“Andaré el camino que corrías a mi lado”

Maria Eugenia Cabral
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Antes de presentarles el relato de hoy, quisiera contarles que este diario, nacido un 26 de abril de 2011, está cumpliendo su quinto aniversario. Desde el comienzo me propuse que fuese un espacio tributo a Luis Miguel, donde testimoniar lo que este artista genera en nosotros, sus fans, dejando al descubierto la calidad de profesional y ser humano al que admiramos y queremos tanto. También ha sido un valioso instrumento para documentar todo lo acontecido en su carrera, pues no ha habido suceso que no se eternice en las páginas de esta columna.

Al principio la idea se centró en plasmar mis vivencias junto a Luis Miguel, embarcándome en un viaje en el que recorrería mis primeros años de fan (los que coincidieron con el inicio de su carrera) hasta la actualidad, para luego seguir escribiendo mis experiencias en tiempo real. Pero luego, con el transcurso del tiempo, descubrí apasionantes historias que merecían ser narradas en este diario. Esas aventuras llegaron a mis manos a través de los propios fans, los que residen en países donde la música de Luis Miguel se ha consagrado, como así también en tierras lejanas e impensadas. Todos ellos se pusieron en contacto conmigo sin que el idioma fuera un obstáculo para abrir su corazón y emocionarme con sus relatos.

A pesar de no ser periodista, sino una simple fan de Luis Miguel que escribe en su honor, en este espacio me animé a las entrevistas, cuando tuve el privilegio de platicar con personas que han colaborado de una u otra manera con su carrera, y también hice mis experiencias con notas de prensa, donde compartí noticias referidas a premios y reconocimientos que solo un artista de su talla puede conseguir.

Pero no todo quedó en la escritura, pues el texto muchas veces se vio ilustrado con un cálido video en el que trabajé, con la colaboración siempre de los fans, para agasajar a ‘El Rey’ en ocasiones especiales: su cumpleaños, aniversario de carrera, el comienzo de un nuevo tour, y toda aquella circunstancia en la que podamos demostrarle nuestro cariño y apoyo.

Nada me detuvo a la hora de cumplir con la publicación de una nueva columna, ni mis vacaciones lejos de casa, ni una internación por una cirugía programada (mi computadora me acompañó a la clínica), ni un viaje en una larga carretera sin señal de Internet. Los mil y un lugares me han servido de escenario para tipear cada palabra, el calor de mi hogar, la sala de espera de un aeropuerto o una repartición, el avión, el automóvil, una vista al mar o una imponente montaña, un cuarto de hotel, un bar, mi ámbito de trabajo en los tiempos libres (la escuela donde doy clases de matemática), en fin, la lista es interminable. Créanme cuando les digo que todo esfuerzo vale la pena cuando una se siente orgullosa de su artista, y la única meta consiste en retribuirle su entrega total y lo feliz que me hacen su voz y su arte.

Dichosa les cuento que ésta es mi columna número 240, y aprovecho para agradecer a cada fan que participó con su historia, a mi amiga Anita Freijo por su gran aporte (siempre dispuesta a colaborar), y a los lectores que han hecho de esta columna un éxito a través del tiempo. Gracias por tanto cariño y apoyo.

Ya estoy en condiciones de compartirles el próximo relato, no sin antes decirles que una vez más confirmo que Dios tiene sus tiempos, diferentes a los nuestros, pero que tarde o temprano nos guía hacia la concreción de los deseos. La historia que está a punto de ser develada me conmovió desde el principio, y aunque sentí una presión muy fuerte en mi pecho cuando leí su desenlace, me devolvió un poco de paz interior la responsabilidad que asumí de cumplir con la misión encomendada:

“Alguna vez alguien tuvo una carpeta como ésta que aquí les comparto, alguna vez la leyó bajo el sol radiante, y miró las fotos una y otra vez bajo las estrellas. Alguna vez sonrió al escuchar las canciones, y se sintió dueña de sus posters y de su arte. Alguna vez hubo alguien cuya inmensa alegría no comprendí. Alguna vez me juró que yo querría a Luis Miguel como ella, y créanme que tuvo toda la razón.

