Tras los recuerdos de ‘El Sol’

Euge Cabral
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Saliendo del Centro de Convenciones llegó el momento de pasar una hermosa tarde en compañía de mis amigos, y de admirar el imponente atardecer desde la parte alta de Acapulco. Lo mío fue amor a primera vista, puesto que la bahía me tuvo embelesada e hipnotizada desde mi arribo.

Al caer la noche nos dispusimos a cenar en un precioso y destacado hotel, justito al lado de aquel en el que Luis Miguel se hospedó en la historia de la película. Luego de una exquisita comida y amena plática había que descansar, pero antes me tomé unos minutos para perder nuevamente mi mirada en el horizonte, el que me devolvió una imagen totalmente diferente de la bahía con el reflejo de las luces de la ciudad. Cuánta paz me transmitió su inmensidad, su belleza, la suave brisa que me acariciaba, y el silencio de la noche.

Relajada me retiré a mis aposentos con las expectativas del nuevo día, pues no era uno más del calendario sino uno para enmarcar en mi diario de vida, ya que el destino había querido que un 8 de febrero de 2015 se me concediera la bendición de concretar el primero de mis dos grandes anhelos. A diferencia de otras ocasiones pude conciliar el sueño, y desperté cargada de energía y dispuesta a dejarme desbordar de emociones.

Comenzamos la jornada desayunando en uno de los locales de la principal cadena mexicana de restaurantes con bar, pastelería y tienda integrados, el cual goza de un amplio ventanal que invita al deleite con una vista al mar incomparable, y a través del cual se pueden observar diferentes deportes náuticos.

Por fin llegó el momento de dirigirnos hacia la zona sur de Acapulco, con dirección a Barra Vieja, para cumplir un sueño más. Al conducirnos por la carretera Escénica pude terminar de constatar el por qué le llaman ‘La Perla del Pacífico’, frase que describe a la perfección a un lugar paradisíaco, puesto que verdaderamente es un joya de la naturaleza. A pesar de que las fotografías no reflejan al 100% lo que captan las retinas, traté de inmortalizar aquel paisaje insuperable.

Retomando el camino hacia nuestro destino   final, pudimos conocer el complejo en el que Luis Miguel invirtió cuando decidió apostar al progreso de esta ciudad que tanto ama, como así también el ‘Forum del Mundo Imperial’ donde se presenta cada vez que la visita.

Algunos se estarán preguntando en este preciso momento qué buscaba en Barra Vieja, y he aquí mi breve explicación. Luis Miguel eligió construir, conforme a sus preferencias, una casa en Acapulco por el atractivo de sus parajes, y por la posibilidad de resguardar su privacidad en una playa no explotada turísticamente. Allí pudo tener durante años un contacto directo con el sol, la arena y el mar, algo que desde siempre le ha apasionado entrañablemente.

 Su casa de la playa era famosa por su arquitectura, y desde el preciso momento en que tuvimos la oportunidad de conocerla por fotografías o imágenes de TV -fruto de alguna entrevista-, añoramos poder visitarla algún día. Mi momento por fin había llegado pues, aunque es de público conocimiento que no es más propiedad de ‘El Sol’, necesitaba concretar la ilusión de estar frente a lo que fue su morada.

Al divisar el muro de aquellas fortalezas -hablo en plural porque tiempo más adelante Miky decidió hacer una mansión junto a la casa de la playa- me emocioné, porque más de una vez había viajado hasta allí a través de las imágenes de los satélites de Google Earth, y en esta ocasión me había hecho presente en cuerpo y alma.

Mi corazón palpitaba de alegría mientras me conducía hacia la playa, ya que desde allí pueden apreciarse al detalle estas propiedades. No podía dejar de pensar que aquellas paredes lo habían cobijado, protegido, consentido, y que seguramente habían sido testigo de los momentos más lindos de su vida. Sentí melancolía de que ya no gozaran de su presencia, y deseé haber venido 10 años atrás para tener el privilegio de encontrármelo en las inmediaciones. Antes de regresar procuré grabar en mi memoria la imagen de este sitio que, aún hoy, guarda celosamente los recuerdos más preciados de Luis Miguel.

Según me contaron, allí muy cerquita en la playa de la Laguna de Tres Palos, hay un restaurante al que Miky solía llegar para degustar unos ricos platillos a bordo de su moto de agua, en la que muy a menudo podía observárselo en el mar rompiendo las olas. Se sabe que hay afortunadas que tuvieron encuentros ocasionales en las afueras de su casa y, lejos de huir, Luis Miguel se detuvo para saludarlas, tomarse fotografías, y platicar un ratito.

¡Qué difícil resultó abandonar su antigua residencia! No tuvimos más remedio que continuar nuestro itinerario, no sin antes llevarnos un poquito de arena como souvenir.

De regreso, y con destino a uno de los hoteles más bonitos y exclusivos de la bahía donde almorzamos, disfrutamos del sol, el mar y de la alberca, transitamos la famosa avenida en la que Miky corrió a toda velocidad con su jeep para las escenas de “Fiebre de Amor”, vimos los campos de golf y el hotel cuyas instalaciones sirvieron de escenografía para el film. En Acapulco das un paso y te gana la emoción, pues cada rincón tiene algo de Luis Miguel

Luego de gozar del sol y del cálido mar, llegó el momento con el que fantaseé desde niña. Mi sueño dorado de nadar con delfines se concretó, nada más y nada menos que en Acapulco, en el parque acuático que vimos en la película. Imposible un lugar mejor en el mundo para hacerlo, al menos para mí. Así fue como por el lapso de una hora perdí contacto con la realidad, y es al día de hoy que todo lo recuerdo literalmente, como de esos sueños vividos que no queremos despertar. Estos mamíferos siempre me han conmovido porque además de amarlos por su ternura, belleza e inteligencia, despiertan en mí sensaciones difíciles de describir que se traducen por lo general en llanto y risa.

Al salir del parque le agradecí a Dios por esta bendición, e inmediatamente pensé en que, de ahora en adelante, sólo debía avocar mis energías en la concreción de mi mayor anhelo.

Feliz me alisté para salir a recorrer la noche acapulqueña a bordo de un jeep, el mismo que me llevó a visitar la iglesia en la que Luis Miguel se casó en la ficción. Paseando por la costera Miguel Alemán, la siguiente parada fue en el lugar mítico de la movida nocturna de esa ciudad, sitio bailable al que tantas veces acudió ‘El Sol’ en busca de diversión. De la mano de enfrente, sobre la misma avenida, pude observar la intimidante torre donde Luis Miguel se animó al bungee jumping. Fue grandioso corroborar que, a dónde mires, encuentras lugares que forman parte de la historia de este romance.

La cena tuvo lugar en un fantástico restaurante sobre la carretera Escénica, a la luz de las estrellas y con la mejor vista panorámica de Acapulco.

Al finalizar el día me sentí dichosa por vivir tantas emociones juntas en una misma jornada y, mientras me despedía a solas y en silencio del lugar que me conquistó de inmediato, pensaba en lo poco que faltaba para el tan esperado reencuentro con ‘El Rey’ de mi corazón, Luis Miguel. Eso y mucho más se los comparto en mi próximo relato.

Euge Cabral

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