“Te queremos Miky, ¡te queremos!”
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Muchos medios de la prensa se dieron cita para presenciar el concierto de Luis Miguel en Querétaro, pues estaban más que expectantes respecto a su reaparición en los escenarios, luego del imprevisto que no le permitió llegar a tiempo al concierto de Mérida. Daba la sensación de que a un cantante de su talla nada se le perdona, y que todos necesitaban constatar, con sus propios ojos, que ‘El Sol’ sigue brillando en el firmamento. Yo me pregunto… ¿Aún no se han dado cuenta que su luz es imposible de opacar?
Mientras el público abarrotaba el lugar, a esta servidora el corazón no le cabía en el pecho de tanta felicidad.
Es que, en apenas un par de días, las emociones fueron sucediéndose una tras otra sin dar lugar a tregua, y cuando tomé conciencia estaba justo ahí, en la gloria misma, dispuesta a entregar mis sentidos a una de las personas que más quiero en este mundo. Lo escribo y se me llenan los ojos de lágrimas porque revivo el momento, y creo que es parte de la magia el sentir idéntico a la primera vez que lo tuvimos frente a nosotros.
Esa noche, como todas, estábamos ahí para gozarlo pero en ésta en especial sentimos que, después de tanto maltrato injustificado por parte de la prensa amarilla, debíamos demostrarle nuestro apoyo y cariño más que nunca. Detrás del artista, que siempre se ha destacado por tomar una postura admirable ante las declaraciones de los medios de comunicación, se esconde un ser humano que imagino, como al común de las personas, le duelen y enojan las injusticias. Pero Luis Miguel jamás va a permitir que nada lo perturbe, lo saque de su eje, porque está en su esencia proceder siempre conforme a sus valores. Cualquier mortal en su lugar se hubiera dejado amedrentar ante una situación similar, pero ‘El Rey’ salió a escena pisando fuerte, seguro de sí mismo, e irradiando luz en todo su esplendor, lo que originó una ovación generalizada del público.
Quedé impactada cuando lo tuve delante de mis ojos porque se veía radiante, con un físico envidiable –instante en el que comprendí el porqué de las fotos trucadas burlándose de un supuesto sobrepeso-, e irresistiblemente apuesto.
El auditorio estuvo rendido a sus pies ante la calidad de sus interpretaciones, las que a lo largo de la velada se hicieron acreedoras del premio mayor: el aplauso cerrado.
Es tal la exaltación y la felicidad que sentimos, que resulta inconcebible y hasta inapropiado pensar en tomar un curso de autocontrol de emociones cuando se nos “invita” a sentarnos en nuestras butacas durante todo el concierto. ¿Cómo se hace para bailar y hacer las coreografías de sus famosos éxitos –tal es el caso de “Cómo es posible que a mi lado”-, sentados? ¡Qué alguien de seguridad del recinto me explique por favor!
Me sentí atada de pies y manos aunque, a fuerza de ser sincera, fue solo de pies, porque de la cintura hacia arriba me movía sin parar. Cuando llegó el momento de “Más”, melodía cuya letra expresa literalmente el sentimiento que nos une a Luis Miguel, mi amiga Anita optó por levantarse sorpresivamente de su asiento para dedicarle, a viva voz, un fragmento de esta canción con la que tanto nos identificamos. Nadie pudo impedir que automáticamente imitáramos ese gesto tan hermoso, y la acompañáramos en esto de rendirle un tributo de amor a Luis Miguel diciéndole: “Más, eres todo y mucho más, mi forma de vivir, mi principio y fin, amor, pasión, locura desata…”. Él, justo enfrente de nosotras, se mostró feliz de recibir aquella declaración de cariño y procuró retribuírnosla con la sonrisa y la mirada más tierna del planeta.
El concierto prosiguió su curso, y en una pausa se me ocurrió decirles a las chicas que aviváramos el momento con uno de los cánticos tradicionales con el que recibimos a Luis Miguel cada vez que visita Argentina, desde hace más de tres décadas. Aunque éramos sólo tres personas inmersas en una marea humana, juntamos valor, y provistas de la voz más potente que pudimos obtener, fruto de la adrenalina, nos lanzamos a cantar “¡Te queremos Miky, te queremos!”, una y otra vez. La sorpresa fue que Víctor se unió a nosotras al ritmo de su batería, y el resto de los músicos nos acompañó con sus palmas. Logramos contagiar también al público –a esas alturas habíamos perdido la timidez del comienzo-, y fue tanta la revolución que provocamos en el lugar, que en un momento logramos divisar a Luis Miguel agitando el ambiente con sus manos. No pudimos ser más felices, habíamos viajado miles de kilómetros para disfrutarlo y él ya lo sabía.