Ese alguien del que tanto les hablo un día partió con Dios, se fue al cielo sabiendo que su deseo se iba a cumplir. Ella sigue los pasos de su Rey pero desde una estrella, anhelando en lo más profundo del alma que él pueda conocer su historia algún día, momento en que por fin bailará de felicidad junto a los ángeles”

 Me llamo Silvana y soy de Buenos Aires, Argentina. La historia que voy a contarles es muy valiosa e importante para mí, ya que es el fiel testimonio de cómo el rechazo puede convertirse en total aceptación, puesto que de no gustarme Luis Miguel, y jurar nunca seguirlo, ahora soy una de sus seguidoras más fieles e incondicionales.

He aquí la historia de cómo sucedió. En el año 1982, época en que tenía 10 años y como toda niña jugaba en el barrio con mis vecinas, no había Internet, ni celulares, ni computadoras, pero sí un aparato llamado tocadiscos. Cuando nos reuníamos para divertirnos Graciela, una de mis amiguitas, sacaba a la vereda ese aparato para musicalizar la tarde con los discos del artista del momento. Recuerdo que mi padre también tenía uno de esos tocadiscos pero lo empleaba para trabajar, razón por la cual jamás se me hubiera ocurrido sacarlo de casa porque de haber sido así, mi madre me hubiera dado una paliza. Pero mi vecina podía usarlo libremente porque era la hija consentida de la familia, la menor, muestra de ello también se veía reflejado en la posibilidad de tener el disco del artista más famoso de la época, puesto que no todos podíamos tener ese privilegio. Como ya se imaginarán, el cantante en cuestión era el mismísimo Luis Miguel.

Antes de jugar teníamos un ritual muy especial, escuchábamos uno o dos discos de aquel cantante famoso que tenía embelesadas a todas las niñas menos a mí, que protestaba todo el tiempo y gritaba cosas inapropiadas, porque no entendía la razón de interrumpir con sus canciones mis actividades. Pero no había otra opción, había que sentarse a escucharlo si luego quería participar de los juegos. Ella, que presenciaba mis reproches, me preguntaba con mucha serenidad por qué lo odiaba, y mi respuesta era siempre la misma: “No soporto su voz chillona, parece una nena como nosotras”. Ella sin enojarse me decía: “Ya vas a ver que un día lo vas a amar igual que lo hago yo”, y obviamente yo lo negaba rotundamente. Por mucho tiempo tuve que soportar ese horrible ritual pero, cuando crecimos un poquito y los juegos fueron quedando atrás, la observé sentada en el umbral de su casa hojeando un bibliorato enorme con muchos recortes, el que despertó mi curiosidad y me obligó a acercarme. ¿Cuál fue mi sorpresa? que esos recortes tenían que ver con Luis Miguel, por lo que quise huir raudamente. Ella, otra vez sin enojarse, me volvió a preguntar “¿Por qué lo odias?”, y sin esperar mi respuesta repitió: “Ya vas a ver que un día lo vas a amar igual que yo”. No tardé en expresar mis sentimientos y enfurecida le contesté: “Jamás, nunca lo voy a seguir como una tonta”.

Pasaron cuatro años, a esas alturas ya era una jovencita de 16, cuando un sábado por la mañana escuché al conductor Juan Alberto Mateyko promocionar un nuevo disco de un artista latino muy conocido. Como no mencionó su nombre me quedé muy intrigada, así que estuve atenta las 5 horas que duró el programa. Cuando por fin llegó el momento de la presentación de la canción, su voz interpretando “Fría como el viento” me atravesó el alma. Como rompí en llanto, algo inusual en mí al escuchar una canción, de inmediato quise saber quién era el artista, pero cuando el locutor dijo que era Luis Miguel no lo pude creer. Aunque pensé que se trataba de un error no lo fue, era él, el mismo que odiaba porque no hacía más que interrumpir mis juegos.

