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¿Recuerdan que les conté en mi entrega pasada que busqué a mi amiga Beatriz en el aeropuerto? Ok, luego de reencontrarnos y unirnos en un fuerte abrazo -la última vez que nos habíamos visto había sido en Brasil, para los conciertos que Luis Miguel ofreció este marzo pasado- nos dirigimos a nuestro hotel. Les parecerá un poquito extraño que hablé en plural al referirme al hotel y se estarán preguntando el por qué, ya que tengo mi hogar en Córdoba. Muy simple, cuando Bea me llamó para coordinar su visita me preguntó: “Euge, dime dónde se queda Luis Miguel en Córdoba para reservar ahí”. Somos conscientes de que por más que estemos allí no vamos a verlo, pero el sólo hecho de pensar que está en el mismo edificio, que respira nuestro mismo aire, nos emociona y nos hace regresar a la adolescencia. Además nuestra habitación era nuestro lugar especial de reunión con otras fans para la previa al concierto. Nada más entretenido que maquillarnos, hacer prueba de vestuario y que tus amigas te den el ok de tu atuendo elegido para la ocasión.
La manera en que vivimos esta pasión no es algo que pueda entenderlo el común de la gente, ya he tocado ese tema en anteriores columnas, o sea, ir a un concierto de Luis Miguel en tu ciudad es algo entendible para las personas en general, pero ir a casi todos los conciertos que ofrezca en tu país, y viajar dos veces al año fuera de él tras sus pasos no es fácil de asimilar para los que te rodean. Tus seres más queridos lo respetan, tratan de entenderte aunque les cueste horrores, y los otros tratan, sí, pero de convencerte para que recapacites de tu locura.
Este motivo impulsó a Beatriz a decir una mentirita piadosa. Le dijo a su gente cercana que la razón de su viaje a Córdoba era el cumpleaños de su amiga, o sea, quien les escribe. Morí de risa al enterarme la noticia, pues además de traerme un regalo por mi cumple (tuvo que adquirirlo allá para hacer más creíble su historia) debíamos comprar un pastel de cumpleaños y sacar fotos del evento para que luego sirviera de prueba irrefutable.
Esa noche cenamos las cuatro -Bea, Anita, Karen (mi amiga chilena) y yo- y conversamos por horas. Luego fuimos a descansar, por lo menos a mí me esperaba media jornada de trabajo al día siguiente.
Les juro que cada vez que ingresaba al hotel, y caminaba por sus instalaciones, mi corazón latía a mil al pensar que Miky estaría descansando o preparándose para el show. Por la noche me costaba conciliar el sueño, me quedaba mirando el techo de la habitación -mi príncipe estaba unos pisos más arriba- pensando en que sólo me separaban de él unos pocos metros nada más. Por la mañana me invadían unas ganas incontrolables de subir, tocar su puerta y llevarle su desayuno. ¡Qué ganas de ser su nana!, a quien por cierto conocí pero de lejitos, no quise molestarla, y mientras la observaba pensaba: “Tiene el mejor trabajo de toooodo el mundo”. Si me tocara en suerte a mí, no sería un trabajo sino un regalo de Dios, una bendición, el poder cuidarlo, atenderlo, darle cariño, en fin…estar a su entera disposición. Señor escribano, que conste en acta: “pago por ser su nana”.
Ese primer día de concierto en mi ciudad nos alistamos todas juntas en nuestro refugio LuisMiguelero.
Llegamos al Orfeo Superdomo, un lugar realmente único para apreciar un concierto, porque tienes una excelente visión del escenario en cualquiera de sus ubicaciones. Fue hermoso llegar al ingreso y ya encontrar caritas conocidas, no sólo de fans de mi ciudad sino de otras localidades de Argentina y de otros países como Chile, Paraguay, etc.
