De izquierda a derecha comenzó a darnos la bienvenida con un fuerte apretón de mano. Cuando llegó mi turno, otra vez el ritual me deja extasiada y flotando en el aire. Nuestras miradas se encuentran; la suya es tan fuerte que logra viajar directo y sin escalas hasta mi alma. Mis ojos intentan transmitirle todo lo que mi corazón siente por él. Mi mano se deja acariciar por la suya, ¡qué bien se siente su suave piel sobre la mía! Luego me la aprieta fuerte en señal de saludo y yo le respondo de la misma manera. Repetí lo de San Bernardino: mientras todo esto ocurría le dije pausadamente “Te quiero”, tratando de que leyera mis labios. Le robo la más tierna de las sonrisas y nuevamente me siento la mujer más feliz sobre la faz de la tierra.
Vivir estas experiencias con la persona que uno quiere y admira tanto no tiene precio.
En ese momento tomé conciencia de la locura que había cometido: viajar 10.000 kms. para verlo. También me replanteé todas las que he realizado en su nombre, en estos casi 30 años transitados como fan, y me di cuenta una vez más que todo ha valido la pena con creces.
He aprendido que uno tiene que disfrutar de la vida que Dios nos ha regalado, y buscar ser feliz a como dé lugar. Esto lo llevo a la práctica con Luis Miguel y con todas las vivencias compartidas con mi familia LuisMiguelera.
Esa noche de concierto la sección del mariachi se vivió mucho más intensa. En el ambiente se respiraba aires de festejos, los que podían verse reflejados en el espíritu de la gente. Fui testigo una vez más del orgullo que Luis Miguel siente por ser Mexicano. Esos lazos tan fuertes que lo unen a su tierra se vieron plasmados en su interpretación a la hora de cantar las rancheras. Desbordaba de dicha y felicidad al celebrar un año más la Independencia de este país que tanto ama. Las expresiones en su carita no dejaban de transmitirnos las sensaciones que habitaban en su ser. Cuán gozoso estaba de poder interpretar, por ejemplo, “Ay caray, caray, que bonita es mi tierra, que bonita ¡qué linda es!” o “México querido, que linda es mi bandera, si alguno la mansilla le parto el corazón”.
Algo que aún me eriza la piel al recordarlo es el final de “El viajero”. En mi memoria atesoro la imagen de Miky junto a los mariachis, con sus manos en alto y el dedo índice señalando hacia el cielo, mientras caían desde el techo del Colloseum papelitos de color verde, blanco y rojo en homenaje a la bandera de México. Luego se hizo una pausa musical para dar lugar a una ceremonia que continuó al grito de ¡Viva México!, proclamado por Luis Miguel y sus mariachis, en una serie de múltiples repeticiones. Inmediatamente nos acoplamos a dar con ellos el grito de Independencia desbordados de una emoción indescriptible.
Es algo imposible de expresar con palabras, el momento en que Luis Miguel comenzó a gritar “Mé-xi-co” (acentuando las sílabas) seguido de un zapateo que constaba de tres golpes en el piso del escenario. Esto se repitió y perduró unos minutos, mientras yacían aún suspendidos en el aire los colores de la bandera de este bello país, creando el marco perfecto para un momento inolvidable y cargado de infinitas emociones.
Al finalizar el concierto no sentí ese vacío del que siempre les comento, porque al día siguiente tendríamos una nueva cita para nuestro regocijo.
Saliendo del recinto nos encontramos con miles de personas agolpadas en el ingreso al Colloseum obstruyendo el paso. Lejos de molestarme, la finalidad con la que estaban ahí me lleno de satisfac-ción. Coreaban al unísono “Cielito lindo” y “El Rey”, entre otros, con tanto sentimiento en sus palabras y en sus actitudes que lograron contagiarme. Verlos abrazados cantando, mientras flameaban la bandera de México y sostenían sus copas en alto, fue algo extraordinario. En Las Vegas, como en muchos lugares de EEUU, viven mexicanos que se han ido del lugar que los vio nacer en busca de un mejor porvenir. Esta oportunidad, de festejar su Independencia en un país ajeno al suyo, es una magnífica ocasión para reencontrarse con sus compatriotas, con su cultura y de esta manera sentir a su México más cerca. Imagino lo difícil que es para ellos estar lejos de sus raíces. Esto también me hizo analizar mi situación como Argentina. ¿Saben? Acá no somos así de patriotas, y no encuentro explicación del por qué.
México a pesar de tener múltiples problemas en la actualidad, de haber atravesado en el pasado por muchísimas situaciones extremas, ha logrado la unidad en su pueblo y esas ganas de luchar por tener un país mejor. Me pregunto si esto tendrá que ver con la política o lo traerán impregnado en su esencia fruto de sus antepasados.
Sorteando a todos los cantantes que estaban en el ingreso (después de entonar cuál mexicana todas las canciones regionales junto a ellos) me dispuse a buscar a mis compañeras de viaje que las había perdido entre el tumulto de gente. En el camino escuché que alguien gritaba mi nombre. Me detuve de inmediato para buscar a la persona que lo pronunciaba y me encontré con la sorpresa de no conocerla. La miré desconcertada, y ella tan linda me dijo: “Euge, yo soy tu fan”. ¿Se imaginan mi cara? ¡Pues deberían haber estado ahí! no podía salir de mi asombro, nunca nadie me había dicho tal cosa (aunque mi amiga Liz Chávez de cariño me lo suele decir en mis columnas). Me dejó sin palabras y con una profunda emoción. Ella se presentó como Gabriela Perez Aspra de México, me contó que siempre lee mis columnas, que le encanta lo que hago y que se siente identificada con mis escritos. Le agradecí inmensamente sus palabras y sus muestras de cariño. No me voy a cansar de expresar, que es un honor para mí leer y escuchar cada uno de sus comentarios y tener la fortuna de contar con tan queribles lectores. Ésta es una de las cosas que también debo agradecerle a Luis Miguel: el permitirme conocer gente de diferentes puntos cardinales.
También este día conocí a entrañables amigas como lo son Jessica Sáenz Arelle, la que además de ser una fan de Miky con todas las letras, es encantadora y una excelente periodista de México. Alguien que me demostró ser una fan a quién admirar: Beatriz Covelo. Ella es de Brasil y es el cuarto año, si mi memoria no me traiciona, que visita Las Vegas para asistir a los conciertos. Esta vez se animó a recorrer los miles de kilómetros absolutamente sola y su valentía es digna de ser destacada. Esto es amor incondicional y a prueba de todo ¿no creen?
Continuará….
Euge Cabral