Quiero soñar siempre que te llevo en mí (Parte I)

Maria Eugenia Cabral
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Luis Miguel continúa recargando energías del sol, arena y mar de Miami, pero fundamentalmente de la paz que otorgan las vacaciones y la compañía de los afectos.

No me cansaré de destacar que es sumamente gratificante verlo disfrutar al máximo, rompiendo aquellas estructuras que muchas veces coartan la libertad. Me encanta que se deje despeinar por la vida, pasando a segundo plano lo políticamente correcto, como cuando espontáneamente se acercó al músico de una banda que tocaba en vivo, lo abrazó, y luego tomó su guitarra para ejecutar a dúo un ‘solo’ que revolucionó el lugar. A veces pienso que, en muchas ocasiones, ese estado de relax podría trasladarse a su vestuario, puesto que últimamente lo hemos visto gozando de la velada en un NightClub ataviado en un impecable traje. Tengo muy en claro que siempre se ha caracterizado por un estilo clásico en el vestir –que me fascina, dicho sea de paso-, dando cátedra de buen gusto y elegancia, pero siento que podría distenderse un poquito más luciendo un elegante sport, que de igual forma le queda distinguido y espectacular (lo hemos comprobado). No tiene caso, con clase se nace, y sin dudas él la trae impresa en su ADN, se ponga lo que se ponga, un traje de etiqueta, jeans, una playera, un short de baño o una bermuda, es un deleite para nuestras pupilas.

Por otro lado, no deja de cesar la aparición de fotografías con aquellos fans que tienen la fortuna de coincidir con Luis Miguel, quienes se muestran en las redes sociales felices por la dicha de poder saludarlo e inmortalizar ese inolvidable momento. A raíz de todas estas imágenes muchos nos estamos preguntando cuándo nos tocará el turno de concretar este gran sueño y, aunque nadie tiene la respuesta, estoy convencida de que debemos seguir intentándolo, pues si deseamos algo desde lo más profundo del corazón, es una obligación darlo todo sin perder las esperanzas jamás, por más que el destino se empeñe en torcer nuestro camino –si sabré yo de malas pasadas del destino.

Hablando de este sueño tan especial que alberga nuestro corazón, el otro día leí una frase muy cierta que dice “Si quieres algo entonces ve, haz que pase, porque la única cosa que cae del cielo es la lluvia”… y es precisamente lo que supo inculcarle su padre a la fan que protagoniza el relato que aquí les comparto, ya que con un verdadero acto de amor le demostró cuán importante son los hijos para los padres. Aquí comienza el primer capítulo de la apasionante historia de Fanny con Luis Miguel:

¡Por dónde empezar a contarles!… Es tan difícil para mí encontrar el preciso momento en que su voz empezó a hacerme cosquillas en el corazón, pues era muy pequeñita. Debo haber tenido 7 u 8 años cuando ese niño que le cantaba al amor, con su “1 + 1= 2 enamorados”, flechó mi alma. Sin tener edad para saber de esas cosas, yo las cantaba con mucho sentimiento porque su voz era extremadamente dulce, bella y armoniosa. Él era un niño rubio, con unos impresionantes e impactantes ojos verdes, con el que soñaban miles de niñas de mi edad. Desde mis primeros años de adolescencia aquel joven rubio, de cabello lacio al que llamaban “El Sol”, formó parte de mis mañanas, mis tardes y mis noches. Pero no todo fue color de rosa, debí lidiar con un serio problema que involucraba a mi papá, a quien no le gustaba la música de Luis Miguel, y por ende no quería que lo escuchara ni que destinara dinero para sus discos. Esto me obligó a ingeniármelas para conseguir sus trabajos discográficos, y aquello fue toda una aventura.

Solía ser una niña de muy buenas calificaciones, y ese gran desempeño académico me permitió obtener un rédito, ya que mis generosos abuelitos supieron reconocer mi esfuerzo y dedicación con dinero, recurso que me permitió comprar los cassettes o sus LP’s.

Para mis 15 años recibí un regalo que me hizo la jovencita más feliz, un equipo de música en el que podía escuchar y grabar las canciones de mi Sol. Esperaba con ansias que las emisoras de radio programaran sus éxitos, y quería fusilar al locutor contra un paredón cuando intervenía en la canción que estaba grabando.

Luis Miguel siempre se distinguió por su inteligencia, hete aquí la razón por la cual se animó a incursionar en canciones no contemporáneas a su edad, como cuando lazó su LP “Luis Miguel 87”. Este disco llegó a los oídos de mi papá y ocurrió el milagro, pues lo conquistó cantando joyas musicales de su juventud, como “Solo tú, Cuando calienta el sol y Eres tú“, entre otras. La percepción que mi padre tenía de aquel muchachito dio un giro de 180 grados, pues reconoció que le parecía un buen cantante, y recuerdo que me dijo: “Un día te voy a llevar a conocerlo”. Mi papá ya había coincidido en algún momento con Luis Rey en sus visitas al puerto de Veracruz en planes de trabajo, por lo que me sentía esperanzada con su promesa. Me comportaba muy bien, no daba problemas ni en lo personal ni en la escuela, con tal de que mi padre no cambiara de opinión. Asistí a un colegio para niñas, y como se imaginarán hubo un sinfín de cumpleaños de 15, pero solo fui a 4 y siempre acompañada de un familiar, pues trataba de hacer las cosas lo más apegado a lo que mis padres quisieran, para no decepcionar y arriesgarme a que si existía la oportunidad de conocerlo la perdiera por una tontería.