Al escucharlo nuevamente confirmé mis sentimientos pero me negaba a aceptarlo, por lo que decidí ocultárselos a mi vecina por orgullo, lo reconozco.

En el año 1992 compré el disco “20 años”, el que aún conservo y considero el mejor de todos. Cuando empezó con los boleros me entregué por completo y para siempre a su talento, en breves palabras, me rendí a sus pies.

Quizás esta historia hubiese sido una de tantas, cuya protagonista era una niña rebelde que no le gustaba Luis Miguel, pero un buen día él logra enamorarla con su voz y ella se entrega a su enorme talento, pero se tornó diferente ante un hecho muy doloroso. Con el tiempo supe que esa vecina que vivía enfrente de casa, la que decretó que el amor por Luis Miguel me llegaría tarde o temprano, estaba muriendo de cáncer y que le quedaban solo 3 meses de vida.

Tomé la decisión de visitarla como cuando éramos niñas, pero ya teníamos casi 30 años, y les juro que me sentí de 10 nuevamente. Llevé posters, fotos, música y todo el material que pude reunir de Miky, puesto que ella ya no contaba con el suyo, ya que su marido se lo había destruido. Aunque ella quiso ocultármelo diciéndome que lo había perdido accidentalmente, no le creí. Ella lo amaba como artista, y por ende ése era su tesoro más grande, por lo que coincidirán conmigo que jamás renunciaría a separarse de su ídolo. Lo único que atinó a aceptarme (estimo que por miedo) fue una foto que un amigo de mi primo – fotógrafo profesional- le tomó en el hotel Hyatt, en el año 1994, cuando vino a promocionar “Segundo romance”. Respecto al resto del material que quise dejarle me dijo: “conserva todo, yo no voy a poder hacerlo”. Cuando empezaron sus dolores, y su madre me pidió que me retirara porque debía volver a su cama, me acompañó hacia la salida no sin antes decirme “¿Viste?, al final tenía razón, terminaste amándolo igual que yo. Seguilo, querelo, amalo de la misma forma que yo lo hice. Te dejo de herencia esta dulce pasión, ahora es tu turno de seguir con la tradición”. Días más tarde su salud empeoró y falleció. Le prometí antes de partir que iba a hacerle llegar a “El Rey”, como ella le decía, su historia, que él iba a saber cuánto lo había querido y admirado.

Todos estos años intenté llegar a Luis Miguel por varios medios pero mis esfuerzos fueron en vano, ya que tanto él como su entorno son bastantes herméticos. Me contacté con Warner Music México, para ver la posibilidad de que a través de ellos pudiese cumplir mi promesa, pero aún sigo esperando una respuesta. Pero nada impidió que baje los brazos, pues esta es una lucha que llevo desde que ella se fue a los brazos del señor. Ahora siento que ésta es la oportunidad que siempre busqué, que a través de esta columna por fin podré cumplir mi palabra.

Sé que ella, donde quiera que esté, estará feliz de saber que él conocerá la historia de esa chica que escuchaba sus discos sentada en la vereda de su casa, que lo amó hasta la muerte, y que aunque nunca pudo asistir a un concierto para conocerlo en carne propia, lo pudo hacer a través de mis ojos cada vez que disfruto de su presencia. También deseo que Miky sepa que yo, la peor de todas, me convertí en su más fiel admiradora y soy la portadora del más lindo legado: el de amarlo para siempre.

Sé que Dios me ayudó a concretar el sueño de ambas, por eso le estoy eternamente agradecida.

Antes de despedirme quisiera decir que Luis Miguel, cual sol, seguirá brillando por siempre, con esas canciones que te atraviesan el alma y te llegan al corazón. No hay nadie capaz de resistirse, por mucho tiempo, a su voz y sus encantos, porque él es dueño de una magia especial.

Silvana    

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