Algo a destacar es que Córdoba tiene un fan club, llamado “Simplemente Luis Miguel”, que desde el año 2003 se ha encargado de promover que la gente asista de rojo, el color que los identifica como club, y lo ha logrado exitosamente en cada visita de Luis Miguel. Además, en cada puerta de ingreso al lugar, estaban dos de sus integrantes repartiendo globos rojos a los asistentes, por lo que prevalecía en el lugar ese color y una vez más fue el protagonista.
Este concierto, como cada uno de los que Luis Miguel brindó en mi querida Argentina, fue grandioso. Nos deslumbró con un derroche de energía, sensualidad, sensibilidad, simpatía y por supuesto, con un despliegue de calidad vocal imposible de superar por otro mortal. Tuve el honor de compartir este momento especial con mi amigo que es fan y un gran músico, Nicolás Guerrieri, con quien intercambié varios “Wow” por el nivel de excelencia vocal del que estábamos siendo testigos. Más que merecido fue el saludo que recibió de manos del mismísimo Luis Miguel cuando lo divisó entre la gente. Tanto con él como con mi hermana Carolina y una gran fan del Rey, Silvana Melonari, disfruté al máximo el concierto. Les cuento que Silvana había viajado desde Mendoza, y estaba tan emocionada de tenerlo tan cerquita por primera vez, que no pudo evitar las lágrimas en muchas ocasiones. No hay nada más lindo que ver llorar a alguien de felicidad.
En su speech no dejó de agradecernos y de repetir que estaba maravillado con el público. Al término del mismo, el Rey expresó su deseo de dedicar a todas las damas presentes uno de los boleros más bellos, en especial a las de rojo, brindando de esta manera un claro reconocimiento a este club y a todas las cordobesas que se suman a esta iniciativa.
Al salir compartimos con Paola de Chile una rica cena, la cual fue amenizada con un cantante muy
especial: el mesero. Este personaje, de amplio repertorio, iba de mesa en mesa regalándonos canciones muy bonitas, hasta pudimos escuchar de su voz “Por una cabeza”. Déjenme decirles que era entonado el buen hombre, pero luego de haberla escuchado hacía tan sólo un momento, por la voz más tierna que he conocido sobre la faz de la tierra, el tango me sonó espantoso.
El día siguiente fue de locos, pues nunca alcanza el tiempo para nada y quería agasajar a mis amigas, sobre todo a las extranjeras, con un rico asado tradicional argentino. Tenía que ser sí o sí en el almuerzo, pues la cena la teníamos siempre a altas horas de la madrugada luego de salir de los conciertos. A pesar de que tuvimos poco tiempo para la sobremesa la pasamos increíble, y para que no se nos hiciera tarde continuamos la tertulia en el hotel.
No quise que se me notara pero ya sentía una tristeza infinita, nunca es fácil despedirme de Luis Miguel, siempre me niego a dejarlo ir pero es algo que no puedo evitar ¿no?
De camino hacia el Superdomo casi todo el viaje fui en silencio -Anita puede dar fe de ello porque me olvidaba de indicarle el camino-, ya la melancolía se había apoderado de mí por completo. A pesar de esto, al llegar al lugar me prometí a mi misma que le diría adiós con mi mejor sonrisa, aunque por dentro mi alma se sintiera desgarrada.
Si algo no imaginé es que estaba yendo al mejor concierto de mi vida – me refiero en cuanto al contacto que surge con Luis Miguel-, aquel que superaría ampliamente lo que viví este 10 de marzo pasado en Brasil cuando me sentí en la gloria.
Apenas se apagaron las luces no hubo manera de contener al público, pues deseábamos estar lo más cerquita posible a nuestro Rey, por lo que terminamos agarrados a la valla que separa el escenario del auditorio. Esa noche, mis amigas y yo, cerrábamos nuestro tour con una ubicación soñada, esa que tanto nos había costado conseguir tiempo atrás, nuestra fila número uno. Todos los esfuerzos realizados para lograr ese tesoro tan preciado habían valido la pena.
Continuará…
Euge Cabral