“Imborrables momentos que siempre guarda el corazón”

Euge Cabral
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En la columna anterior les conté que Puebla seria mi aliada para cumplir otro de mis sueños, y nada fue forzado sino que se dio en forma natural, puesto que mi arribo a México coincidió con el día en que se emite mi programa radial. No sé si sepan mis lectores que desde hace casi 3 años tengo a cargo la conducción de “La hora de Luis Miguel” por Sexenio FM, programa que produce mi querido Enrique Hernández (Quique Bush), compañero de equipo en el que descubrí a un gran fan de ‘El Sol’.

El viaje había sido largo pero no podía desperdiciar mi tiempo descansando, así que lo aproveché al máximo y le saqué el mayor provecho. Les cuento que llegué alrededor del mediodía a la ciudad de Puebla, una de las capitales más bonitas de la República Mexicana, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1987 por la importancia histórica de su centro, por la originalidad de su arquitectura y las características de su fundación. También se la conoce como Ciudad de los Ángeles, nombrada mediante cédula real, ya que cuenta la leyenda que ellos fueron quienes la trazaron. Estarán de acuerdo conmigo en que no es casualidad que el patrono de este lugar, al que me siento tan ligada y al que Luis Miguel le tiene un cariño muy especial, sea el mismísimo Arcángel Miguel.

Una gran amiga, Erika, nos buscó en la terminal y después de la 1 pm llegó el momento del primer acercamiento con la exquisita gastronomía mexicana y, aunque no podía esperar para probar el popular mole poblano, me dejé tentar por el aroma de unas gorditas, las que resultaron deliciosas. Con ellas comencé a descubrir un mundo nuevo, pues la mayoría de los argentinos somos débiles y cobardes para los sabores picantes pero, como mi prioridad era conocer a México en todos los aspectos, fui dispuesta a ser valiente y a enchilarme si el platillo lo ameritaba.

Luego de un apetecible almuerzo, con la mejor compañía como no podía ser de otra manera, fuimos hacia el hotel para alistarnos para lo que seguía… y es que había un itinerario que respetar, caso contrario no alcanzaríamos a realizar todo aquello que deseábamos. Mientras me maquillaba para la ocasión pensaba muy a mis adentros “Al fin llegó el momento de conocer las oficinas de Grupo Sexenio y a su equipo de trabajo, medio que me brindó la oportunidad de vivir esta pasión por Luis Miguel de una manera distinta, y que jamás hubiera imaginado 4 años atrás”. El reloj avanzaba con prisa y sin pausa, y conforme a esto mi cuerpo literalmente vibraba ante la realidad de hacer mi programa desde la cabina de Sexenio FM. Para mí fue todo un estreno, ya que jamás me había sentado en un estudio radiofónico ocupando el sitio más importante, el de la conducción. Sentí felicidad, emoción, adrenalina, nervios y ansiedad, pero esta conjunción de sensaciones fue sumamente necesaria para vivir el instante al máximo y con todos mis sentidos. No estaba sola para este reto, estaba muy bien acompañada por mi coequiper Quique y por Anita y Vivi, a quienes esa tarde-noche embarqué en esa aventura y me sentí feliz de que participaran en el programa.

Después de merendar con un entrañable amigo poblano nos dirigimos a la Torre JV3, situada en la zona más nueva y moderna de la ciudad, para visitar las instalaciones de Sexenio. Allí nos estaban esperando mis compañeros, Quique y Garabed (encargado de las Tecnologías de Información), para darnos una afectuosa bienvenida y escoltarnos hasta el piso 12. Fue muy emocionante el momento de tenerlos frente a frente, pues sentí que ese abrazo fue la recompensa a muchos años de amistad y proyectos compartidos a la distancia.

