“Hablaré de tu amor como un sueño dorado”

Euge Cabral
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En mi última noche, en el Auditorio Nacional, le llevé a Luis Miguel un pequeño corazón rojo de peluche que le había comprado días atrás, el que tenía intenciones de obsequiárselo como muestra de mis sentimientos, pues quería que entendiera en ese gesto que mi corazón le pertenece.

El concierto prosiguió su curso normal, hasta que en un momento tuve la dicha de que ‘El Sol’ se acercara a mi sector para saludar. Deseaba con toda mi alma poder despedirme haciendo contacto físico y visual, anhelo que gracias a él pudo concretarse. Aunque ésta había sido una buena oportunidad para entregarle el regalo no pudo ser, puesto que me quedé prendida de su mirada y no atiné a nada más, pero no me desanimé porque tuve una mejor idea.

Sobre el final, una mamá había acercado a su hija al escenario (de unos 10 años de edad aproximadamente) para que intentara interactuar con ‘El Rey’ y, como la tenía a mi lado y llevaba tiempo tratando que Miky la divisara, decidí entregarle mi peluche para que fuera ella la encargada de obsequiárselo, ya que con algo en mano se tornaba más visible. Su carita se iluminó cuando se lo di, y desde ese momento luchó con más fuerza por su sueño, el que se convirtió en una realidad minutos después. Les cuento la escena al detalle: Luis Miguel estaba a dos pasos de nosotras hacia la derecha y, como le resultaba muy difícil moverse del lugar, estiró su brazo lo que más pudo para recibir el corazón, justo delante de mis ojos. Ese gesto se lo agradeció con una preciosa sonrisa y un tierno roce de dedos pues, por más que quisiera, estaba demasiado lejos para estrechar la mano de la niña.

Luis Miguel logra sorprenderte de principio a fin, por eso sobre el final se acercó al público del sector izquierdo y, mientras bailaba un Up-tempo, comenzó a bajar su torso lentamente, hasta

conseguir dejar su rostro a centímetros de las manos de las fans, enloqueciéndolas por completo.

Les juro que desde mi lugar daba la impresión que ya lo acariciaban, pero no se animó y ¡Qué bueno! Porque no salía ileso de esa situación.

Los primeros acordes de “Labios de miel” dejaron al descubierto mi angustia, cuando no pude evitar romper en llano ante la inminente partida del ser que le ha dado un toque especial a mi vida. Fue un momento triste porque fui incapaz de dominar el torrente de lágrimas que bañaban mis mejillas, y hasta por momentos respiraba entrecortado por mi desconsuelo. Lloraba como una niña ante el final del cuento de hadas, y la incertidumbre de no saber cuándo volvería a ver al príncipe que me incita a ir tras mis sueños. Pero no podía permitir que Miky me viera en ese estado, así que respiré hondo, sequé mis lágrimas, junté valor, y con una sonrisa y un beso lanzado al aire le dije adiós.

Cuando todavía el lugar está a obscuras no quieres admitir que todo terminó, pero las luces se encienden y el equipo comienza a desarmar el escenario, e irremediablemente asumes la cruel realidad. La gente de seguridad comienza a pedirte que desalojes la sala, pero ellos no entienden que cruzar el umbral de la puerta significará dar vuelta la página, algo para lo que todavía no estaba preparada psicológica ni anímicamente. ¡Qué difícil fue dejarlo ir cuando aún llevaba su perfume en la piel! Pero es inevitable y, aunque debiera estar acostumbrada, nunca lo estaré, porque cuando alguien marca tu vida y lo quieres de verdad, deseas tenerlo contigo siempre.

Al salir nos despedimos de los amigos, y aproveché para tomarme una foto con la afortunada princesita Mony, cuya familia desbordaba de felicidad porque su hija había sido besada por ‘El Rey’ (episodio que les narré en la columna anterior).

Las tres argentinas fuimos a cenar al lugar tradicional que nos reunía cada noche después de los conciertos, y nos encontramos con un sitio desolado, panorama acorde a lo que estábamos sintiendo. Fue la segunda comida del día prácticamente en silencio, porque de vez en cuando expresábamos lo agradecidas que estábamos por lo vivido, aunque no pudiéramos pasar bocado por la nostalgia que ya nos invadía. No podíamos creer que en unas pocas horas dejábamos el lugar que había sido sede de la magia, la amistad, los sueños, las risas y la emoción.

Luego de un sueño reparador llegó la hora de armar las maletas, trámite para nada fácil pensando en que debían entrar todos los recuerdos que habíamos comprado. Sobre el mediodía habíamos quedado en reunirnos con Marthita y Liz para un último almuerzo juntas, así que nos dirigimos hacia un restaurante de comida italiana que se encuentra en Reforma. Luego de una deliciosa comida llegó el momento que hubiéramos querido evitar, había que decir adiós, una palabra que cuesta mucho pronunciar y que veníamos diciéndola seguido. Con un fuerte e interminable abrazo, con lágrimas en los ojos, y unas sentidas palabras al oído nos dijimos “Hasta pronto”.

Parada en la puerta del lugar me quedé por unos minutos observando los modernos edificios en la calle Reforma, como queriéndome llevar las últimas imágenes de mi México querido.

De allí nos dirigimos al aeropuerto, y durante todo el trayecto procuré empaparme de esta ciudad de la que me enamoré a primera vista.

Dejar México fue muy difícil para mí, y esa situación me llevó a concluir que siento esas tierras como mi segundo lugar en el mundo, y lo digo convencida de ello, sencillamente porque no me sentí una turista sino parte de esa nación que tanto amo.

Así concluyo mis vivencias tras los pasos de Luis Miguel, en el país que lo vio crecer y nacer como artista. Quiero agradecer a cada una de las personas que hicieron de esa estadía el viaje perfecto, en el que viví cada instante como en un verdadero sueño. Gracias a mis amigas del alma, Anita y Vivi, por ser las mejores compañeras de aventuras, por su complicidad, amistad y cariño… ¡Las quiero!

Gracias Luis Miguel por deleitarnos con tan sentidas interpretaciones, por tus ocurrencias, tu entrega, amor, y detalles para con tus fans. ¡Te adoro!

Euge Cabral

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