Por fin llegó el momento del mariachi, ¡Cuánto extrañaba las rancheras! La última vez que había tenido la oportunidad de deleitarme con ellas había sido en el año 2011, en la ciudad de Las Vegas, y para mí, que soy Argentina, es todo un acontecimiento disfrutar de la música popular de México, y ser testigo del respeto y de la unión de este pueblo al entonarlas.
Cuando le tocó el turno a una de mis preferidas, las 5 viajeras –tres argentinas, una de EEUU, y Marthita de Ciudad de México- procedimos a pararnos para tomamos por la cintura y balancearnos de un lado al otro al son de “Cielito lindo” –mientras el resto del auditorio permanecía sentado. Nuevamente logramos acaparar la atención de Luis Miguel, que no dudó en venir a nuestro encuentro para regalarnos una mirada dedicada expresamente a cada una. Fue emocionante observarlo, pues se tomó el tiempo de recorrernos una a una, siguiendo el orden en que nos encontrábamos.
Para ese momento pensé que las emociones de la noche habían llegado a su fin, ya que habíamos sido muy consentidas por nuestro Rey, pero luego me di cuenta de que estuve en un error.
Antes de contarles la sorpresa que nos tenía reservada mi querido Luis Miguel, quisiera remontarme al año 2008 cuando decidió adoptar una bonita costumbre, la que perdura en el tiempo, pues continúa obsequiando a sus fans una rosa blanca en la canción “Te necesito”. Desde aquella época he esperado paciente ese momento porque bien dicen que todo en esta vida llega, tarde o temprano. Recuerdo que ese mismo año, presenciando su concierto en mi ciudad, se acercó con una rosa y se la entregó a la fan que estaba justo a mi lado. Ahhh ¡Qué cerca estuvo! –pensé. Pero nada me desanimó a creer que algún día lo lograría.
Sé que esperé por este sueño varios años, pero créanme que luego comprendí la razón. El destino se empeñó en que fuera en mi primer concierto en México, escenario ideal para que fuera doblemente especial la concreción de mi anhelo.
El detalle que tiene Luis Miguel con sus fans no lo tomo a la ligera, porque no hay nada más lindo que te regalen flores, y particularmente una fina rosa blanca que resume la pureza, la belleza y la delicadez.
Continuando con mi relato, les cuento que nadie pensó que sobre el final del concierto, con “Labios de miel” sonando, Luis Miguel iba a decidir obsequiar las rosas. Pero en un momento nos miró fijamente y como diciendo “Estén atentas que ahí voy”, giró velozmente y tomó el gran ramo de flores. Nosotras, que entendemos su lenguaje de miradas a la perfección, corrimos a la valla para esperar nuestro tesoro. No puedo explicarles lo que sentí, sólo sé que perdí la noción del espacio y que todo a mi alrededor se esfumó. Concentré todos los sentidos en él, y hubiera deseado parar el tiempo en el instante en que se detuvo para entregarme aquella rosa blanca que simboliza tanto para mí. Llevo conmigo por siempre el recuerdo de su imagen, asintiendo con la cabeza al hacer contacto visual, expresándome claramente con su mirada “Sí, llegó tu momento, tómala, es toda tuya”, mientras sus dedos rozaban los míos al obsequiármela.
Cuando mi alma regresó a mi cuerpo, pues se sintió desprenderse y elevarse a consecuencia de la emoción, recién pude reaccionar para buscar a mis amigas, las que también tenían su rosa para mi mayor sorpresa. ¿Qué más podía pedir? Absolutamente nada, fui la mujer más feliz sobre la faz de la tierra.
Al finalizar el concierto celebramos una velada inolvidable cenando riquísimo en un precioso restaurante de Querétaro, en el que al fin probé el famoso pozole del que tanto me habían platicado.
Entrada la madrugada regresamos al hotel a descansar, y lo último que vi antes de dormir fue mi rosa, porque desde aquel preciso instante en que fue mía no pude dejar de admirarla.
Euge Cabral