Tuve la impresión de estar en las nubes, y no fue precisamente por admirar a través de los grandes ventanales del estudio la imponente vista de Puebla desde las alturas, sino porque había deseado tanto estar ahí algún día, que era imposible no sentir que mis pies se despegaban del piso. Cuando estuvimos a 5 minutos de las 7 pm, hora habitual del programa cada jueves, procedimos a ubicarnos en nuestros lugares para dar comienzo a una emisión muy especial. Al encenderse los micrófonos las mariposas invadieron mi estómago y, mientras esperaba la orden para comenzar, no pude más que agradecer a Dios por esa bendición. Qué alegría me dio darle la bienvenida en vivo a la audiencia, les juro que mi corazón intentaba estabilizar sus latidos pero le resultaba difícil ante las sucesivas y continuas emociones de ese día. Disfruté muchísimo vivir esta experiencia por primera vez, porque no tiene precio el interactuar con los oyentes mientras sucede el programa, como tampoco se compara realizar una tarea conjunta con Quique mientras lo observo trabajar apasionadamente en la producción. Tener a mis adorables amigas participando fue un lujo que pudimos darnos, ya que fueron muy valiosos sus aportes. Al terminar la emisión me prometí regresar pronto porque me sorprendí gozando más de lo que pude imaginar.

La próxima parada, de este largo e intenso día, fue en un restaurante céntrico para cenar con parte del equipo de Sexenio y poder gozar de una rica plática con personas a quienes aprecio mucho. Luego de inmortalizar el momento con mi cámara fotográfica nos retiramos a descansar, pues había que recobrar energías para continuar explorando aquella preciosa ciudad custodiada por volcanes.

Les juro que no logré conciliar el sueño por más de 5 horas y desperté con los primeros destellos de sol en mi ventana. Estaba ansiosa por comenzar las actividades dispuestas para esta nueva jornada, y la primera de la mañana era compartir el desayuno con un fan de Puebla y su reciente esposa. Tenía muchas ganas de conocer a Jorge, periodista deportivo en un medio local, a quien tuvimos contando su historia en este espacio tiempo atrás.

Esa mañana compartimos un momento precioso, en el que además pude percibir el cariño y la admiración que abriga el corazón de este fan, sentimientos por Luis Miguel que ha sido capaz de contagiárselos a su esposa. Les cuento como primicia que fruto de la fascinación que siente hacia este gran artista tuvo una boda muy especial, y que muy pronto tendremos ese relato en la columna. Luego de despedirnos, mis amigas y yo, nos preparamos para la próxima cita… nos esperaba un rico almuerzo con una de las personas más interesantes que hemos conocido, no sólo por su calidad humana sino también por su incomparable trayectoria en lo profesional, pues es un exitoso empresario, abogado, periodista y fotógrafo.

Don Julián resultó ser un gran anfitrión que se ocupó de agasajarnos con platillos típicos mexicanos, los cuales fueron un verdadero manjar al paladar, mientras cautivó nuestra atención con una amena charla. Las horas se esfumaron entre relatos, risas y anécdotas, y aunque no queríamos dejar tan grata compañía, estaba al caer el sol y debíamos apurarnos para alcanzar a conocer el centro histórico de la ciudad.

Para este rápido tour tuvimos un cómplice, Antonio -hermano de Don Julián-, quien se ofreció muy amablemente a ser nuestro guía. Así fue como de su mano conocimos la imponente Capilla del Rosario –estilo barroco, nombrada la “Octava maravilla del mundo” porque su interior está revestido con láminas de oro-, la excelsa Catedral en el Zócalo de la ciudad –cabe destacar que sus torres son las más altas del país y de Latinoamérica-, el palacio municipal, las calles peatonales del centro, las tiendas de dulces donde probamos las exquisiteces tradicionales de Puebla –el camote, por supuesto-, y nos dejamos maravillar por la arquitectura colonial española que se puede apreciar en el centro histórico. Algo curioso para contarles es la cantidad de iglesias que tiene Puebla, prácticamente una por manzana, y no saben lo bonito que se ven los campanarios desde lo alto del Cerro de Guadalupe, el que alberga los dos fuertes donde el ejército francés fue derrotado en 1862. Hasta aquí mis aventuras en la sede de la épica Batalla de Puebla, ciudad a la que deseo regresar muy pronto. El siguiente destino de este viaje fue la bahía de Acapulco, y créanme que conocer este lugar con el que Luis Miguel se identifica tanto fue muy movilizador para mí. Allí viví dos días al máximo recorriendo los sitios en los que Miky dejó su impronta… se los cuento en la próxima.

Euge Cabral

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