La primera vez que lo vi en concierto, el  19 julio de 1989, fue regalo sorpresa. Mis papás me llevaron a Ciudad de México por trabajo, y una noche me dijeron: “Arréglate que vamos a cenar”. Supongo que mi papá se puso de acuerdo con el taxista porque una vez que emprendimos el viaje ya no volvieron a hablar. Mi mamá me distraía enseñándome los edificios dañados por el sismo de 1985, y cuando dimos la vuelta en una glorieta quedamos estacionados de frente a una marquesina que decía “LUIS MIGUEL“. Mi corazón latió muy fuerte, no puedo describir con palabras la emoción que sentí de saber que lo vería en vivo, por primera vez, cantando como siempre lo había soñado. Y tal cual lo imaginé tantas veces, fue un concierto espectacular, que me llevó a salir viendo estrellitas, llorando como mensa. Después supe que mi tía Blanquita había aguardado unas 5 horas para comprar esos boletos, a la que siempre estaré agradecida por ese noble gesto. Poco después Miky vino a Veracruz, al auditorio Benito Juárez, un 23 de septiembre de aquel mismo año. En esa ocasión fui con mi mamá y dos amigas, y como anécdota debo mencionar que la gente -ante tanta euforia- rompió las puertas del Auditorio para ingresar a verlo. El concierto estuvo maravilloso como siempre, ¡Inolvidable! Recuerdo que salió al escenario con un overol del staff para pasar inadvertido, y que fue emocionante descubrir que estaba debajo de ese atuendo.

Así comenzó mi peregrinar detrás de este gran artista, y cada oportunidad fue única. Cuando llegó el año 1992, el más importante sin lugar a dudas, mi papá -siempre cómplice de mis locuras- buscó la forma de acercarse al equipo de producción de Luis Miguel. Con anticipación, desde el año anterior prácticamente, consiguió boletos en la mesa más cercana al escenario. Luego logró hacer amistad con quien se desempeñaba en aquel entonces como su jefe de seguridad. El día soñado llegó el 12 de abril de aquel año, era poco más de la 1 de la tarde cuando me llamaron para ir al aeropuerto. Supuse que lo esperaría como todas las fans, afuera con mi pancarta, pero no, vaya sorpresa que me llevé cuando vi a mi papá con la gente de producción, dentro del aeropuerto esperando el jet que lo traía a mi ciudad. No sé si me crean, pero esa sensación de mariposas en la panza es indescriptible. Me emocionaba pensar que lo vería bajar del avión, y cuando por fin aterrizó mi corazón empezó a latir como si se fuera a salir del pecho, nunca lo había hecho con tanta intensidad, pues el hombre al que adoraba y soñaba estaba por descender la escalinata y no sabía si desmayarme o no perder detalle. Tardó lo que para mí fue una eternidad, pues parada en la pista de aterrizaje todo transcurrió como en cámara lenta (deben haber sido 5 minutos). Cuando mis ojos por fin pudieron divisarlo quedaron obnubilados ante su belleza, esa sonrisa que ilumina el espacio, y los ojos verdes más hermosos del mundo. Bajó los escalones rapidito, como con prisa, y mientras lo hacía el encargado de seguridad le dijo algo al oído. De pronto caminó en mi dirección, y decirles que me sentía levitar suena a poco. El shock que me produjo verlo emprender su camino directo hacia mí me dejó cual imagen de estatua, pero mi papá se percató de esta situación y lo resolvió dándome un empujón que me llevó justo al lado de Luis Miguel. Él, siempre un caballero, me tomó de la mano, esbozó una gran sonrisa (supongo que por mi cara de mensa) y me dijo: “¿Nos van a tomar una foto? ¿Sonríes?”. Cuando me abrazó no pude contener el llanto, y mucho menos cuando volvió a dirigirse hacia mí diciéndome: “Nos vemos en un rato”. ¡La cita soñada era una realidad!

Solo tenía 16 años y ya veía pasar mi vida siguiéndolo a donde fuera, e iba a ser la hija más ejemplar del planeta con tal de continuar cerca de Luis Miguel. El concierto fue en Expover (hoy WTC), y deseo contarles que lloré de principio a fin porque lo tenía extremadamente cerca, aunque debo decirles que mis lágrimas no hacían más que recordarme que lo había estado mucho más un rato antes.

Esta foto que les comparto tiene un significado muy especial para mí, pues fue la primera de muchas en las que fui muy feliz y afortunada. Me siento bendecida por el padre que me tocó, y por haber estado tan cerca de mi amado Sol, quien siempre con una sonrisa y la mejor educación me hizo saber que los sueños se cumplen.

Presentía que esa no sería la última vez que lo tendría así de cerca, estaba segura de que vendrían mejores cosas en el futuro y no me equivoqué. Pronto les seguiré platicando al respecto.

Continuará…

Fanny

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